Lo reconocieron al partir el pan

Carta del arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado miércoles leíamos en la eucaristía el encuentro de Jesús con los de
Emaús, que nos narra san Lucas. La escena sucede en la misma tarde del domingo de
resurrección en el corto espacio de los once kilómetros que separan Jerusalén de Emaús.
Jesús se hace el encontradizo con dos discípulos que, deprimidos tras la muerte del
Maestro, retornan a su aldea. Jesús les descifra con la Escritura el significado de su pasión,
muerte y resurrección. El evangelista nos da el nombre de uno de ellos, Cleofás, y
Orígenes nos dice que su acompañante era su propio hijo y que ambos eran parientes del
Señor.
Durante tres años han seguido a Jesús, deslumbrados por la belleza de su doctrina,
por el esplendor de sus milagros y por el atractivo irresistible de su fuerza sobrehumana.
Decepcionados y rotos por el drama del Calvario, olvidan que Jesús anunció su propia
resurrección al tercer día, y vuelven a su aldea a la caída de la tarde para curar sus heridas
refugiándose en el trabajo cotidiano. El relato de Emaús es la historia de tantos hombres y
mujeres que, ante el mensaje exigente del Evangelio, por cobardía, seducidos por el
mundo, golpeados por el misterio del dolor y de la muerte, o subjetivamente
decepcionados por el testimonio opaco o deficiente de los cristianos, dan por zanjado en
sus vidas el asunto de Jesús, se alejan del centro de su influencia y rompen con la
comunidad.
Pero Jesús no abandona a sus discípulos. En el caso de los de Emáus, sale a su
encuentro y camina con ellos. Lo descubren en la Escritura que Jesús les explica
iluminando sus mentes y caldeando sus corazones. Lo redescubren, sobre todo, en la
fracción del pan, en la Eucaristía que Jesús consagra de nuevo, como hiciera por vez
primera en la víspera de su pasión. Entonces, se les abren los ojos y lo reconocen e
inmediatamente vuelven a Jerusalén, se reintegran en la comunidad, a la que narran lo que
les ha sucedido en el camino.
En esta segunda semana de Pascua, dirijo mi palabra a los fieles de la Archidiócesis
que viven con gozo su vocación cristiana desde la fe en la resurrección del Señor, que es el
foco que ilumina y da sentido a toda la vida de Jesús y a nuestra propia vida. Como los de
Emaús después de reconocer al Señor, sed testigos y misioneros de la resurrección y de la
novedad de la vida inaugurada por Él para todos los hombres en su Misterio Pascual.
Pero quiero dirigirme también a quienes, alejados de la comunidad cristiana, viven
angustiados, desconcertados y decepcionados como los discípulos de Emaús, con una fe
mortecina o debilitada, ciegos para entender los designios de Dios y descubrir que el
Resucitado camina junto ellos. Pienso en vosotros, queridos hermanos y hermanas, todos
muy amados de Dios, redimidos por la sangre de su Hijo y llamados a la gracia de la
El Arzobispo de Sevilla
filiación. Rezo por vosotros y os invito a volver como los de Emaús a la comunidad, al
hogar cálido de la Iglesia, que os recibirá siempre con los brazos abiertos y os acompañará
en vuestro camino de fe. Ella nos explica las Escrituras, en las que encontramos «la ciencia
suprema de Cristo» (Fil. 3,8).
En la mesa familiar que es la Iglesia, ella parte y comparte con nosotros el
Pan de la Eucaristía, en la que se forja y modela nuestra existencia cristiana y nuestra
fraternidad. Sin ella no podemos vivir, como proclamaban los mártires de Cartago en el
año 304. En el sacramento de su cuerpo y de su sangre el Señor robustece nuestra fe y
alienta nuestra esperanza en la vida eterna, fruto de la Pascua, en la que viviremos dichosos
con Cristo y con los Santos, en comunión de gozo y de vida con la Santísima Trinidad.
La Eucaristía, alimento que restaura nuestras fuerzas, nos ayuda además a
vivir la vida nueva inaugurada por la resurrección de Jesucristo, una vida de piedad sincera
vivida en la cercanías del Señor; una vida alejada del pecado, de la impureza, del egoísmo
y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, sobria, fraterna, edificada sobre la
justicia, la misericordia, el perdón, el espíritu de servicio y la generosidad; una vida, en fin,
asentada en la alegría y en el gozo de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios y, por
ello, libres ya del temor a la muerte.
A vosotros, cristianos anónimos, sin vínculos visibles con la Iglesia, el
evangelio del paso miércoles os hace esta propuesta que yo os presento con humildad y
con amor: volved a la comunidad, volved a la Escritura, volved a la Eucaristía. En la
Iglesia, en la Palabra y en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre os reencontraréis con
el Señor, que es con mucho lo mejor que os puede suceder.

Para vosotros y para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

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