Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses. Centenario de la Fundación de la Pontificia, Patriarcal e Ilustrísima Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y María Santísima de la Angustia, de Sevilla.
Domingo XXXIII Tiempo Ordinario, ciclo B. 16 de noviembre de 2024. Lecturas: Daniel 12,1-3; Sal 15; Heb 10,11-14. 18; Mc 13, 24-32.
La Hermandad de los Estudiantes celebra hoy el centenario de su fundación. Damos gracias a Dios, al Cristo de la Buena Muerte y a María Santísima de la Angustia, por todos los dones recibidos en estos 100 años, por toda la gracia, por todo el amor, por la vida compartida en la Iglesia y en la Hermandad, por todos los hermanos que nos han precedido en este camino.
El Evangelio de este domingo nos invita a meditar sobre el fin de los tiempos, que coincidirá con el retorno glorioso de Cristo y con el cumplimiento de la historia de la salvación. Las pruebas y los sufrimientos de aquella hora serán la última llamada a la conversión. Toda la historia está orientada hacia esta venida gloriosa del Señor. Las imágenes cósmicas del sol que se oscurece, la luna que deja de brillar y las estrellas que caen, quieren subrayar con un lenguaje simbólico esta venida gloriosa en poder y majestad.
Una de las tentaciones del hombre moderno es la pretensión de conocer y controlar todas las realidades de la vida desde la racionalidad científica, de ahí que se interese por el origen del universo y por el fin del mundo. Son preguntas que también se hace todo creyente, pero el hombre de fe ha de superar esas pretensiones, y también las alarmas apocalípticas que, de tanto en tanto, aparecen en la sociedad. Porque el futuro está en manos de Dios, y el cristiano ha de vivir el momento presente sin nostalgias del pasado ni agobios respecto al futuro. Sólo el Padre conoce el día y la hora.
La parábola de la higuera es una invitación a la vigilancia continua. Hay que mantener la esperanza, una esperanza sana y firme, viviendo el presente con actitud vigilante: como centinelas fieles que están siempre a punto esperando la llegada del Señor, porque su venida nos es desconocida. Nuestra vigilancia debe orientarse también a descubrir los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio. Así podremos captar como Dios va actuando en la Historia y, a la vez, viviremos con intensidad el tiempo que Dios nos concede y la relación con las personas que comparten nuestro camino.
Pidamos al Señor la gracia de ser auténticos mensajeros de esperanza en el mundo. Muchos de nuestros coetáneos la han perdido, sobre todo porque han dejado que se apagara la llama de la fe. Pero, a la vez, están buscando continuamente sentido a sus vidas, están sedientos de esperanza y se preguntan dónde la podrán encontrar. Pues bien, la gran esperanza no es una idea, o un sentimiento o un valor; es una persona viva: Jesucristo. En Él podemos confiar, a Él podemos entregar nuestra vida, porque el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán.
La Hermandad de los Estudiantes celebra el centenario de su fundación. Nació con la sencillez de un grano de mostaza, con la humildad de un poco de levadura: por la fe y la devoción que despertaba una imagen del Señor en la Universidad, y posteriormente la de la Virgen de la Angustia, que fue germen de una Hermandad única en su idiosincrasia. Hay mucho que agradecer a los hermanos fundadores, y también cabe destacar la labor y el compromiso de todas las generaciones de hermanos que les fueron sucediendo y recogieron el testigo de la misión de ser reflejo de la luz de Cristo en la Universidad y hacer que la Hermandad sea la gran familia abierta a todos.
El lema de la Hermandad es “perfundet omnia luce”, “todo brilla con la luz”. La imagen de la luz está muy presente en la Sagrada Escritura. Según el profeta Isaías, la luz de Israel y de todas las naciones el Mesías. En el evangelio de san Juan (cf. 8,14), Jesús afirma de sí mismo que es la luz del mundo, y lo mismo afirma de los discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”. Es este un profundo misterio: la luz de Dios brilla en la faz de Cristo y de ella se irradia al corazón de los apóstoles, y por los apóstoles al mundo (cf. II Cor 4,6). Como Cristo es la luz del Padre, los apóstoles son la luz de Cristo. Esta expresión contiene una significación profunda y un compromiso enorme. Ahora bien, sólo podremos ser luz en la medida que vivamos unidos a Cristo, permaneciendo en él, siendo transparencia de su luz, a partir de una experiencia de encuentro que cambia el corazón, que cambia la vida entera.
A lo largo de su historia centenaria, la Hermandad ha llevado a cabo diferentes iniciativas a modo de misión popular: la Santa Misión en 1952 para universitarios en el templo de la Anunciación; participó también en la Misión General que se llevó a cabo en toda la Archidiócesis de Sevilla en 1965; y, por último, la Misión que se ha desarrollado con ocasión del centenario, con grupos de diálogo en los distintos campus universitarios que han ofrecido el espacio para compartir inquietudes, preguntas y respuestas, dudas y certezas, al propiciar diferentes temas de conversación que tienen lugar y sentido en la universidad.
Hermanos Mayores, Directores Espirituales, Juntas de Gobierno y miembros de la Hermandad, han sido fieles a su identidad universitaria y, al mismo tiempo, han dialogado y han interpelado a una sociedad cada vez más influida por la secularización. Cuantos ciclos de conferencias y tertulias, coloquios y mesas redondas, actividades orientadas a la síntesis entre fe y razón, porque “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad», tal como nos enseñó san Juan Pablo II; cuantas energías dedicadas desde el principio de la “caridad intelectual”, para guiar a jóvenes y adultos hasta el conocimiento de la verdad, como subrayó el papa Benedicto XVI; cuantos trabajos encaminados a encontrarse y entrar en diálogo con los otros, a “crear redes” entre las distintas instituciones, como nos insiste el papa Francisco.
Las celebraciones, los encuentros de oración y los retiros espirituales han sido fundamentales para mantener viva la llama de la fe. El acompañamiento espiritual y la formación personalizada han sostenido a muchas personas a lo largo del camino. Permitidme un recuerdo entrañable y agradecido a don Juan del Río, hermano en el episcopado, y a tantas personas que han dedicado su tiempo, sus energías, su cariño, su corazón. A la vez, el reconocimiento a una acción caritativa y social tan creativa como eficaz en el campus y en lugares más allá de nuestras fronteras.
En este día de fiesta damos gracias al Señor por todo el amor recibido y compartido en estos 100 años. Contemplamos el pasado con agradecimiento, afrontamos el futuro con confianza, y vivimos el presente con pasión, con la gracia del Cristo de la Buena Muerte, centro y fundamento de nuestra vida; de la mano de María Santísima de la Angustia, que está presente en todo momento y nos protege; en la compañía de los hermanos con los que seguimos haciendo camino. Así sea.