Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la celebración del 75 aniversario de la primera peregrinación de la Hermandad del Rocío de Sevilla al Rocío. Iglesia Colegial del Divino Salvador de Sevilla, 22 de diciembre de 2025
- Saludo. Queridos hermanos y hermanas en el Señor: Nos reunimos esta tarde en la Colegial del Divino Salvador, en el corazón de Sevilla, para celebrar la Eucaristía en este día en que la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de Sevilla convoca su tradicional procesión anual con la imagen de la Virgen del Rocío. Es un momento de gracia, de profunda devoción mariana y de acción de gracias, que este año se reviste de un significado especial: coincidimos con la Clausura del 75 aniversario de aquella primera peregrinación de esta Hermandad a la Aldea del Rocío, acontecimiento espiritual que marcó para siempre la historia rociera de Sevilla.
- Este día 22 de diciembre nos sitúa ya en el umbral mismo de la Navidad. Las puertas del Misterio están a punto de abrirse, y la liturgia de estos días nos conduce de la mano hacia Belén, donde la Virgen María dará a luz al Hijo eterno del Padre. Hoy la Palabra nos ayuda a contemplar a María en su actitud profunda: la mujer que escucha, acoge y proclama las grandezas de Dios, la mujer que vive en absoluta disponibilidad y que se convierte plenamente en Madre del Mesías.
- En la primera lectura hemos escuchado el gesto de Ana, madre de Samuel, que presenta al niño en el templo y lo ofrece al Señor: «Yo le ofrecí al Señor el hijo que pedí; por eso ahora se lo cedo al Señor de por vida» (1 Sam 1,28). Ana simboliza a todos los creyentes que reconocen que lo que son y lo que tienen es don de Dios. Su corazón se llena de gozo porque sabe que Dios escucha a los humildes. En esta figura de Ana la Iglesia ha visto siempre un anticipo de la Virgen María. También María reconoce que todo procede de la misericordia divina. Por eso expresa su alegría en el canto que acabamos de proclamar en el Evangelio: el Magnificat, la gran oración de alabanza y humildad.
- El Evangelio de hoy nos entrega uno de los textos más preciosos de toda la Escritura: el Magnificat, la oración de María que la Iglesia proclama cada día en la Liturgia de las Horas. Nuestras voces, siglos después, se unen al canto de la Madre de Dios: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador…» (Lc 1,46-47). Este canto es mucho más que una expresión de piedad: es un programa espiritual y moral para todo cristiano. María proclama que Dios se fija en la pequeñez, actúa con poder, derriba la soberbia, enaltece a los humildes y colma de bienes a los hambrientos. En Él encuentra fundamento la esperanza del pueblo fiel. El Magnificat es, también para nosotros, una escuela de contemplación y de compromiso: quien canta el Magnificat no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de los pobres, la injusticia o la soberbia que divide.
- En este 75 aniversario de la primera peregrinación de la Hermandad de Sevilla al Rocío, resuenan en nuestra memoria tantos momentos vividos con profundidad espiritual en el camino, en la Aldea, ante la Señora. Tantas generaciones han encontrado en Ella consuelo, luz, fortaleza y guía. La historia del Rocío en Sevilla es una historia de fe transmitida de padres a hijos, una historia de hermandad y de fraternidad, una historia de gracia. Vuestra Hermandad nació de ese deseo profundo de vivir la fe junto a María, de caminar hacia Cristo de la mano de la Madre. Y aquella primera peregrinación —año 1950, año santo, año mariano— marcó un antes y un después. Setenta y cinco años después, seguimos constatando los frutos: vocaciones nacidas en el Rocío, conversiones, reconciliaciones, renovaciones espirituales, familias que han encontrado esperanza, enfermos confortados, jóvenes orientados a un camino nuevo. La Virgen del Rocío ha sido y sigue siendo un faro luminoso para el pueblo cristiano.
- El camino rociero, lo sabéis bien, no es sólo una experiencia cultural o festiva: es esencialmente una experiencia espiritual. El camino educa el corazón en el silencio interior, en la fraternidad, en la acogida, en la paciencia, en la alegría compartida, en la oración confiada. El camino enseña a ponerse en manos de Dios, a descubrir que no avanzamos solos, a escuchar la Palabra, a sentir que el Señor camina con nosotros. En ese sentido, la figura de María nos acompaña especialmente. Ella es la Mujer del camino: desde Nazaret a Belén, de Belén a Egipto, de Egipto a Nazaret, de Nazaret a Jerusalén… María conoce el cansancio, la incertidumbre, la pobreza, la entrega. Por eso el camino del Rocío es profundamente mariano: en cada paso reconocemos los pasos de Ella; en cada cansancio descubrimos su fortaleza; en cada alegría sentimos su presencia.
- Estamos ya en los últimos días del Adviento, días marcados por la figura de María. La liturgia de hoy nos invita a ponernos en su escuela: una escuela de disponibilidad, de humildad y de confianza absoluta en Dios. Adviento es esperar a Cristo, pero no con los brazos cruzados. Es esperar con obras de amor, con el corazón abierto, con la vida dispuesta a cambiar. El Adviento nos llama a la conversión, a preparar el corazón para el nacimiento del Salvador. Estamos a pocos días de bendecir el Misterio del Nacimiento. Y la Virgen nos enseña a vivir este tiempo con hondura interior, con recogimiento, con alegría profunda. Para esta Hermandad, celebrar el Adviento junto a la Virgen del Rocío tiene un significado especial: el Rocío es, en su esencia más pura, una promesa de esperanza. Su nombre mismo lo indica: el rocío es bendición que fecunda la tierra; es signo de vida nueva; es imagen del Espíritu Santo que renueva todas las cosas. María es Rocío para la Iglesia y para la humanidad.
- Tras la Eucaristía tendrá lugar la procesión con la imagen de Nuestra Señora del Rocío por las calles de Sevilla. No es una simple tradición: es una proclamación pública de fe. En estos tiempos tan necesitados de esperanza y de paz, la Virgen sale a nuestro encuentro y al encuentro de la ciudad. La procesión es una catequesis viva: las familias que se acercan, los niños que miran con admiración, los ancianos que rezan desde sus ventanas, todos reciben un mensaje de consuelo y de luz. La imagen de la Virgen del Rocío es un recordatorio de que Dios no abandona nunca a su pueblo, que María camina con nosotros, que la fe sigue siendo un manantial de esperanza para Sevilla y para el mundo. Que esta procesión sea una invitación a llevar a Cristo a las calles, al trabajo, a la vida cotidiana.
- Hoy damos gracias a Dios por estos setenta y cinco años de peregrinación y de vida espiritual ligados al Rocío. Damos gracias por los hermanos y hermanas que nos precedieron en la fe, por los fundadores de la Hermandad, por los peregrinos de aquel primer camino, por quienes han sostenido con fidelidad este patrimonio espiritual durante décadas. Damos gracias por los sacerdotes que os han acompañado, por los priostes, secretarios, presidentes, hermanos mayores, por los que han trabajado incansablemente para que la devoción rociera en Sevilla fuese siempre un camino hacia Cristo. Y damos gracias también por vosotros, los que hoy continuáis esta historia de amor a la Virgen.
- Queridos hermanos: Estamos a las puertas de la Navidad. Y en este día, junto a la Virgen del Rocío, pedimos la gracia de un corazón disponible, humilde y alegre. Que María nos enseñe a acoger al Salvador con la misma fe con la que Ella lo acogió. Que nos ayude a abrir las puertas de nuestra vida al Señor que viene. Que esta Eucaristía y la procesión que seguirá sean un canto de gratitud por todo lo que la Virgen ha hecho en esta Hermandad y una súplica confiada para que siga guiando nuestros pasos por el camino del Evangelio. Que la Virgen del Rocío, la Blanca Paloma, nos conceda un Adviento sereno, una Navidad llena de gracia y un año nuevo lleno de esperanza. Así sea.

