Carta semanal del arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo
Queridos hermanos y hermanas:
Un año más Manos Unidas y su Campaña contra el Hambre llama a nuestras puertas. Nacida en el seno de la Iglesia hace cincuenta y seis años, su punto de partida fue el famoso manifiesto de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC), fechado en Roma el 2 de julio de 1955. En él, cientos de mujeres católicas, que se sentían “llamadas por Jesucristo para dar testimonio de un amor universal y efectivo por la familia humana”, afirmaban que no podían resignarse ante el “hecho de que la mitad de la humanidad sufra hambre”. Finalizaba su mensaje con esta conocida expresión: «Declaramos la guerra al hambre». En España, fueron las mujeres de la Acción Católica quienes asumieron este compromiso y se pusieron manos a la obra, instituyendo el Día del Ayuno Voluntario, con el deseo de combatir el hambre de pan, de cultura y de Dios.
Durante estos cincuenta y seis años los proyectos de desarrollo de Manos Unidas con destino a los países del sur han sido numerosísimos en el campo de la salud, de la educación, la promoción de la mujer, el desarrollo agrícola, además de otros muchos de carácter social (viviendas, cooperativas, etc.). Un año más damos gracias a Dios por los muchos frutos humanos, espirituales y sociales que estos proyectos han deparado para los pueblos del sur y por la esperanza que han generado. Hemos de dar también gracias a Dios por la credibilidad de que goza Manos Unidas ante la sociedad española, por su austeridad en la gestión, la eficacia de sus proyectos y porque ha conseguido sensibilizarnos a todos sobre la lacra terrible del hambre en el mundo.
El hambre es una triste realidad y una desgracia para una parte importante de la humanidad, que requiere una lucha concreta y eficaz mediante una estrategia adecuada, en una búsqueda continua del bien común, fundamentada en el principio del destino universal de los bienes de la tierra e inspirada en un humanismo integral y solidario.
La campaña de Manos Unidas de este año nos confronta con nuestra responsabilidad sobre el uso y destino que damos a los alimentos, pues mientras la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) reconoce que en torno a 900 millones de personas sufren la dramática experiencia del hambre en el tercer mundo, en el primer mundo un tercio de los alimentos acaba en la basura. “El desperdicio de alimentos –ha escrito el papa Francisco- no es sino uno de los frutos de la cultura del descarte, que a menudo lleva a sacrificar hombres y mujeres a los ídolos de las ganancias y del consumo”.
Manos Unidas nos invita un año más a la generosidad con los que nada tienen y a comprometernos eficazmente en la lucha contra el hambre. Así nos lo pedía el Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes: “Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que recuerden aquella frase de los Padres: ‘Alimenta al que muere de hambre, porque si no lo alimentas, lo matas´” (n. 69).
Los hambrientos claman ante las sociedades opulentas y golpean nuestra conciencia. Dios, sobre todo, nos llama a compartir nuestros bienes con los necesitados. En el momento crucial del juicio no habrá posibles ambigüedades. Los criterios últimos de discriminación serán nuestros sentimientos de amor con los pobres y desgraciados: Entonces resonarán estas sentencias inapelables: “Venid benditos de mi Padre y heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me hospedasteis, estuve preso y en la cárcel y vinisteis a verme”. “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer…” (Mt 25,41).
La Iglesia contempla en los pobres el rostro de Cristo (Centesimus Annus 58). Por ello, el amor a los hambrientos exige un compromiso generoso, una esperanza firme y también austeridad de vida, para compartir con los pobres no sólo lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario para compartirlo con los que pasan hambre. Hay muchos hermanos nuestros que esperan nuestra ayuda y pueblos enteros condenados al subdesarrollo, al analfabetismo, a la carencia de agua potable y de medicinas… Mitiguemos sus carencias con nuestra generosidad, ayudándoles en su desarrollo integral.
Por todos estos motivos, invito a los sacerdotes a hacer mención de la campaña de Manos Unidas en la homilía de este domingo y a urgir a los fieles a que sean generosos por solidaridad con los que nada tienen, hijos de Dios como nosotros, redimidos por la sangre preciosa de Cristo, hermanos nuestros, alguien que nos pertenece y ante los no podemos pasar de largo.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz día del Señor
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla