Carta semanal del arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo
El pasado 21 de junio, la Santa Sede publicaba la Constitución Apostólica Vultum Dei Quaerere sobre la vida contemplativa femenina, firmada por el Papa el 29 de junio, solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Sustituye a la Constitución Apostólica Sponsa Christi, publicada por Pío XII el 21 de noviembre de 1950.
A lo largo de la historia de la Iglesia, y también hoy, un número incontable de mujeres consagradas han orientado y siguen orientando toda su vida y actividad a la contemplación de Dios, teniendo una única pasión, la búsqueda incesante de su rostro. Son las monjas contemplativas, que en su vida escondida con Cristo en Dios buscan no solo el sentido de la vida, sino sobre todo el rostro de Dios, de Aquél de quien la Biblia dice que Él lo es todo (Si 43, 27). Ellas, reproduciendo en la Iglesia los rasgos de Jesús, virgen, pobre y obediente, se realizan en esta búsqueda apasionada del rostro del Señor, una búsqueda que es fuente de paz, de sosiego y alegría.
El papa Francisco, después de saludar a las “queridas hermanas contemplativas”, manifiesta su aprecio por este género de vida y dice que a pesar de que en muchos ambientes no se entienda esta especial vocación, la Iglesia las necesita “inmensamente” para seguir llevando “la buena noticia del Evangelio a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo”.
Manifiesta el Papa que cincuenta años después del Vaticano II, ha considerado necesario ofrecer a las monjas claustrales esta Constitución, que tiene en cuenta tanto el fecundo camino que la Iglesia ha recorrido a la luz de las enseñanzas del Vaticano II, como también las nuevas condiciones socio-culturales. Para ayudar a las contemplativas a vivir su hermosa vocación, les invita el Papa a reflexionar sobre doce temas de la vida consagrada. El primero es el discernimiento sobre la admisión de las candidatas, sin dejarse llevar por la tentación del número, asegurando siempre un acompañamiento personalizado, la formación inicial y la posterior formación permanente.
El Papa encarece después la importancia de la vida de oración, tanto la oración litúrgica como la oración personal, que no debe buscar sólo el crecimiento personal, sino que debe ensanchar el corazón para abrazar a toda la humanidad, y en especial a aquella que sufre. Insiste en la centralidad de la Palabra de Dios, pues de ella brota tanto la oración como la contemplación. Pondera también la importancia de los sacramentos de la eucaristía y la reconciliación. Afirma que “la Eucaristía es por excelencia el sacramento del encuentro con la persona de Jesús”, pues ella contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo. Añade que de la experiencia gozosa del perdón recibido por Dios en el sacramento de la penitencia brota la gracia de ser profetas y ministros de misericordia e instrumentos de reconciliación, que tanto necesita nuestro mundo.
Pondera después la importancia de la vida fraterna, que debe llevar a los miembros de un monasterio a vivir la comunión, a tener un solo corazón y una sola alma, para lo cual todas las monjas deben ser artesanas de la paz y de la reconciliación. Se refiere después el Papa a la autonomía de los monasterios, que favorece “la estabilidad de vida y la unidad interna de cada comunidad”, pero que no debe significar independencia o aislamiento, en particular de los demás monasterios de la misma Orden. Apoyo importante pueden prestar en este sentido las federaciones, que deben ayudar a vivir la identidad más genuina de la vida contemplativa, a colaborar en la formación permanente e inicial, a compartir el personal y, si fuera necesario, los bienes materiales.
Habla también el Papa de la clausura, que es «signo de la unión exclusiva de la Iglesia-esposa con su Señor, profundamente amado», como escribiera Juan Pablo II en Vita Consecrata. Sobre el trabajo dice el Santo Padre a las claustrales que no debe distraer de la contemplación, ni apartar del espíritu de pobreza. Ha de ser realizado con devoción, sin dejarse condicionar por la obsesión de la eficiencia y del activismo. Dice después que en la vida contemplativa es esencial el silencio para la escucha de la Palabra y como requisito para mantener la presencia de Dios a lo largo del día.
Termina el Papa invitando a las contemplativas a la ascesis y llamando la atención sobre el uso prudente de los medios de comunicación, que no pueden ser ocasión para la evasión de la vida fraterna ni obstáculo para la contemplación.
Por mi parte, concluyo esta carta semanal, invitando a todos los fieles a encomendar al Señor a nuestras hermanas contemplativas, correspondiendo a tanto como les debemos. Pidamos al Señor que las confirme en la hermosísima vocación que les ha regalado en su Iglesia y que, como premio a esa fidelidad, les conceda las vocaciones que permitan mirar con esperanza el futuro de sus monasterios.
Para ellas y para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla.