Carta semanal del Arzobispo de Sevilla.
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos en este domingo la fiesta de la Presentación del Señor y, con ella, la Jornada de la Vida Consagrada, instituida por Juan Pablo II en 1997 para patentizar el aprecio de toda la Iglesia por este género de vida y por el signo extraordinario de la presencia amorosa de Dios en el mundo que son los consagrados, testigos del amor más grande y anticipo y profecía de lo que será la vida futura.
En esta Jornada damos gracias a Dios por su vocación, por la predilección singular que el Señor les ha mostrado al elegirlos como amigos, al llamarlos a su intimidad y al enviarlos como mensajeros y testigos. Mucho debe la Iglesia particular de Sevilla al trabajo pastoral de los religiosos y religiosas de vida activa, en la escuela católica, en la pastoral de la salud, en la pastoral penitenciaria y en el servicio a los más pobres. Damos gracias a Dios también por la vida escondida con Cristo en Dios de las monjas contemplativas, a las que tenemos muy presentes en la oración y el afecto en esta Jornada, y que desde su ocultamiento son un verdadero torrente de energía sobrenatural para nuestra Iglesia.
En la fiesta de la Presentación del Señor al Padre celestial, queridos consagrados, estáis convocados a renovar vuestro ofrecimiento y consagración al Señor y a robustecer aquel primer encuentro con Jesús, fraguado en la intimidad personal de cada uno, en el que os sentisteis seducidos por Él y os decidisteis a seguirle y entregarle la vida, encuentro que después se selló en vuestra profesión religiosa. ¿Y cuáles son los caminos y los ámbitos para robustecer ese encuentro? El lugar privilegiado es el santuario, como nos dice el profeta Malaquías en la primera lectura de esta fiesta. En él se reúne la asamblea para renovar el memorial de la Pasión del Señor, celebrar su muerte y resurrección y escuchar su Palabra. Allí se hace presente para ser adorado, visitado y acompañado. El santuario, la capilla, el oratorio debe ser el centro y el corazón de cada comunidad, nuestro verdadero hogar, el horno en el que se cuece el pan de la fraternidad, el manantial de nuestra vida interior, donde nos vamos configurando con Él por el trato y la amistad y donde adquirimos sus sentimientos y su estilo de vida; donde, por fin, afianzamos cada día los fundamentos sobrenaturales de nuestra vida, los únicos que dan consistencia, firmeza, estabilidad y sentido a nuestro trabajo pastoral y al servicio a nuestros hermanos.
Pero el santuario del nuevo Pueblo de Dios es también el Cuerpo de Cristo, su Santa Iglesia, prolongación de la encarnación, la Encarnación continuada. Ella es el lugar en el que Dios habita en espíritu y en verdad, el sacramento de la presencia y de la acción salvadora de Dios en favor de los hombres hasta que Él vuelva. De ahí la necesidad de crecer en eclesialidad, de amar a la Iglesia y de vivir en comunión con ella, no con una Iglesia ilusoria o idealizada, que sólo existirá al final de los tiempos, sino con la Iglesia de aquí y de ahora, la Iglesia que acaba de entrar en el Tercer Milenio del cristianismo bajo la guía del Espíritu y el cayado de los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, la Iglesia en la que el Señor nos ha situado, que es la Iglesia particular de Sevilla, a la que tenemos que amar, a la que servimos conociendo y aplicando sus Planes Pastorales, participando en sus gozos y esperanzas, en sus tristezas y angustias, pues ella es también, como concreción de la Iglesia universal, mediadora y sacramento de nuestro encuentro con el Señor.
Hay un tercer lugar de encuentro con el Señor, nuestros hermanos. Dios viene también a nuestro encuentro a través de ellos. El Hijo de Dios se ha encarnado en la persona de cada hombre y de cada mujer, especialmente en los más débiles y pobres, en los marginados, los inmigrantes, los enfermos, los ancianos y los niños, los que sufren y nos necesitan… En ellos nos espera el Señor y nosotros hemos de salir a su encuentro como Simeón, movidos por el Espíritu. En un mundo como el nuestro, en el que como os dejó escrito el Papa Juan Pablo II «no se han globalizado sólo la tecnología y la economía, sino también la inseguridad y el miedo, la criminalidad y la violencia, la injusticia y las guerras», los consagrados estáis llamados a trabajar en favor de la fraternidad y la justicia, que es tanto como decir a favor de la paz, que es su fruto natural.
Que la Santísima Virgen, la madre de los consagrados, nos aliente a ser en esta fiesta de las Candelas portadores de luz, lámparas vivientes en nuestras obras, en nuestras vidas, en nuestras tareas pastorales y en la vida de nuestras comunidades.
Para todos vosotros, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla