La conversión, actitud propia de la Cuaresma

Primera conferencia cuaresmal del Arzobispo de Sevilla, en la parroquia del Sagrario, el 12 de marzo de 2012.

1. Con la bendición e imposición de la ceniza comenzábamos el Miércoles de Ceniza el tiempo santo de Cuaresma. En él nos preparamos a celebrar el Misterio Pascual, corazón de nuestra fe. Su duración de cuarenta días evoca algunos de los acontecimientos que han marcado la vida y la historia del antiguo Israel: los cuarenta días del diluvio universal que concluyen con la alianza establecida por Dios con Noé y, a través suyo, con toda la humanidad; los cuarenta días en que Moisés permanece en el monte Sinaí, que terminan con la entrega de las tablas, en las que se contiene la Ley, con la que Dios, como sabio pedagogo, quiere dirigir  la vida de sus hijos. La Cuaresma evoca y, sobre todo, nos invita a revivir con Jesús los cuarenta días que pasó en el Monte de la Cuarentena, orando y ayunando, antes de emprender su misión salvadora. Como Jesús, nosotros, con todos los cristianos del mundo, emprendemos hoy un camino de ascesis, de interioridad y de oración para dirigirnos espiritualmente al monte Calvario, meditando y reviviendo los misterios centrales de nuestra fe. De este modo, celebrando el misterio de la Cruz, nos prepararemos para gozar de la alegría de la Resurrección.

2. Los textos litúrgicos de estos días constituyen en su conjunto una vigorosa invitación a la conversión. En la oración colecta del Miércoles de Ceniza pedíamos al Señor que nosfortalezca con su auxilio para mantenernos en espíritu de conversión. Al mismo tiempo, el Señor por boca del profeta Joel nos decía: "convertíos a mí de todo corazón". Los textos litúrgicos de ayer domingo III de Cuaresma contenían una invitación vibrante a la conversión. Y ¿qué es la conversión? Os respondo tomando un ejemplo del mundo del arte: Cuentan los cronistas de la época que cuando el pintor sevillano Diego Velázquez terminó de pintar en 1.657 el cuadro de las Hilanderas, salió de sus manos una obra absolutamente perfecta, una obra fascinante. El lienzo estaba terso, los colores eran nítidos y brillantes. La escena de las mujeres hilando tenía tal realismo que hasta se percibía el aire de la estancia. El paso de los años, sin embargo, fue deteriorando la obra. La luz y el polvo fueron velando los colores, la pintura se oscureció, el lienzo fue resquebrajándose y perdiendo consistencia e incluso fueron apareciendo desconchones y pérdida de pintura. Como consecuencia de todo ello, hace unos años el cuadro hubo de ser restaurado: el lienzo fue entretelado para darle solidez. Fue limpiado, recuperando la primitiva brillantez de los colores. Y fue reintegrado allí donde se había producido pérdida de pintura. Después de esta tarea apareció la obra en todo su esplendor, tal y como salió de las manos del artista. El cuadro había sido restaurado, renovado, recreado, convertido a su primitiva belleza. Restauración, renovación, recreación y conversión son palabras que describen de forma muy adecuada el espíritu de la Cuaresma, cuya tercera semana, su ecuador, su momento más álgido iniciábamos ayer.

3. Como el cuadro de Velázquez, también cada uno de nosotros después de nuestro bautismo, fuimos una obra perfecta salida de las manos de Dios. En el Bautismo fuimos incorporados a Cristo, unidos a Él, recibimos la gracia santificante que nos hizo hijos de Dios y partícipes de su naturaleza divina y miembros de la familia de Dios, convirtiéndonos además en templos de la Santísima Trinidad. Toda la Trinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo- vinieron a habitar en nosotros. Por el bautismo además quedamos constituidos en miembros de la Iglesia, permitiéndonos vivir nuestra fe no de forma aislada en individual, por libre o a la intemperie, sino acompañados, sostenidos y guiados por una auténtica comunidad de hermanos. Muy probablemente, sin embargo, ese cuadro ideal se ha ido deteriorando en nosotros con el paso del tiempo. A lo largo de nuestra vida de adultos, nuestra alma ha ido perdiendo su belleza originaria, su primitiva tersura y perfección. Los vivos colores diseñados por Dios se han ido velando como consecuencia de nuestras imperfecciones y de nuestros pecados personales. Los pecados veniales han oscurecido la belleza de la gracia divina en nosotros y hasta es posible que el pecado mortal habitual haya entenebrecido completamente las entretelas de nuestra alma, quebrando totalmente el cuadro de la presencia de la Santísima Trinidad en nosotros.

4. Por todo ello, nuestra Madre la Iglesia, sitúa cada año en el corazón del año litúrgico el tiempo de Cuaresma, un tiempo especialmente fuerte en el que nos invita a la renovación, a la conversión, a la restauración de nuestra vida cristiana. "Restáuranos, Señor, con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas". Esta es la oración con la que ayer iniciábamos la Eucaristía  y ésta debería ser también nuestra petición al Señor a lo largo de esta Cuaresma: Restáuranos, Señor, con tu misericordia. Conviértenos a Ti, Señor, Salvador nuestro. Crea en nosotros un corazón nuevo.

5. Efectivamente, nuestra conversión debe comenzar por el corazón, sede de los sentimientos y de los afectos, de la bondad y la maldad, que después rebosan y se manifiestan en nuestra boca y en nuestras obras. Por ello, en el tiempo litúrgico que hoy iniciamos, el Señor nos llama a la conversión del corazón, a rasgar los corazones y no las vestiduras. No se trata, pues, de un cambio superficial, cosmético o aparente, sino de penetrar con hondura y verdad en el fondo, en lo más recóndito, de nuestro corazón, para descubrir nuestras miserias, esclavitudes y claudicaciones, el egoísmo insolidario, la envidia, la impureza, la tibieza y la resistencia pertinaz a la gracia de Dios, es decir, la triste realidad del pecado en nosotros, que probablemente no es fruto de la maldad sino de la cobardía y de la falta de generosidad.

6. Nuestra vuelta al Señor exige también la conversión de la mente, que en muchas ocasiones es la verdadera raíz de nuestros desvaríos y hasta de la pérdida de la fe. El llamado pensamiento débil, los estilos de vida que difunden algunos medios de comunicación social, algunas leyes que afectan a materias tan sensibles como la educación de la juventud, el matrimonio, la familia, las fuentes de la vida y su final, van creando estados de opinión en los que se canonizan comportamientos y formas de vida objetivamente desordenados, al tiempo que se favorece la confusión entre moralidad y legalidad, como si todo lo que es legal fuera moral. Me estoy refiriendo al aborto, que en el año 2011 en España segó en su raíz más de 110.000 vidas no nacidas, la eutanasia, que está semilegalizada en los textos legislativos de algunas Autonom&iacut
e;as, la investigación con embriones y la extensión abusiva del concepto de matrimonio a realidades que no lo son. No hace muchos días una joven de familia muy cristiana, educada en un colegio de religiosas, me defendía la bondad del llamado matrimonio homosexual e, incluso del aborto, en nombre del progreso, de la piedad y de la solidaridad. 

7. Hemos de estar muy encima de nosotros mismos para no sucumbir y aceptar como morales, en nombre de la compasión y de los avances científicos, formas de pensamiento y pautas legales pretendidamente humanistas, pero que se oponen frontalmente a la Ley de Dios. Porque no hay peor corrupción que aquella que afecta a la razón, en esta Cuaresma hemos de afrontar también con sinceridad y humildad la conversión de la mente, de nuestros criterios, de nuestras convicciones, en ocasiones contrarias al Evangelio, y practicar la "metanoia" de la que nos habla la Palabra de Dios, el "cambio de mente", que no es otra cosa que la vuelta del hombre entero a Dios, con alma y cuerpo, inteligencia y voluntad.

8. A esa transformación nos invitaba la liturgia de ayer domingo con una imagen muy familiar y cercana a cada uno de nosotros: el agua, el agua material del pozo de Jacob, que anuncia el agua viva que promete el Señor a la Samaritana, en el Evangelio que ayer proclamábamos. ¿Qué es esa agua viva de la que habla el Señor, que es un auténtico don de Dios, que calma absolutamente nuestra sed, y que se convierte dentro de nosotros -según la palabra de Jesús- en un surtidor que salta hasta la vida eterna? La respuesta es muy sencilla: esa agua viva es la gracia santificante, que nos transforma, que nos diviniza, que nos hace hijos del Padre, hermanos del Hijo y ungidos por el Espíritu. La gracia santificante nos fue merecida por Jesús de una vez para siempre en la Cruz y Él la entregó a la Iglesia para que la distribuya y la aplique a los hombres de todos los tiempos a través de los sacramentos.

9. Comprenderemos muy bien la importancia de la vida de la gracia en nuestra vida cristiana si reflexionamos brevemente sobre la importancia del agua natural en nuestra vida cotidiana. En la vida ordinaria, el agua es un elemento absolutamente imprescindible: con ella nos lavamos y nos purificamos. Ella sacia nuestra sed. Con ella preparamos los alimentos. Ella fecunda y vivifica nuestros campos. Ella hace posible la vida de los animales y de las plantas. Sin ella no existiría la vida. Si ella desapareciera de la faz de la tierra, muy pronto las plantas, los animales y el hombre estaríamos abocados a la muerte. En este sentido, el agua es un auténtico tesoro.

10. Pues bien, la misma importancia que tiene el agua en la vida natural, la tiene el agua viva, de la que nos hablaba el Señor en el Evangelio de ayer, es decir, la gracia santificante, en nuestra vida cristiana. Sin ella, estamos muertos en el orden sobrenatural. Ella es nuestra mayor riqueza. Más importante que el dinero, que la salud, que la belleza, y la ciencia y todos los títulos que el  hombre pueda reunir en este mundo. La gracia santificante, como nos dice el Señor en el Evangelio, es como ese tesoro que descubre  un hombre enterrado en el campo e inmediatamente vende cuanto tiene y compra aquel campo, o como esa piedra preciosa que descubre el mercader de piedras finas y que da todo lo que tiene para lograrla.

11. La gracia santificante en realidad es lo único necesario, lo único decisivo en nuestra vida cristiana. No faltan cristianos, sin embargo, que creen que lo son porque oyen misa los domingos o porque pertenecen a tal o cual cofradía, o porque rezan al acostarse las Tres Ave Marías o llevan al cuello un escapulario de la Virgen. Y todo ello es importante: oír Misa los domingos es un Mandamiento de la Iglesia, que tendremos que cumplir con fidelidad cada domingo; y las otras devociones pueden ser interesantes y aconsejables. Pero ello  sólo no basta. Lo decisivo, el verdadero sello de identidad del cristiano, es vivir en gracia de Dios, lo único por lo que merece la pena luchar, vigilar, sufrir y hasta morir, como han hecho los mejores amigos de Dios que son los mártires y los santos.

12. El Concilio Vaticano II nos ha dicho que es verdad que el cristiano que vive habitualmente en pecado mortal sigue siendo miembro de la Iglesia con tal de que no pierda la fe y la esperanza; pero nos dice al mismo tiempo que es un miembro imperfecto, un miembro aparente, como diría San Agustín. Está en la Iglesia físicamente pero no con el corazón y desde luego no es miembro de la Iglesia con la misma intensidad y con la misma plenitud que aquel cristiano que vive habitualmente en gracia. Este sí que es un miembro pleno, porque vive la vida propia de los hijos de Dios, lo que constituye la esencia de la Iglesia. Os invito, pues, con la liturgia de estos días de Cuaresma, queridos hermanos y hermanas, a valorar y estimar la vida de la gracia, y a vivirla en toda su plenitud. Luchemos contra el pecado venial, que vela en nosotros la imagen de Dios. Luchemos sobre todo contra el pecado mortal, que la destruye totalmente. Volvamos al Señor y renovemos en nosotros la gracia bautismal. Restauremos de verdad nuestra vida cristiana. La gracia de Dios no nos va a faltar. Él nos la da a raudales en ese sacramento maravilloso que es el sacramento de la penitencia, sacramento de la paz y de la alegría, el sacramento del encuentro con Dios, que cada día hemos de estimar más.

13. ¿Y cuáles son los caminos de nuestra conversión? ¿Cuál es el ambiente que favorece y propicia la conversión? La respuesta es muy sencilla: el primer camino de nuestra conversión es el silencio, la soledad sonora del desierto interior tan necesaria en nuestra sociedad llena de ruidos y de reclamos publicitarios, a imitación de Jesús, que para iniciar la Pascua redentora, se retira al Monte de la Cuarentena para estar a solas con el Padre. Por ello, actitud fundamental en la Cuaresma es también la escucha de la Palabra de Dios y la oración intensa, humilde y confiada, ese diálogo amoroso con nuestro Padre "que está en lo escondido", como nos dice el Señor en el Evangelio, y que nos ayuda a ahondar en el espíritu de conversión. En ella confrontamos nuestro tono espiritual desvitalizado y vacilante con el plan de Dios sobre nosotros. En ella reconocemos nuestras miserias, nos encomendamos a la piedad del Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, que siempre nos espera y nos perdona. En la oración impetramos de Dios un corazón nuevo y le pedimos que nos renueve por dentro con espíritu firme, que nos conceda experimentar la alegría de su salvación y nos afiance con espíritu generoso en la amistad e intimidad con Él. Como nos dice el Santo Padre en la encíclica Deus charitas est, Él es la opción fundamental de nuestra vida, pues "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (n. 1).

14. Junto al desierto y la oración, los otros caminos de la Cuaresma son el ayuno que macera y modula nuestro espíritu y lo hace más permeable a la gracia de Dios; la mortificación voluntaria que nos une a la Pasión de Cristo y que es fuente de energía sobrenatural y de santidad para la Iglesia; y la aceptación del dolor, las dificultades y los sufrimientos que la vida de cada día, la convivencia y nuestras propias limitaciones físicas o psicológicas nos deparan y que hemos de ofrecer al Señor como sacrificio de alabanza y como reparación por nuestros propios pecados y por el pecado del mundo. En la triste coyuntura que estamos viviendo, de tanta pobreza, dolor y sufrimiento para tantos hermanos nuestros, las víctimas de la crisis económica, hemos de insistir más que nunca en la limosna discreta y silenciosa, sólo conocida por el Padre que ve en lo secreto, como nos dice el Señor en el Evangelio y que sale al paso del hermano pobre y necesitado. En esta coyuntura hemos de bajarnos como el buen samaritano de nuestra propia cabalgadura y arrodillarnos juntos a las víctimas de la crisis, para curarles las heridas físicas o morales, para ponernos de su parte  en su lugar. Hemos de compartir con ellas no sólo lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario, porque cuando el amor no cuesta, es pura hipocresía. 

15. Yo os invito a mirar a los pobres con la mirada conmovida de Cristo que se compadece de las multitudes que le siguen, pero cuya mirada tiene un horizonte más dilatado, pues se extiende a la humanidad entera, abrazando a todos los hombres y a cada uno "ofreciéndose a sí mismo como sacrificio de expiación". El Papa nos invita a sintonizar nuestra mirada con la mirada de Jesús, a hacer de nuestra vida un don, una donación de amor, dando respuesta generosa a las necesidades materiales de nuestros hermanos, y trabajando por el "desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres" (PP 42). En nuestra entrega a los hermanos no podemos olvidar que el mayor don que podemos ofrecerles es el don de la fe, pues como nos dice la Beata Teresa de Calcuta, "la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo" y "quien no da a Dios, da demasiado poco". 

16. En la praxis penitencial de la Iglesia antigua, un campo específico en la Cuaresma era la reconciliación con los enemigos. También para nosotros debe ser un camino peculiar de Cuaresma la renovación de nuestra fraternidad, la conversión a nuestros hermanos, el perdón incluso a quienes no nos quieren bien o nos han ofendido, la purificación de la memoria individual como fruto de la propia experiencia del perdón y de la misericordia de Dios en el sacramento de la penitencia. El cristiano debe perdonar incluso a aquel que le ha ofendido y golpeado injustamente. El Señor ha ido por delante, nos ha dado ejemplo y espera que nosotros le sigamos, considerando al otro no como un enemigo, sino como un hermano.

17. En el mensaje que el Santo Padre nos ha dirigido con ocasión de esta Cuaresma del año 2012, nos ha invitado a fijar nuestros ojos en nuestros hermanos, a estar atentos a las necesidades de los otros, a superar la indiferencia cainita y el desinterés que nacen del egoísmo, enmascarado por una apariencia de respeto por la esfera privada de nuestros semejantes. El Papa nos emplaza a “cuidar” y “ser guardianes” de nuestros hermanos no solamente en el plano físico o corporal sino también en la esfera moral y espiritual. “En general, hoy en día –nos dice el Papa- se es muy sensible al cuidado y amor que busca el bien físico o material de los otros, pero casi no se hace ninguna mención de la responsabilidad espiritual por los hermanos… En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario redescubrir la importancia de la corrección fraterna, con vistas a la santidad”, una corrección fraterna realizada con mesura y con humildad.

18.  Queridos hermanos y hermanas: en el ecuador de la Cuaresma, tiempo de gracia y salvación, os invito con San Pablo a dejaros reconciliar con Dios, que está siempre dispuesto, como en el caso del hijo pródigo, a acogernos, a recibirnos, a abrazarnos y a restaurar en nosotros la condición filial en el sacramento de la penitencia, que cada día debemos apreciar más. Os invito a tomar muy en serio este tiempo de gracia y salvación ; a no echar en saco roto la gracia de Dios que va a derramarse a raudales sobre nosotros en esta nueva Pascua, en este nuevo paso del Señor junto a nosotros, a la vera de nuestras vidas para convertirlas, recrearlas y renovarlas. Abridle con generosidad las puertas de vuestros corazones y de vuestras vidas.

19. Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta primera conferencia cuaresmal: que vuestros quehaceres, la participación en las manifestaciones de la piedad popular tan exuberante en Sevilla, que los agobios y las prisas que a todos nos acucian no nos alejen  de lo esencial en esta Cuaresma y en la Semana Santa que ya adivinamos en lontananza. No consintáis que la Cuaresma se os escape de las manos. A los cofrades les digo que en las próximas semanas, va a ser muy importante para vosotros los Cofrades revivir una vez más vuestras hermosas y añejas tradiciones. Creedme si os digo que sólo una cosa es decisiva: nuestra vuelta al Señor, nuestra conversión a Él. Que nada nos distraiga de lo esencial, Jesucristo, que es mucho más que una idea, un sentimiento, unas tradiciones e, incluso, que un sistema de valores éticos y morales. Sólo el encuentro personal, hondo y cálido, con Jesucristo salvador y redentor del hombre y del mundo, vivo en su Iglesia, que transforma nuestras vidas desde dentro y que se hace presente de modo eminente en la liturgia del Triduo Pascual, dará sentido y autenticidad a todo lo demás. Que con la fuerza de su Espíritu, vosotros y nosotros, todos, nos dejemos reconciliar con Él, ganar y conquistar por Él. Éste será el mejor fruto de esta Cuaresma del año 2012. Así sea.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

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