Carta semanal del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina.
Queridos hermanos y hermanas:
Pocas veces el mensaje de las lecturas bíblicas es tan concreto, tan explícito, tan universal y exigente como en este domingo. El tema que nos proponen es la vocación cristiana. Los relatos de las vocaciones de los profetas en el Antiguo Testamento son algunas de las escenas más impresionantes de la Biblia. En ellas se manifiesta, en primer lugar, la resistencia del llamado, el miedo al compromiso y la conciencia de su debilidad ante la misión que se le va a encomendar. Este es el caso de Moisés, de Isaías y de Jeremías. En un segundo momento, aparece la acogida de la palabra de Dios que llama, la generosidad y la confianza en Dios, que dice al elegido «no temas, porque yo estoy contigo».
Este es el retrato psicológico de toda vocación, un llamamiento dirigido a lo más profundo de la persona, que cambia radicalmente su existencia, no sólo en sus circunstancias externas, sino en su interior, en su corazón, haciendo de él una persona distinta, con nuevas exigencias y nuevos compromisos.
Otros rasgos de estas vocaciones es que Dios llama al elegido por su nombre. Incluso, en ocasiones, le cambia el nombre, para indicar su nueva situación. A partir de ese momento, es un extraño entre los suyos, puesto que su estilo de vida es una acusación implícita para muchos y sus criterios chocan con los criterios de la mayoría.
Dentro del único Cuerpo Místico de Cristo, el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, despliega diversos carismas, es decir, vocaciones específicas: al ministerio sacerdotal, a la vida religiosa, al matrimonio o a la especial consagración en medio del mundo. A cada uno de nosotros, sacerdotes, religiosos o laicos, el Señor nos ha conocido por nuestro nombre, antes de ser llamados a la existencia, y nos ha trazado un plan concreto y personal. En nuestro bautismo nos ha llamado a su seguimiento y es desde entonces «nuestro lote y nuestra herencia», como proclama el salmo responsorial de este domingo.
La Palabra de Dios nos señala hoy a todos, sacerdotes, religiosos, laicos, solteros o casados, jóvenes o mayores, cómo debe ser nuestra respuesta a la vocación que hemos recibido. El profeta Eliseo en la primera lectura nos invita a responder con prontitud y generosidad. Eliseo era un hombre rico. Estaba arando con doce yuntas de bueyes cuando es llamado por Dios a su servicio a través de la palabra de Elías. Nada le retiene, «cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Después se levantó y marchó tras Elías».
En el Evangelio el Señor nos muestra su género de vida. Mientras «las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, Él no tiene donde reclinar su cabeza», es decir, no tiene casa, ni posesiones, ni dinero. Con estas palabras nos invita a responder a nuestra vocación desde el desprendimiento de los bienes de la tierra, usándolos sin poner en ellos nuestro corazón, sin convertirlos en ídolos que nos impidan reconocer que Jesús es el único Señor que debe polarizar nuestros anhelos, nuestra afectividad y nuestras preocupaciones.
Ni siquiera el amor a la propia familia puede ser un obstáculo en el seguimiento del Señor. Por ello, en el Evangelio de hoy, a aquel discípulo al que invita a seguirle y le pide que previamente le deje ir a enterrar a su padre, o a aquel otro que le solicita ir antes a despedirse de sus familiares, les dice «deja que los muertos entierren a sus muertos», «El que pone la mano en el arado y mira para atrás no es apto para el Reino de Dios». El Señor en estos textos no nos dice que tengamos que despreciar o abandonar a nuestros padres o a nuestros familiares. Sí nos dice que los debemos poner en su lugar, poniéndole en primer término sólo a Él.
Si actuamos así y acogemos con alegría la invitación del Señor a seguirle, podemos estar ciertos de que, a pesar de las dificultades, no nos faltará la ayuda de la gracia de Dios, que, como a los profetas nos dice: «no temas que yo estoy contigo». Este es además el camino de la verdadera libertad, como nos dice san Pablo en la segunda lectura. La libertad no consiste en seguir en cada momento lo más fácil o lo más placentero, que, a menudo sólo lleva al envilecimiento y a la esclavitud de la persona. El hombre y la mujer sólo son verdaderamente libres si se someten amorosamente a la ley de Dios. Esa es la verdadera libertad con la que Cristo nos ha liberado, como nos dice san Pablo.
Que la Santísima Virgen, esclava del Señor y modelo de respuesta al plan de Dios y a la propia vocación, nos ayude a todos a vivir gozosamente, con prontitud y generosidad nuestra vocación cristiana.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan Jose Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla