Carta Pastoral semanal del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina. Pocos pasajes del Evangelio son tan dramáticos y al mismo tiempo tan consoladores como el que nos narra San Marcos en el capítulo 4 de su Evangelio. Lo recordé hace unos domingos, cuando después de confirmar en una parroquia de Sevilla, se me acercó una persona para hacerme partícipe de sus sufrimientos ente los ataques de que es objeto la Iglesia en los últimos meses. Con lágrimas en los ojos me manifestaba sus temores por su futuro, teniendo en cuenta el avance de ideologías anticristianas, las leyes que no respetan la ley natural, y los ataques, la falta de respeto y la ridiculización continua de que son objeto los sentimientos religiosos por parte de ciertos medios de comunicación social, a partir de algunos casos lamentables, que están en la mente de todos.
Traté de confortarla recordándole la escena evangélica: El Señor acaba de concluir su predicación junto al lago y marcha en barca acompañado por los Apóstoles a la otra orilla. Está oscureciendo. Jesús, cansado de una dura jornada de trabajo pastoral, duerme en la popa. De repente, se levanta el viento, se encrespan las olas, que se abalanzan sobre la barca, que comienza a llenarse de agua. El miedo se apodera de los Apóstoles. El naufragio parece inminente. Por ello, despiertan a Jesús con una pregunta que al mismo tiempo es una petición: "Señor ¿no te importa que nos hundamos?". Jesús se pone en pie, increpa al mar, el viento cesa y retorna la calma mientras reprocha a los Apóstoles su falta de fe.
En la vida de la Iglesia y en nuestra vida, se dan a veces situaciones muy parecidas. Todos tenemos alguna experiencia de momentos, a veces temporadas, en que parece que el Señor se ha olvidado de nosotros; cuando la tiniebla nos rodea, el dolor y la enfermedad nos visitan y el sufrimiento, como consecuencia de problemas profesionales, económicos o familiares, nos hacen sentir el silencio de Dios, como si el Señor nos hubiera dejado de su mano y la barca de nuestra vida estuviera a punto de hundirse.
El texto evangélico que acabo de recordar nos invita a la esperanza y a la confianza en Jesús. Los Apóstoles tienen miedo porque no reconocen todavía su divinidad. Y es necesario el milagro para que, admirados, se digan unos a otros: "¿Quien es éste? Hasta el viento y el mar le obedecen."
En la coyuntura por la que está atravesando la Iglesia y en las situaciones personales a las que acabo de aludir, el Señor nos invita a avivar nuestra fe en Él, sobre todo en los momentos en los que la barca de la Iglesia o la propia barquilla de nuestra vida es zarandeada y sacudida por el sufrimiento y el dolor. También entonces el Señor nos sigue queriendo y sigue velando sobre su Iglesia con su Providencia amorosa. Confiemos, pues, en Él, que no permitirá que seamos probados por encima de nuestras fuerzas. Él permite que el mal nos visite para nuestro bien, para nuestra purificación. Él nunca nos abandona, pues incluso en el momento de la muerte, nos está esperando para acogernos y abrazarnos.
Éste ha sido siempre el convencimiento de los santos y el pensamiento que ha espoleado su fidelidad. Santo Tomás Moro, canciller de Inglaterra, seglar y padre de familia, estando prisionero en la Torre de Londres, en vísperas de ser ajusticiado por negarse a aprobar el divorcio del rey Enrique VIII, escribía a su hija Margarita esta hermosa frase, que todos nosotros deberíamos repetir en los momentos de prueba: "… de lo que estoy más cierto en este instante en el que se me anuncia mi muerte, es que Dios nunca me va a abandonar. Por ello, me pongo totalmente en sus manos con absoluta esperanza y confianza en Él". Éste debe ser el estilo del cristiano ante el sufrimiento, ante la vida y la muerte, y ésta debe ser también nuestra actitud en el tiempo histórico que nos ha tocado vivir, en el que podemos sentir la tentación de la desesperanza, el temor y encogimiento: temor por el futuro de la Iglesia y de la familia, miedo por el alejamiento de la Iglesia de amplios sectores de la juventud, miedo por el futuro de la sociedad cristiana.
También a nosotros, como a los Apóstoles, nos dice el Señor " No tengáis miedo, hombres de poca fe". Él nos ha prometido que "los poderes del infierno no prevalecerán contra la Iglesia"; Él nos ha prometido "estar con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo", promesa que incluye la asistencia del Espíritu sobre la Iglesia, que puede fluctuar, pero que jamás se hunde.
En esta hora, el cristiano debe ser hombre de esperanza, sembrador de esperanza, la esperanza activa de quien confía en las promesas de Dios, pero que cada día se esfuerza por ser fiel, por mejorar su relación con Dios y con los hermanos, sin descuidar el testimonio y el apostolado. Dios no abandona a su Iglesia en su peregrinar histórico, pero quiere nuestro esfuerzo y colaboración.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla