Homilía en la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

Por el Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo Vallejo. 1. Bienaventurados los humildes, los sencillos, los pobres, los que buscan la paz, los que tienen un corazón lleno de misericordia… Estas palabras parecen tan hermosas como imposibles. ¿Como pueden ser felices los que nada tienen?

Pero miramos a la Santísima Virgen María, enaltecida en cuerpo y alma y asunta a los cielos y, no solo lo comprendemos, sino que su vida y sus comportamientos, con Dios y con los hombres, son ejemplo que nos conmueve y arrastra. María Santísima, en esta fiesta de la Señora de los Reyes, nos lleva a asumir plenamente el Evangelio como norma de vida.

2. Hace pocas semanas, los jóvenes acudían, en Sydney, a la cita con el papa Benedicto XVI, para celebrar la jornada mundial de la juventud. Unidos a ese mismo encuentro, fueron miles los jóvenes de Andalucía los que se reunieron, en torno a la Virgen del Rocío, para celebrar su fe, para reafirmar su condición de cristianos, para asumir nuevos compromisos de caridad fraterna. La Iglesia es así: universal, viva, con esperanza.

Hoy hemos acudido a la catedral de Sevilla para celebrar esta gran fiesta de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo. Es la fe en Jesucristo, el hijo de Dios, el que nos ha convocado para festejar a su Madre. La profecía se ha cumplido en María: ¡Dichosa te llamarán todas las generaciones! Una muestra de esta constante devoción es el encuentro que, desde hace siglos, ofrece la Iglesia de Sevilla a su venerada Patrona, nuestra Señora de los Reyes.

3. Veneramos a María Santísima, porque en ella vemos a la mujer que nos ofrece el más acabado modelo de fidelidad a Dios. Durante toda su vida, la palabra de Dios estuvo en su mente y en su corazón, en todas sus acciones. La que con tal firmeza caminó por este mundo, asentada en la palabra de Dios, es elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Dios enaltece a los que a Dios se acogen.

La que estuviera llena de gracia, es ahora coronada como Reina y Señora, para ser mano bondadosa que nos reparte de los méritos de su hijo Jesucristo. Madre que nos cubre con su manto de misericordia y que nos va llevando hasta su hijo Jesucristo, nuestro Dios y Señor.

4. María fue a felicitar a su prima Santa Isabel, porque iba a ser madre. Se olvida de sí misma para ocuparse de las alegrías de los demás. Fue a felicitar la que merecía la más grande de las bendiciones: bendita tu María, porque has creído. Y lo que Dios te ha dicho se cumplirá.

Tendremos, pues, que dejarnos felicitar por María, y vivir las palabras que nos dice: Dichosos vosotros, porque a pesar de los muchos pecados, Jesucristo os puede perdonar. Dichosos vosotros, los que habéis formado una familia, porque Dios llenará vuestra casa de la mejor de todas las bendiciones: el amor de vuestros hijos. Dichosos los que con vuestro esfuerzo os ganáis el pan de cada día y podéis llevar felicidad a vuestra familia. Dichosos los pobres, porque Dios será vuestro protector. Dichosos vosotros los enfermos, porque junto a la cruz de Cristo tendréis el consuelo de la esperanza.

Estas palabras no son alabanza a la pobreza, al cansancio y la fatiga, a la enfermedad…, sino anuncio de que el amor de Dios y de su Madre Santísima nos acompaña a todos.

Dichosa Sevilla, porque con esta devoción junto a nuestra Madre amantísima de los Reyes, has sabido formar una comunidad en la que, guardando lo mejor de su cultura y de sus tradiciones religiosas, es espejo permanente de fidelidad a la fe cristiana recibida. Dichosa Sevilla, porque tienes como ejemplo y modelo a la más santa de las mujeres, la Santísima Virgen María que, de generación en generación, viene siendo maestra de cuantos en esta Ciudad la veneran como Patrona.

Salve, pues, Señora, elevada al cielo en cuerpo y alma. Salve, Señora de los Reyes, consuelo de los que sufren, amparo de quienes  perdieron la esperanza, madre de todos, reina de Sevilla.

5. Esta devoción sincera a María no puede ser únicamente un vestido precioso para un día de fiesta, sino traje diario por el que se nos reconozca como auténticos hermanos de Jesucristo, el hijo de María. Que pueda siempre decirse de nosotros que nos parecemos a nuestra Madre, en nuestra manera de mirar a Dios y de servir a todos. Que la conducta ejemplar de los hijos será la mejor honra y alegría de la Madre.

Pero no olvidemos que nuestra Madre Inmaculada fue redimida con la sangre y la cruz de su Hijo. En la cruz de Jesús se dieron cita los sentimientos y las reacciones más deleznables del corazón humano. Con nuestros convencimientos sobre derechos humanos y respeto por la dignidad del hombre, nos indignaríamos por tanta conculcación de los derechos a la integridad de la persona.

La cruz que está sobre los hombros de nuestros hermanos, también es una cruz verdadera. Quien hace de la cruz de Jesús timbre de gloria -¡Líbreme Dios de gloriarme si no en la cruz..!- no puede olvidarse del sufrimiento de los hombres y mujeres que padecen desde la enfermedad hasta la injusticia, pasando por tantas circunstancias adversas, que le producen un estado de dolor, contra las que hay que luchar con todas las fuerzas.

Y, por encima de todo, que jamas seamos nosotros mismos los culpables de esas cruces. Promotores de la justicia, de la caridad, de la comprensión, del apoyo a toda obra buena, dispuestos a ser cireneos de los agobiados por el peso de sus cruces. Que las cruces pesen un poco menos en los hombros de los que las padecen. Es imposible desterrarlas, pero siempre será posible hacérselas un poco más llevaderas. La cruz sigue incrustada en la carne y en el corazón de todos los hombres. Por eso el que ha entendido la cruz en Cristo, tiene que luchar contra ella con todas sus fuerzas.

Se nos anuncian momentos difíciles para nuestra economía. Ni que decir tiene que, en manera alguna, voy a proponer soluciones técnicas, ni políticas, si siquiera sociales. Pero, desde la responsabilidad moral que nos ofrece la luz del Evangelio, y sabiendo quienes van a ser los más afectados en estos momentos de dificultad, quiero recomendar lo siguiente:
– Que en todas las parroquias haya una atención particular para aquellas personas que puedan estar en especial situación de dificultad. Estimular la caridad fraterna de los fieles, recordarles la obligación de compartir los bienes que recibimos del Señor.

– Nuestras comunidades de vida consagrada, asociaciones, movimientos y hermandades, que en sus programas de acción caritativa y social hagan un esfuerzo de generosidad en estos momentos de dificultad.

– Colaboraremos con otras asociaciones y entidades ciudadanas en aquellas acciones sociales de solidaridad y apoyo a los más afectados.

– Las distintas secciones de Caritas diocesana facilitarán las informaciones y sugerencias necesarias para emprender las acciones más convenientes.

– Recordar la doctrina social de la Iglesia, particularmente en todo aquello que se refiere al derecho al trabajo y a tener un empleo digno, y apoyar aquellas justas medidas que propongan las autoridades competentes.   

Pedir a Dios que ayude a los dirigentes para que puedan encontrar, cuanto antes, los mejores caminos de solución. Que todos sepamos cumplir con nue
stras obligaciones como ciudadanos y como cristianos. Y no olvidar nunca que la primera norma y regla de nuestra vida es la del mandamiento nuevo del Señor, el amor fraterno.

6. En esta fiesta de la Asunción de María a los cielos, no hemos encontrado regalo alguno mejor para obsequiar a nuestra Madre que los sentimientos de amor filial de sus hijos, y un poco del pan de cada día. Se lo ofrecemos para que su hijo Jesucristo llene nuestra mesa del alimento santo de la Eucaristía.

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