Creo en la comunión de los santos | Carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla (30-10-2022)

El mes de noviembre comienza con dos fiestas de mucho arraigo en el pueblo cristiano. El día 1 celebramos la solemnidad de Todos los Santos y el día 2 la conmemoración de los Fieles Difuntos. La de Todos los Santos es una fiesta singular en la que la liturgia nos propone la contemplación de todos aquellos que han alcanzado la bienaventuranza y la Iglesia los propone como modelos de vida cristiana. En esta celebración también recordamos a muchos santos cuyas vidas no son conocidas, hombres y mujeres que han pasado desapercibidos, pero que vivieron las virtudes en grado heroico. Estoy seguro de que la mayoría de nosotros recordamos algún familiar, amigo o conocido que nos causó una impresión particular, la sensación de estar ante un verdadero santo. Esta celebración nos anima también a responder con decisión a la llamada a la santidad que hemos recibido en el Bautismo.

La Iglesia nos invita a participar de esta celebración para que pongamos nuestros ojos en ellos, en su fe, su esperanza y su amor a Dios y al prójimo, y también a encomendarnos a su intercesión. Una confianza que nace de la creencia en el dogma de la Comunión de los Santos, que profesamos en el Credo junto al de la unidad de la santa Iglesia. Porque la Iglesia es una, todos formamos parte de esta gran realidad entrando en una íntima comunión, de modo que los miembros de la Iglesia triunfante, los santos, pueden interceder en favor de los que pertenecemos a la Iglesia militante.

Los santos son aquellos que fueron consolados en su tribulación, saciados de la justicia que esperaban, los que alcanzaron misericordia, los que, en definitiva, heredaron la tierra y el Reino de los Cielos y fueron dignos de ser llamados hijos de Dios (Cf. Mt 5, 3-12). Para ser santos, contrariamente a lo que en muchas ocasiones podamos pensar, no es preciso realizar grandes proezas, ni sufrir grandes tormentos. La santidad consiste en reproducir la vida de Cristo en nuestra propia existencia, en buscar el Reino de Dios en todas las cosas. Santa es la persona que, habiendo encontrado una perla preciosa, empeña todo lo que tiene para ir en busca del verdadero tesoro (Cf. Mt 13, 45-46).

Tras la solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia conmemora a todos nuestros hermanos que han partido ya de este mundo. El día 2 de noviembre recordamos a los fieles difuntos. Una celebración en la que imploramos a Dios que estos hermanos nuestros alcancen la bienaventuranza eterna. La conmemoración de los Fieles Difuntos, con la piadosa visita a los cementerios y el ofrecimiento de la Santa Misa en sufragio de las almas de nuestros hermanos es, junto a la aplicación de la Eucaristía y la oración a lo largo de todo el año, el mejor servicio que podemos prestar a cuántos amamos en esta vida.

Estas celebraciones nos recuerdan la contingencia del ser humano, su fragilidad y pequeñez, y a la vez han de ser ocasión de reavivar nuestra esperanza. Son días para reflexionar una vez más sobre los grandes interrogantes de la existencia: ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Cómo afrontar la realidad del mal, del sufrimiento, de la muerte? ¿Qué hay más allá de la muerte? El ser humano necesita razones para la esperanza, ya que como nos recordó el papa Benedicto XVI, la cuestión de la esperanza está en el centro de nuestra vida. Todos necesitamos esperanza, una esperanza firme y creíble; todos buscamos la luz de la esperanza de una forma más o menos consciente. Y en ese camino de búsqueda Cristo nos sale al encuentro y nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26).

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

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