Enviados a reconciliar

Carta Pastoral Semanal del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo, con motivo del Día del Seminario.

ENVIADOS A RECONCILIAR

CARTA PASTORAL DEL ARZOBISPO DE SEVILLA CON MOTIVO DEL DÍA DEL SEMINARIO                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 13, I, 2016

Queridos hermanos y hermanas:

                               El próximo domingo, 13 de marzo, quinto domingo de Cuaresma, celebraremos el Día del Seminario. Un año más, nuestra Archidiócesis se hace eco de una de las preocupaciones más hondas de la Iglesia hoy, las vocaciones sacerdotales. Nuestras comunidades necesitan pastores según el corazón de Dios, que las apacienten con celo, sabiduría y prudencia (Jer 3,15). Por ello, esta Jornada es una invitación a la responsabilidad de todos los cristianos en la promoción de las vocaciones al sacerdocio.


1. El sacerdote, ministro de la reconciliación.

El lema del Día del Seminario de este año, muy en la línea del  Jubileo de la Misericordia que nos ha regalado el papa Francisco, es  Enviados a reconciliar. El sacerdote bueno y celoso suele ser un referente estimable de cohesión, convergencia y comunión en la comunidad a la que sirve, la persona a la que los fieles acuden buscando consejo, consuelo o ayuda para restañar las relaciones rotas o las quiebras en la comunión fraterna. El sacerdote es con frecuencia humilde artesano de la paz, la concordia y la reconciliación en una sociedad en muchas ocasiones rota por las divisiones. Pero es, sobre todo, ministro de la  reconciliación con Dios y con la Iglesia en el sacramento del perdón, que es una de sus tareas más importantes, una tarea en la que puede hacer un bien muy grande como ministro de la paz y servidor de la alegría y del reencuentro del penitente con Dios.

En la bula Misericordiae vultus, por la que el Santo Padre convoca el Jubileo, el Papa nos dice que el confesor participa de la misma misión de Jesús y es signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y salva. El confesor acoge a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo a pesar de haber dilapidado sus bienes. Los confesores – añade el Papa- están llamados a abrazar a ese hijo arrepentido que vuelve a casa, y a manifestar la alegría por haberlo encontrado.

En la administración del sacramento de la reconciliación el sacerdote actúa “in persona Christi”, representando a Cristo que es quien verdaderamente perdona los pecados. Como afirma san Ambrosio de Milán en su tratado De Poenitentia, “el Señor quiere que sus sacerdotes tengan un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en su nombre todo lo que hizo cuando estaba en la tierra”. De ahí la gran dignidad de este ministerio, pues como afirma san Juan Crisóstomo en su tratado De Sacerdotio “los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles ni a los arcángeles… Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo”.

En la bula Misericordiae vultus el papa Francisco sitúa el sacramento de la reconciliación en el corazón del Jubileo de la Misericordia. Dios quiera que, con la ayuda de Dios, en este año se logre en la Iglesia dar pasos decisivos en la recuperación de este hermosísimo sacramento, el segundo bautismo, según los Padres de la Iglesia, manantial de vida interior, de fidelidad y de santidad, como no han cesado de repetir los últimos Papas.   


2. Nuestros Seminarios diocesanos.

El lema del Día del Seminario de este año nos viene a decir que una de las principales misiones del sacerdote es la administración del sacramento del perdón. Los sacerdotes en efecto son enviados a reconciliar. Para ello se preparan también los seminaristas. Nuestro Seminario Metropolitano de Santa María del Buen Aire y San Isidoro cuenta hoy con 48 seminaristas mayores y 8 menores, a los que hay que sumar los 16 seminaristas de nuestro Seminario, también diocesano, Redemptoris Mater. En la situación de penuria vocacional que asola a las Iglesias europeas en los últimos años, estos 72 jóvenes son un signo de esperanza para nuestra Archidiócesis. Su respuesta generosa a la vocación sacerdotal es una providencia de Dios, que no se olvida de su pueblo.

Sin embargo, no podemos dormirnos en los laureles. La mies es abundante y los trabajadores son pocos. En Europa y también en muchas Diócesis españolas la penuria vocacional es alarmante. No está lejos el día   en que deberemos intentar una mejor distribución del clero en España, de modo que las Diócesis con mayor número de sacerdotes compartan sus dones con las menos favorecidas. Por ello, necesitamos redoblar nuestro esfuerzo y la oración para que “el Dueño de la mies envíe operarios a su mies” (Mt 9,38), algo que está al alcance de todos, de los sacerdotes y consagrados, de los seminaristas y sus familias, de los fieles laicos, sobre todo los ancianos y enfermos, y singularmente, de las monjas contemplativas, a las que quiero agradecer su oración constante por esta intención, que con justicia podemos calificar como mayor. 


3.El quehacer y compromiso de los sacerdotes.

La pastoral vocacional es compromiso en primer lugar de los sacerdotes, a los que me dirijo con especial afecto para agradecerles  cuanto están haciendo en este sect
or de la pastoral diocesana. Les invito a seguir trabajando en este quehacer principalísimo de nuestra Iglesia, suscitando vocaciones sacerdotales en sus parroquias como signo de su amor al Señor, a la Iglesia y a su sacerdocio. Otro tanto debo decir de los seminaristas, especialmente en vacaciones. Su vida sencilla, piadosa y alegre debe ser una inequívoca pancarta, una invitación bien explicita a los jóvenes a plantearse un posible futuro vocacional. Antiguamente, los sacerdotes recién ordenados asumían, casi como un reto personal, la tarea de encontrar un candidato que ocupara el lugar que ellos habían dejado vacío en el Seminario. Era un modo precioso de comprometerse en esta pastoral específica, que pone de manifiesto un amor grande al Seminario y a la propia vocación.

Con nuestra palabra, alegría y entusiasmo, y sobre todo, con nuestro testimonio evangélico y nuestra entrega, los sacerdotes y seminaristas debemos despertar en los niños y jóvenes el deseo de ser como nosotros. Cultivad también a los grupos de acólitos o monaguillos. Como escribiera el papa Juan Pablo II, “en la parroquia se ve cada vez más claro que al crecimiento de las vocaciones, a la labor vocacional, contribuyen de manera especial los movimientos y asociaciones. Uno de los movimientos, o más bien de las asociaciones, que es típico de la parroquia, es el de los acólitos, de los que ayudan en las ceremonias. Eso sirve mucho a las futuras vocaciones. Así ha sucedido en el pasado. Muchos sacerdotes fueron antes acólitos. También hoy ayuda”.


4.La implicación de la pastoral juvenil y universitaria.

 

Me dirijo ahora a los responsables de la pastoral juvenil y universitaria de nuestra Archidiócesis. Las actividades que se vienen desarrollando en los últimos años en este sector pastoral han dado ya muy buenos frutos vocacionales. Me refiero a las Jornadas Mundiales de la Juventud, a los encuentros juveniles, los ejercicios espirituales para jóvenes, el Adoremus, etc. Al mismo tiempo que os agradezco vuestro trabajo con los jóvenes, os aliento a perseverar en este camino. Seguid empeñados en un pastoral juvenil seria, que vaya a las raíces de la vida cristiana. Mostrad a los jóvenes todo el atractivo del misterio de Cristo y de una vida comprometida en su seguimiento, sin disimulos, rebajas ni sucedáneos. Una buena pastoral juvenil, que forma a los jóvenes y estructura cristianamente su personalidad, los pone en camino de conversión y compromiso evangélico, los inicia en la oración, en la intimidad y amistad con el Señor, una pastoral juvenil que alecciona a los jóvenes en la experiencia de la generosidad, el descubrimiento del prójimo y la fraternidad, y que inculca el amor a la Iglesia, es siempre una excelente pastoral vocacional.


5.La familia, los catequistas y educadores. El Seminario Menor.

 

Me dirijo también a las familias, a los catequistas, profesores de Religión y educadores cristianos. A vosotros os corresponde también ser mediadores entre el Señor que sigue llamando y nuestros niños, adolescentes y jóvenes, presentándoles la belleza de la vocación sacerdotal e invitándoles a plantearse la posibilidad de seguir al Señor en el sacerdocio diocesano. Empleaos a fondo en cuidar las primeras semillas de la vocación de aquellos que acogen vuestra propuesta y la llamada del Señor.

Os presento al Seminario Menor como lugar privilegiado para el cultivo de los gérmenes vocacionales de nuestros niños y adolescentes. Situado junto al monumento al Sagrado Corazón en san Juan de Aznalfarache, es un testimonio precioso de lo que significa acoger y acompañar la vocación desde la infancia. Un porcentaje razonablemente alto de los niños que se forman en el Seminario Menor continúa sus estudios de teología en el Seminario Mayor y acaba abrazando el ministerio sacerdotal, ofreciendo a Dios con alegría su adolescencia y juventud. Como es natural, a esta edad la vocación sacerdotal no es todavía algo claro y evidente; tendrá que ir madurando con el tiempo en un ambiente propicio para ello como es el Seminario. Pero es obvio –y de ello podrían dar testimonio muchos sacerdotes y también vuestro arzobispo- que en muchos casos la vocación sentida en la infancia es verdadera. Qué necesario es, por tanto, crear una conciencia vocacional en la familia de los seminaristas, de modo que los padres sean los primeros en acompañar y cuidar la vocación de sus hijos.

La pastoral de las vocaciones ha de ser fomentada también en el colegio, en la catequesis, en las clases de religión, en los grupos de niños y jóvenes de Acción Católica, en los grupos infantiles y juveniles parroquiales y de religiosos, en la pastoral familiar y en las actividades formativas de las Hermandades. Desde todas esas instancias se debe hablar de la belleza de la vocación sacerdotal. Se debe también alentar a los niños a que participen en los encuentros vocacionales del Preseminario, acompañándoles en el camino de su vida cristiana y cuando, como por desgracia suele acontecer, son objeto de burlas y de juicios negativos al manifestar su deseo de ser sacerdotes.


6.El quehacer de los religiosos.

Quiero destacar también la importancia de la implicación de los religiosos y consagrados y, sobre todo, de las monjas contemplativas en la promoción de las vocaciones sacerdotales. La elección de los apóstoles tiene lugar cuando, al clarear el día, el Señor baja del monte, después de una noche entera en oración (Mc 3,13-19). La elección se fragua en la familiaridad con el Padre. Los apóstoles, en efecto, son engendrados en la oración; son fruto de la oración. Así lo reconocía también el Papa Francisco con ocasión de la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones en abril de 2013, al recordarnos que “las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y sólo en la oración pueden perseverar y fructificar”. Por ello, dada la íntima conexión entre la vocación apostólica y la oración, es necesario, queridos consagrados, que en vuestra plegaria, en vuestras penitencias y mortificaciones, en vuestra entrega a los más necesitados y en vuestra vida escondida con Cristo en Dios, tengáis muy presente la intención de las vocaciones y colaboréis como mediadores, si está en vuestras manos, interpelando, estimulando o animando a los niños y jóvenes que apuntan indicios claros de vocación.


7.La importancia de la oración de los laicos.

 

Consciente de que la oración es el alma de toda pastoral y más en concreto de la pastoral vocacional, acudo también a los laicos, encareciendo a todos los miembros de nuestra Iglesia diocesana que pongan en el centro de su plegaria diaria esta intención. En una circular enviada por la Congregación para el Clero en diciembre de 2007 a todos los obispos del mundo, se nos pedía que teniendo en cuenta “la especificidad y la insustituibilidad del ministerio ordenado en la vida de la Iglesia” suscitemos en nuestras iglesias particulares “un movimiento de oración, que ponga en el centro la adoración eucarística…  de modo tal que, de cada rincón de la tierra, se eleve a Dios incesantemente una oración de adoración, agradecimiento, alabanza, ruego y reparación, con el objetivo principal de suscitar un número suficiente de santas vocaciones al estado sacerdotal y, al mismo tiempo, acompañar espiritualmente a quienes ya han sido llamados al sacerdocio ministerial y están ontológicamente conformados con el
único Sumo y Eterno Sacerdote”. Se nos pedía, pues, a los obispos que promovamos “verdaderos cenáculos” en los que debe estar además muy presente María, la madre del Sumo y Eterno Sacerdote, y madre también, por un título especial, de todos aquellos que participamos del único sacerdocio de su Hijo.

  Teniendo en cuenta estas recomendaciones de la Santa Sede, ruego a los sacerdotes, a los consagrados, a los laicos y especialmente a las monjas contemplativas de la Archidiócesis, que en la celebración o participación en la Eucaristía, y en el culto eucarístico fuera de la Misa, es decir en la exposición y adoración del Santísimo, pongan en primer plano esta intención: la santificación y fidelidad de los sacerdotes, pidiendo también al Señor que nos conceda muchas, santas y generosas vocaciones, que nos permitan mirar con esperanza el futuro de nuestra Iglesia particular e, incluso, ayudar a otras iglesias, cercanas o lejanas, más necesitadas. Dios quiera que esta sugerencia, que confío también a la Adoración Nocturna masculina y femenina, a los Jueves Eucarísticos y al Adoremus, tenga como fruto en nuestra Archidiócesis el incremento de las vocaciones sacerdotales, tan necesarias para todos.

 

8.            Una palabra a los jóvenes.

No quiero terminar esta carta pastoral sin dirigir una palabra personal, llena de afecto y amistad,  a todos y cada uno de los jóvenes de nuestra Archidiócesis, especialmente a los que están vinculados a la Delegaciones Diocesanas de Pastoral Juvenil y de Pastoral Universitaria, a los Jóvenes de Acción Católica, a los grupos juveniles parroquiales, y a los grupos de jóvenes ligados a los movimientos y obras apostólicas de los religiosos. Queridos jóvenes: es posible que más de uno de vosotros haya escuchado en alguna ocasión la llamada de Dios a seguirle en el sacerdocio ministerial.

Es posible también que sintáis miedo a responder a esta llamada exigente, que compromete la vida entera para siempre. Me hago cargo de  vuestras perplejidades y de vuestros miedos ante una opción que exige una opción irrevocable por el Señor. Con palabras de san Juan Pablo II, que tanto quiso a los jóvenes, yo os repito también: “¡No tengáis miedo!”. Alejad de vosotros la cobardía y la pusilanimidad. Os recuerdo también las palabras que os dirigió el Papa Benedicto XVI en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia en agosto de 2005: “Abrid vuestro corazón a Dios, dejaos sorprender por Cristo. Dadle el derecho a hablaros. Abrid las puertas de vuestra libertad a su amor misericordioso. Presentad vuestras alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que Él ilumine con su luz vuestra mente y acaricie con su gracia vuestro corazón”.

Responded con valentía y secundad la acción de Dios, si en algún momento de vuestra vida sentís que el Señor os invita a seguirle. Tened por cierto que en su cercanía y en la entrega de vuestra vida a Jesucristo por la salvación del mundo encontraréis la felicidad a la que aspiran vuestros corazones juveniles, deseosos de plenitud y de vida. Como os dijera el Papa Juan Pablo II en el encuentro inolvidable que tuvo con los jóvenes españoles  el 3 de mayo de 2003 en Cuatro Vientos (Madrid), “¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!”.  Otro tanto podrían deciros miles y miles de sacerdotes y consagrados. Para ayudaros en vuestro posible camino vocacional, el Seminario Metropolitano de Sevilla tiene un Preseminario especial para jóvenes, que viene funcionando laudablemente desde hace años con un encuentro mensual, que incluye un retiro, convivencia con los seminaristas y momentos de oración y formación.

9.            Hagamos con esmero la campaña y la colecta.

 

Quiero decir también una palabra sobre la campaña del Día del Seminario que, como he dicho al principio, este año celebraremos el domingo 13 de marzo y en la que todos debemos implicarnos con sentido de responsabilidad. Es deseable que en los días previos, en las catequesis parroquiales y en las clases de religión se dedique algún espacio de tiempo a hablar del seminario y de la grandeza de la vocación sacerdotal. Otro tanto deben hacer los sacerdotes en la homilía de dicho domingo, para lo que bien pudieran servir las ideas fundamentales de esta sencilla carta pastoral.

Consciente de que, como nos dijera el papa Juan Pablo II en la exhortación apostólica Pastores gregis, al obispo corresponde «ocuparse de promover y alentar iniciativas de carácter económico para la sustentación y la ayuda a los jóvenes candidatos al presbiterado”, ruego humildemente a todos que hagan con especial interés la colecta en favor del Seminario. Sé que no es éste el aspecto más decisivo de esta campaña, pero no deja de ser importante. El Seminario necesita medios económicos para asegurar la mejor formación de los seminaristas, sin lujos que yo mismo no deseo, y sí con la sencillez y austeridad con que deberán vivir cuando sean sacerdotes. Se trata, pues, de una causa nobilísima que tiene por objeto nada menos que garantizar al Pueblo de Dios pastores según su corazón, para que continúen en el mundo su misión salvadora. Con nuestras aportaciones económicas y, sobre todo, con nuestra oración, nuestro afecto y simpatía por el Seminario nos hacemos corresponsables de la fecundidad apostólica y eclesial de esta institución vital en la vida de nuestra Archidiócesis.

10.          La pastoral vocacional, una tarea coral.

Termino ya reiterando que la pastoral vocacional no es una tarea de “solistas”, sino una obra “sinfónica” o “coral”, en la que todos estamos implicados. Los sacerdotes son un bien necesario para todo el Pueblo de Dios. Por ello, todos debemos comprometernos en su promoción y buena formación. Pongamos esta intención en las manos de Santa María del Buen Aire, san Isidoro y todos los santos y beatos de la Archidiócesis. Que la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote ayude a nuestros seminaristas a configurarse con su Hijo y les enseñe a pronunciar como ella un  fiat confiado y generoso al escuchar su voz.

No debo concluir sin agradecer el trabajo precioso y eficaz de los formadores de los Seminarios, que son al mismo tiempo solidariamente responsables de la pastoral de las vocaciones. El arzobispo os felicita y reconoce vuestra entrega al Seminario, corazón de la Archidiócesis, y pide al Señor que haga eficaz vuestro trabajo y vuestra entrega entusiasta.

 Para vosotros, para los profesores, las religiosas teatinas, el personal colaborador y los seminaristas, mi abrazo fraterno y cordial y mi bendición.

Sevilla, 2 de febrero de 2016

 Fiesta de la Presentación del Señor

+ Juan José Asenjo Pelegrina                                                                                  

Arzobispo de Sevilla

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