El encuentro con Cristo

Tercera catequesis cuaresmal del Arzobispo de Sevilla, el miércoles 14 de marzo de 2012

Tercera conferencia cuaresmal

Parroquia del Sagrario

Miércoles14 de marzo de 2012

 

  1. Comienzo mi tercera conferencia, queridos hermanos y hermanas, manifestándoos mi alegría por encontrarme de nuevo con vosotros y desearos que  esta Cuaresma sea para todos un acontecimiento de gracia, que transforme e influya decisivamente en vuestras vidas.

 

  1. Si el tema de la conferencia de ayer era “Reavivar nuestra fe”, el tema de esta tercera conferencia es “El encuentro con Jesucristo”. Y en esta tarde, la pregunta surge espontánea: ¿Dónde está arraigada mi existencia? ¿Sobre qué cimientos estoy yo edificando mi vida? ¿Cuál es el asidero al que me agarro para no sucumbir?  Quienes conocen bien a la juventud nos dicen que muchos jóvenes hechizados por ofertas engañosas, por mitos efímeros y falsos maestros, son hoy víctimas de múltiples seducciones, la seducción de la noche, como tiempo y espacio para una cierta autenticidad y plenitud, en el que se entremezclan el alcohol, las drogas y el sexo, que en tantos casos, sólo conducen al hastío, la infelicidad y la tristeza; la seducción de lo material, que valora más el tener que el ser, el dinero, que endurece y esclaviza el corazón e impide apuntar a ideales altos y nobles; y la seducción de lo inmediato, que olvida lo esencial, lo que nos construye y hace personas, y pone el acento en el goce rápido y en el disfrute alocado del momento presente. En el mundo adulto no son muy distintos los polos de interés de nuestros conciudadanos: el dinero, el poder, el confort, el disfrutar, lo material en suma, son los nuevos ídolos ante los que se postran tantos amigos, vecinos y conocidos nuestros.

 

3.      Estas son las actitudes de muchos jóvenes y de muchos adultos y estas son las pautas en las que se mueven las vidas de tantos hombres y mujeres, vidas grises, alicortas, estériles, esclavizadas, tristes y, en muchos casos, profundamente infelices. Los medios de comunicación social, especialmente las llamadas revistas del corazón y no pocos programas de TV, os están ofreciendo todos los días modelos de vida, gentes que pretenden erigirse en maestros que dan lecciones sobre cómo tener éxito y triunfar en la vida, teniendo dinero, fama, amores efímeros, fruto de compromisos tenues y fidelidades cortas.

 

  1.  Y yo os pregunto: En realidad, todos estos personajes, a los que vosotros mejor que yo podéis poner nombres y apellidos, ¿son fiables?, ¿merecen ser modelos de referencia?, ¿sus estilos de vida nos ayudarán a descubrir la verdad más honda de vosotros mismos, a satisfacer el ansia infinita de felicidad que late en nuestros corazones? Permitidme que os diga que no. San Agustín, después de una vida alocada y sin rumbo, después de buscar la verdad en infinidad de sistemas de pensamiento y de vida, a los 33 años se encontró con Jesucristo descubrió que sólo Él puede dar respuesta a las aspiraciones más profundas de felicidad del corazón humano. Así no los declara en sus Confesiones: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti”.Nos lo dijo con palabras equivalentes el Papa Benedicto XVI en julio de 2008 en Aparecida (Brasil) al afirmar que los cristianos sabemos “que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”.Él “es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida, la dignidad humana, la felicidad, la justicia y la belleza”.

 

  1. En esta tarde, queridos hermanos y hermanas, yo os propongo un modelo de vida: Jesús, el Hijo de Dios. Él es el Emmanuel, es decir “el Dios con nosotros”. En su encarnación y nacimiento, Dios mismo se acerca a nosotros para revelarnos el amor y la misericordia del Padre; y en su inmolación pascual da la vida por nosotros y nos libera del pecado y de la muerte. Desde entonces es el único salvador y redentor. Nos lo dice el apóstol San Pedro en el libro de los Hechos: “En ningún otro hay salvación y ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo entre los hombres fuera del cual podamos ser salvos” (Hech 4,12). Él es el único mediador entre Dios y los hombres. Así nos lo dice San Pablo: “Uno es Dios y uno y único es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” (1 Tim 2,5). Él es el único acceso al Padre, el camino, la verdad y la vida del mundo. Pero Jesús es además el hombre perfecto, sin pecado, tal y como Dios soñó al hombre en los orígenes del mundo. Por ello, Catecismo de la Iglesia católica dice que Él es el verdadero ideal del hombre. Él «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22). Él es, en frase feliz del Concilio Vaticano II, “el centro de la humanidad, el gozo del corazón del hombre y la plenitud total sus aspiraciones”.

 

  1. Jesucristo, ciertamente, es un personaje histórico, el más grande, sin duda, en la larga historia de la humanidad. Pero Jesucristo es además un personaje actual, tan actual como nosotros, porque después de llevar a cabo la epopeya grandiosa de nuestra salvación, subió al cielo, donde está vivo, resucitado y glorioso junto al Padre. Desde allí nos invita a su seguimiento, a dejarnos fascinar por su figura y su mensaje, como quedaron fascinados los primeros discípulos, Santiago y Juan, cuando están a orillas del lago remendando las redes. Jesús pasa junto a ellos y les invita a seguirle; y nos dice el evangelista San Mateo que “ellos, dejando la barca y a su padre le siguieron” (Mt 4,19.22). Es el caso también de Andrés y Simón, de Felipe y Natanael, como nos refiere San Juan. Es el caso también de los Santos, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Juan de la Cruz, San Juan de Ávila, San Rafael Arnáiz y el Beato Juan Pablo II. Todos ellos siguen al Señor sin vacilación y esta decisión marcará toda su vida. 

 

  1. Conocéis bien la historia de la conversión de San Francisco Javier. En ella tiene un papel fundamental el fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, que conoce  a Javier en la Universidad de París. Javier era un joven alegre, simpático y bullanguero, amante de las fiestas y el deporte, con unas ansias infinitas de libertad y felicidad. Su meta era triunfar, brillar y hacer carrera. Con fina pedagogía, paciencia infinita y una gran capacidad de persuasión, Ignacio consigue ganar a Javier para Jesucristo. Su conversión se produce después de escuchar muchas veces de labios de I
    gnacio la frase evangélica ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?(Lc 9, 25). Javier, consciente de su propio vacío interior, se dejó conquistar por el Señor, se decide a seguirle, se hace jesuita y fue el gran apóstol del Extremo Oriente.

 

  1. Queridos hermanos y hermanas: La felicidad es la aspiración más común de los hombres y mujeres de ayer, de hoy y de siempre. Pues bien, frente a tantos maestros de la mentira, que nos señalan caminos errados de realización personal; frente a tantas propuestas engañosas que nos ofrecen pequeñas briznas de una felicidad pasajera; frente a tantas promesas de libertad, que sólo conducen a la esclavitud; frente a tantas ofertas mendaces como nos pone delante de los ojos la sociedad de consumo, que no llenan nuestro corazón, porque sólo conducen a la tristeza  y al hastío, yo me atrevo a proponeros la única senda que lleva a la libertad y a la felicidad: seguir al único que es el camino, la verdad, la vida y la felicidad de los hombres (Jn 14,6), Jesucristo. “¡No tengáis miedo de Cristo!” –nos dijo el Papa Benedicto XVI en la Misa con que inauguraba su pontificado-.“Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él recibe el ciento por uno. Sí, abrid de para en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.

 

  1. Jesucristo nos quiere felices y libresy es el único que nos permite experimentar la verdadera libertad. La auténtica libertad cristiana, queridos hermanos y hermanas, no se confunde con el libertinaje que esclaviza, del que podríamos poner tantos ejemplos que todos conocemos, sino con la esclavitud que realmente libera. Y es que el hombre y la mujer sólo son verdaderamente libres cuando se someten libremente  y por amor al yugo suave de la ley de Dios, es decir, a la Verdad con mayúsculas que es Cristo (Jn. 8,31-32), conscientes de que sólo el Señor merece la entrega absoluta e incondicional de nuestro presente y de nuestro futuro, de nuestros proyectos, de nuestro tiempo, de nuestra salud, de nuestra afectividad y de nuestra vida entera.

 

  1. Sólo aquél que permanece en la Verdad que es Cristo, lo sigue con entusiasmo, y se entrega a Él de una manera radical y definitiva, es verdadera y absolutamente libre, porque ha pasado de la esclavitud del pecado a la esclavitud del amor a Dios, que es la fuente de la máxima libertad (Rom. 6,17-18). Por el contrario, aquél que se deja llevar por lo más fácil, por lo más cómodo y placentero, por el pecado en definitiva que nos degrada y envilece, se hace esclavo de sí mismo (Rom. 7,22-23; Jn. 8,34), porque la libertad que lleva a la muerte es sólo una caricatura de libertad.

 

  1.    Pues bien, Jesús resucitado quiere tener una relación cálida y personal con nosotros, quiere ser nuestro amigo, el mejor amigo, el amigo que nunca falla; un amigo al que hay que conocer en su intimidad más profunda; un amigo al que conocemos tratándolo cada día en la oración, verdadera necesidad vital en nuestra vida; un amigo al que hay que seguir e imitar en sus virtudes, en su estilo de vida, en su amor al Padre hasta el heroísmo, en su identificación con la voluntad del Padre, en su altísima vida de oración, en su amor a la verdad siempre, en su lealtad y honradez, en su humildad y sencillez, en su laboriosidad, en su pureza y limpieza de costumbres, en su amor a los hermanos, incluso a los enemigos, y muy especialmente a los hermanos más pobres y necesitados. Dios quiera que en esta Cuaresma todos iniciemos o prosigamos una hermosa aventura de amistad e intimidad con el Señor. Para ello, debemos aceptarlo como único Señor de vuestras vidas, viviendo en gracia de Dios, viviendo la vida nueva, que Él nos ayuda a vivir con la fuerza misteriosa de la gracia que nos llega a través de la Iglesia y de sus sacramentos, la vida según el Espíritu, que es la única que nos asegura la verdadera libertad, la única vida que merece la pena vivir.

 

  1. Dios quiera que en esta Cuaresma nos decidamos a encontramos con Jesús y a seguirlo sin vacilación. El encuentro con el Señor cambió la vida de Ignacio de Loyola, que abandona su brillante carrera militar, de Francisco Javier, que soñaba con la fama y con la gloria,  y de San Rafael Arnaiz, que se preparaba para ser un gran arquitecto. El amor al Señor dilató el horizonte de sus vidas, hasta entonces chatas y anodinas, las transformó, las llenó de sentido y de una increíble plenitud. Si leéis con atención los Evangelios, constataréis que ésta es una constante en la vida de todos aquellos que entran en contacto con Jesús (la Samaritana, Zaqueo, María Magdalena, el Centurión y tantos otros). Y es que la relación con Jesús, la amistad y la intimidad con Él, es siempre fuente de sentido para nuestra vida, manantial de paz, de gozo, de alegría y esperanza, torrente de seguridad, de firmeza y de consistencia para nuestra vida.

 

  1. En esta Cuaresma el Señor nos invita a emprender la hermosa aventura de la santidad.La santidad, es la primera urgencia pastoral de la Iglesia. El empeño por la santidad no es para una élite o para una minoría selecta. Nos urge a todos los bautizados. Todos estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor (LG 40). En el bautismo fuimos consagrados a Aquel que es por excelencia el Santo, el tres veces Santo. En aquel día, sin duda el más importante de nuestra vida, entramos en la órbita de la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación del Espíritu Santo.

 

  1. Por ello, sería un contrasentido contentarse con una vida cristiana mediocre y una religiosidad superficial. Cuando a un catecúmeno se le pregunta si quiere recibir el bautismo, nos decía el Papa Juan Pablo II que en realidad se le está preguntando si quiere ser santo. Significa en último término ponerle en el camino del Sermón de la Montaña, en el que todos hemos sido llamados a ser santos (Mt 5,48), porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1 Tes 4,3). La santidad es el sentido último de toda la actividad de la Iglesia, de la vida de una parroquia, del trabajo ministerial del sacerdote y de toda programación pastoral. Es la meta final de la educación cristiana en la familia, de la catequesis, de la enseñanza religiosa escolar, de todas las instituciones eclesiales, de los consejos, hermandades, cofradías, movimientos y asociaciones. Ningún otro objetivo, ni la caridad y el servicio a los más pobres, debe anteponerse a este empeño que constituye la finalidad casi única de la Iglesia, porque sin el fundamento de la santidad de vida los mejores impulsos de fraternidad terminan agostándose por falta de raíces, pues sólo los santos han amado hasta el final.

 

  1. Ocurre a veces que cuando se habla de la santidad, no pocos fieles se asustan. Piensan que este ideal exige un género de vida extraordinario y un temple sobrehumano. La santidad, sin embargo, querid
    os hermanos y hermanas, no es patrimonio exclusivo de los superhombres o de los genios del espíritu. Es patrimonio y obligación de todos los bautizados, también de los laicos cualquiera que sean las circunstancias de su vida, aún las más comunes y ordinarias, y cualquiera que sea también su edad o condición. A lo largo de la historia de la Iglesia, han sido muchos los cristianos laicos que han vivido este ideal como padres y madres de familia, en el trabajo humilde del hogar, en el trabajo agrícola o artesano, en la industria o en el trabajo intelectual. En realidad, la santidad no consiste en hacer cosas raras o extravagantes. En el Divino impaciente, Pemán pone en labios de San Francisco Javier una frase que debería grabarse en esta mañana en nuestros corazones: "La virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer". Esto quiere decir que la santidad consiste en el cumplimiento del deber, en recibir y acoger la voluntad de Dios y hacer de nuestra vida una respuesta amorosa al plan de Dios sobre nosotros. 

 

  1. La llamada general a ser santos se despliega después en múltiples vocaciones: para la generalidad de los cristianos, la vocación a la santidad en el matrimonio, que es un verdadero estado de gracia. Hoy más que nunca necesitamos matrimonios santos, familias unidas y fecundas, que acojan gozosamente el don de la vida; familias evangelizadoras, capaces de transmitir la fe y educar cristianamente a sus hijos. Necesitamos hombres y mujeres que vivan la santidad en la vida consagrada, viviendo los consejos evangélicos, la pobreza, la castidad y la obediencia, siendo para toda la Iglesia testimonio de los valores trascendentes. Necesitamos también vocaciones contemplativas, que desde la vida escondida con Cristo en Dios, en la oración, la penitencia y la oblación de sí mismas, se conviertan en torrentes de energía sobrenatural para la Iglesia.

 

  1. La Archidiócesis de Sevilla y la Iglesia universal necesitan también jóvenes alegres, entusiastas, limpios y generosos, dispuestos a entregar su vida al Señor en el sacerdocio diocesano, sacerdotes que realicen cada día el milagro de la Eucaristía, que perdonen los pecados en nombre de Dios, dispuestos siempre a acoger a todos, a los enfermos, a los niños y a los pobres; dispuestos siempre a anunciar a Jesucristo y su Evangelio, a sanar y a santificar a sus hermanos. En este sentido os invito a rezar cada día por las vocaciones, a pedir al Dueño de la Mies que envíe obreros s su mies.

 

  1. En el empeño por ser santos encontraréis dificultades. A veces, familiares, vecinos o amigos os tacharán de raros y de antiguos. En ocasiones sufriréis algún tipo de marginación, ridiculización o desprecio por ser fieles a Jesucristo y por amar a la Iglesia. No os dejéis intimidar ni acomplejar. Cristo y su Evangelio son incomparablemente más verdaderos y actuales que los tópicos desgastados que utiliza la nueva cultura. Y no os preocupéis de la perseverancia. Tened la seguridad de que el Señor camina con vosotros y nunca os va a fallar. Contad con su gracia para ser fieles, pues Él por medio de su Espíritu, os ayudará a vivir la novedad de vida que el Señor os ofrece. Él os ayudará a ser los hombres y mujeres nuevos que la Iglesia y el mundo de hoy necesitan, hombres y mujeres que luchan contra el mal y el pecado, hombres y mujeres que se esfuerzan cada día por ser fieles al Señor, por ser leales, veraces, limpios, puros, cumplidores del deber, sencillos, humildes, alegres, solidarios, pacíficos y pacificadores, serviciales y fraternos.

 

  1. Contad también con la compañía de la Iglesia, madre y maestra, la porción más selecta de la humanidad, la Iglesia de los mártires y de los santos, de los héroes que dieron su vida por Jesús y que nos alientan en nuestro caminar, en la que si es verdad que hay sombras y arrugas por los pecados de sus miembros, es también cierto que santidad de tantos cristianos, héroes anónimos, héroes de lo pequeño, es más fuerte que nuestro pecado  y nuestra mediocridad. Amad a la Iglesia y a sus Pastores, sentid con la Iglesia, sentíos orgullosos de pertenecer a ella, de ser hijos e hijas de la Iglesia. Dejaos acompañar por ella. Hoy es más difícil que en épocas pasadas mantenerse y perseverar en una sociedad tan secularizada como la nuestra si vamos por libre y vivimos nuestra fe en solitario y a la intemperie. Dejaos ayudar por vuestros sacerdotes, insertaos en la parroquia. Participad en sus actividades, retiros, ejercicios espirituales, sesiones de formación y otras convocatorias. Buscad un buen sacerdote que os dirija, acompañe y ayude, que os oriente y señale un plan de vida exigente. Sed fieles a la oración diaria, que renueva, refresca y rejuvenece nuestra vida. Vivid cada día en las cercanías del Señor.

 

                    20. Acudid con frecuencia al sacramento de la penitencia, el sacramento en el que el Señor nos espera siempre para acogernos, abrazarnos, perdonarnos y devolvernos la condición filial. Estimadlo cada día más. La confesión es el sacramento de la paz, de la alegría y del reencuentro con Dios. Recibid también con frecuencia la Eucaristía, pan del camino y  garantía de vuestra perseverancia, el sustento del caminante, que hoy necesitamos más que nunca para vivir con coraje, valentía y coherencia nuestra fe. Así lo entendieron los mártires de Cartago, en los comienzos del siglo IV cuando, emplazados ante el tribunal que les juzgaba por participar en la Eucaristía  dominical, dicen al procónsul: “Sin la Eucaristía no podemos vivir”. Sí, queridos jóvenes, sin ella nos faltarían las fuerzas para mantener la esperanza, para afrontar las dificultades del camino, para luchar contra el mal, para no sucumbir a la idolatría y a las seducciones del mundo, para seguir al Señor con entusiasmo, ofrecerle la vida, confesarle delante de los hombres (Mt 10,32-33), servir, amar y perdonar, incluso a los enemigos.

 

                   21.    Confiad, por fin, en la cercanía y en la mediación maternal de la Santísima Virgen de los Reyes, que siempre nos mira con ternura. Ella nos dice hoy, como en las bodas de Caná: "Haced lo que Él os diga". Ella nos invita a seguir a Aquel que es la Verdad que auténticamente libera. Ella nos invita a no resignarnos a vivir una vida vacía y sin ideales, a vivir la vida nueva que Cristo nos ofrece. Ella, medianera de todas las gracias y auxiliadora de los cristianos, quiere ser amparo y socorro en nuestras luchas.  Que ni un solo día os acostéis tranquilos sin haber tenido un detalle filial con la Virgen. Ella es compañera y aliento en nuestro camino de fidelidad al Señor, como intercesora que es entre Dios y los hombres. Ella, la mujer nueva y libre, nos muestra la cumbre, nos señala la meta y el autentico horizonte de nuestra vida, pero al mismo tiempo nos guía, nos ilusiona, nos anima y arrastra hacia la cima con s
u poderosa intercesión. Que ella os acompañe y aliente con la gracia de su Hijo en esta Cuaresma y en la próxima Semana Santa que habremos de vivir con gran hondura espiritual.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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