Carta del arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina
Queridos hermanos y hermanas:
En este año se cumple el centenario de la fundación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, institución íntimamente ligada a la archidiócesis de Sevilla, en la que tiene dos casas, una en la capital y otra en Palomares del Rio, en cuya parroquia recibe su fundador, don Manuel González García, la inspiración carismática de dedicar su vida a difundir el culto a la Eucaristía y la espiritualidad eucarística.
San Manuel González García, canonizado por el papa Francisco el 16 de octubre de 2016, nace en Sevilla el 20 de febrero de 1877 y muere en Madrid el 4 de enero de 1940. Entre esas dos fechas, se inscribe una de las biografías más atrayentes de la moderna historia de la Iglesia en España. Ordenado sacerdote en septiembre de 1901, fue capellán de las Hermanitas de los Pobres de Sevilla, misionero popular por quince días en Palomares del Río, arcipreste de Huelva, obispo auxiliar de Málaga en 1915, obispo residencial en 1920, obispo de Palencia en 1935 y fundador de varias obras eucarísticas y de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret el 3 de mayo de 1921. Quienes lo conocieron ponderan su piedad y altísima vida de oración junto al sagrario, su austeridad y amor a la pobreza, su simpatía, su alegría contagiosa, su ardiente caridad pastoral y su amor a los pobres.
Quienes testifican en su proceso de canonización coinciden en afirmar que la clave de su espiritualidad, su único amor y su única pasión fue Jesús presente en la Eucaristía. Él vivió anticipadamente cuanto nos enseñara el Vaticano II al afirmar que “la Eucaristía es la raíz, centro, culmen y meta de la vida cristiana” (LG 11). Ella es el sello carismático que marca su personalidad, su espiritualidad y su vida sacerdotal.
Es bien conocido el acontecimiento que dio una orientación decisiva a su ministerio, el encuentro del sagrario abandonado de Palomares del Río. Con los ojos de la fe vio a Jesús e intuyó su mirada llena de tristeza, una mirada que, según él, no se olvida nunca, que se clavó en su alma, que le hablaba y le pedía más en el ministerio que estaba comenzando. Desde entonces, la Eucaristía será para él su centro y su vida.
Desde entonces consideró una gran injusticia el abandono de Jesús en el sagrario por el rechazo, el olvido y la indiferencia de tantos. Desde entonces sólo deseó anunciar por todas partes la grandeza del misterio eucarístico y reparar y acompañar al más abandonado de todos los pobres, el Santísimo Sacramento. En más de una ocasión le hubo de venir a la mente la más amarga queja que encontramos en el Nuevo Testamento, cuando san Juan afirma en el prólogo de su Evangelio que Jesús “vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11), queja que sólo tiene parangón con la afirmación de san Lucas cuando nos dice que José y María buscan en Belén un lugar en el que alumbrar a Jesús, y tienen que marchar a un establo porque “no había sitio para ellos en el mesón” (Lc 2,7
El Concilio Vaticano II nos dice que “en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, nuestra Pascua. En ella se contiene la carne de Cristo, vivificada y vivificante por el Espíritu, que da la vida a los hombres” (PO 5). San Manuel González estaba convencido de ello mucho antes de que lo proclamara el Concilio. Para él, la adoración eucarística es la fragua en la que se ha templado el valor de los mártires y en la que se ha encendido el amor de los santos y de los buenos cristianos de todos los tiempos. San Manuel estaba también convencido de que la adoración eucarística fue el motor de su apostolado. Él mismo nos lo confiesa: “Negaría mi historia de sacerdote y de obispo, cerraría los ojos a la evidencia si… yo no colocara como el más eficaz en sus resultados… el apostolado por medio de la Eucaristía”. Que estas palabras tan hermosas sean un estímulo para todos nosotros, sacerdotes, consagrados y laicos.
Con ocasión del centenario, la Penitenciaría Apostólica ha concedido a las Religiosas Nazarenas un año jubilar, pudiéndose lucrar la indulgencia plenaria, entre otros templos, en la parroquia de Palomares del Río. Debería haber comenzado el pasado 3 de mayo. Las circunstancias difíciles que estamos viviendo, lo han impedido. Dios quiera que pronto podamos inaugurarlo y que su celebración nos ayude a todos a renovar nuestra vida cristiana, y muy especialmente nuestro amor y nuestra devoción a Jesucristo Eucaristía.
Felicitamos a las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, al mismo tiempo que nos unimos a su acción de gracias por tantos dones como el Señor ha concedido a su instituto, y a través suyo a toda la Iglesia, a lo largo de los últimos cien años. Para ellas y para todos los amigos de la Congregación, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla