Carta pastoral del Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo Vallejo, con motivo del Día de la Caridad. Hacer el bien no puede tener descanso. Así lo decía San Pablo: "Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien." (2Tes 3, 13).
Caritas viene subrayando últimamente, en sus proyectos de ayuda, la relación que existe entre los derechos de las personas y la defensa y el efectivo reconocimiento de los mismos. Sin desmayo ante las dificultades. Pues siempre debe quedar abierta la puerta de una nueva oportunidad.
El valor de la persona en sí misma es quien reclama esa confianza sin fecha de término. El fracaso de hoy no puede ser una rémora que haga desaparecer cualquier horizonte de un día mejor, más justo, más cerca de lo que Dios quiere para sus hijos.
Como nos dice Benedicto XVI: "Es un deber importante alentar a los cristianos que, animados por su espíritu de fe y caridad, trabajan incansablemente para ofrecer nuevas oportunidades a quienes se encuentran en la pobreza o en las zonas periféricas más abandonadas, para que puedan ser protagonistas activos de su propio desarrollo, llevándoles un mensaje de fe, de esperanza y de solidaridad.(Benedicto XVI. A la Comisión para América Latina 20-1-07).
Oportunidad y justicia
Cuando se trata de la persona y del reconocimiento de sus derechos y dignidad, no se puede esperar a que la ocasión sea favorable. Cualquier tiempo y lugar es día y espacio para trabajar sin descanso por algo tan esencial a nuestra condición humana y cristiana, como es esa inexorable vinculación con el hombre, particularmente con el que sufre, con el excluido en la mesa del bien común.
La justicia no sabe de momentos propicios, sino de unas personas que no disfrutan de algo tan fundamental como puede ser el tener un trabajo, una vivienda, una familia, una seguridad social, un amor cristiano.
La caridad todo lo puede
Podemos recordar el texto de San Pablo: La caridad "Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1Cor 13, 7).
No hay que olvidar que la caridad necesita testigos creíbles y valientes de un amor generoso, desinteresado, justo, misericordioso. La credibilidad estará unida a ese reflejo del rostro de Cristo presente en quien desea vivir y practicar el mandamiento nuevo de la caridad fraterna.
Muy lejos de la arrogancia ha de quedar esa valentía de la caridad, que no es arrojo sino dedicación, constancia, aceptación del riesgo que comporta la responsabilidad cristiana de practicar la justicia y la caridad conforme a nuestro más acabado y querido modelo: Cristo.
Tiempo de misericordia
Solamente identificándose con Cristo puede el cristiano ser auténtico testigo de un amor lleno de misericordia. Pues, como nos ha dicho el Papa, han de vivir unidos el bálsamo de la fe y el pan de la justicia. De esta manera, el amor será un lenguaje que llegue directamente al corazón y abra a la confianza de quienes están dispuestos a dar razón de su esperanza cristiana (Cf. A las Confraternidades de la misericordia 24-5-07).
Escuchar la palabra de Dios y celebrar los sacramentos, no sólo no hace olvidar "los quehaceres de la misericordia", sino que urge y estimula para estar bien atentos a lo que puedan necesitar los más desfavorecidos.
Con la gracia de los sacramentos, el corazón cristiano vibra en deseos de misericordia y arrastra a una acción eficaz, la que se empeña en resolver el problema causado por la injusticia y el desamor, y que ha bloqueado la posibilidad de disfrutar al hombre de sus derechos como persona y como hijo de Dios.
Dios es amor
Dios es amor. Siempre actual. Siempre oportuno. Por eso, cuando se pretende ocultar a Dios, el amor se debilita y se convierte en un proyecto meramente solidario.
De nuevo San Pablo: "Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha" (1Cor 13, 3).
La caridad no puede decir basta, hasta aquí hemos llegado. El amor no tiene límite, pues su medida es la infinita entrega de Jesucristo en favor de todos.
"En un edificio una piedra soporta la otra, porque se pone una piedra sobre otra, y la que soporta a otra es a su vez soportada por otra. Del mismo modo, exactamente así en la santa Iglesia cada uno soporta al otro y es soportado por el otro. Los más cercanos se sostienen mutuamente, para que por ellos se eleve el edificio de la caridad. Por eso san Pablo recomienda: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6, 2). (…) Y no conviene olvidar que hay un cimiento que soporta todo el peso del edificio, y es nuestro Redentor" (Benedicto XVI. Audiencia 12-10-05).
Con mi bendición
+ Carlos, Cardenal Amigo Vallejo
Arzobispo de Sevilla