Apertura del proceso de beatificación y canonización de los mártires sevillanos en el siglo XX

Intervención del Arzobispo de Sevilla en la Catedral, el 3 de octubre de 2014.

1. Alabemos a Dios que es admirable siempre en sus santos. Con estas palabras, prestadas de la liturgia, inicio esta intervención conclusiva, con la que doy las más rendidas gracias a Dios que me concede el privilegio de abrir solemnemente la fase diocesana de la Causa de Beatificación y Canonización de los mártires de la persecución religiosa en nuestra Archidiócesis en la primera mitad del siglo XX. Desde hace tiempo las distintas Diócesis españolas han venido realizando las tareas precisas para conocer con rigor tanto el número de víctimas como las circunstancias en las que se produjo su muerte. Muchos han sido ya beatificados y algunos canonizados. Por causas diversas, nuestra Archidiócesis es una de las pocas que no han iniciado todavía este proceso. Os confieso que era una aspiración largamente soñada desde los primeros meses de mi servicio a esta Iglesia particular. Me parecía un acto de justicia exhumar su memoria y poner sobre el candelero de la Iglesia la fidelidad heroica de estos cristianos, que prefirieron renunciar a la vida antes que traicionar a Jesucristo.

2. Como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, desde tiempo inmemorial la Iglesia, «con el más exquisito cuidado, … ha recogido los recuerdos de quienes llegaron hasta el extremo para dar testimonio de su fe» (n. 2474). Por ello, con el fin de conservar piadosamente la memoria de estos testigos de la verdad, de la firmeza en la fe, de la caridad y del amor más grande, un amor que cuando es conocido, atrae, convierte y salva, me parecía urgente recoger los testimonios sobre sus epopeyas martiriales. Con esta finalidad, me adelanté al acto que hoy celebramos, constituyendo un Tribunal «ne pereant probationes» el día 7 de mayo del año 2012, con el fin de que no se perdiesen los testimonios de aquellas personas que pudieran aportar datos relevantes para el buen fin de esta Causa. A Dios nuestro Señor, que nos ha acompañado con su gracia a lo largo de más de dos años de trabajo preparatorio; a Él que robustece con la fuerza de su gracia nuestra fragilidad y que sostuvo a los mártires para confesar su fe con valentía, le damos gracias en esta tarde y lo bendecimos como «corona de los mártires, de los confesores y de las vírgenes».

3. En mi carta pastoral de 22 de abril de 2012, anunciaba el inicio del estudio exhaustivo que nos ha permitido determinar las personas que en nuestra Iglesia particular murieron proclamando su amor a Cristo y perdonando a sus perseguidores en la persecución religiosa en Sevilla. Para comenzar dicho estudio nombré Postulador Diocesano de la Causa al Ilmo. Sr. Vicario General, D. Teodoro León Muñoz, quien debía coordinar e impulsar la búsqueda de los datos, y una Comisión histórica, formada por peritos históricos y archivísticos, presidida por el Prof. Dr. D. José Leonardo Ruiz Sánchez.

4. En la preparación de la causa no partimos de cero. A los pocos meses del final de la Guerra civil, nuestro predecesor en la sede de San Isidoro el Cardenal Ilundain y Esteban (1862-1937) dispuso que se recogiesen de inmediato los testimonios de quienes presenciaron los martirios. Fue sin duda una determinación inteligente y sabia, teniendo en cuenta la gravedad de los hechos acaecidos y la trascendencia que las epopeyas martiriales representaban para nuestra Iglesia diocesana. Acaecida la muerte del Cardenal cuando su iniciativa aún no se había concluido, fue de inmediato completada por su sucesor, el Cardenal Segura, al poco de hacerse cargo de la Archidiócesis. Con los documentos resultantes pudo componerse un libro impreso que fue enviado en 1938 a la Nunciatura Apostólica en España con el título «La persecución religiosa en la Archidiócesis de Sevilla», obra de un valor excepcional por la riqueza y originalidad de los testimonios allí recogidos.

5. La empresa realizada hasta ahora y la que hoy inauguramos no tiene otro norte que la gloria de Dios y el bien de la Iglesia y muy especialmente de los fieles de nuestra Archidiócesis. Hoy más que nunca, en una época como la nuestra de fidelidades cortas y de compromisos tenues, necesitamos del testimonio de aquellos cristianos que han vivido su fe y han encarnado el Evangelio de forma heroica y radical en un tiempo y un ambiente de laicismo extremo. Nuestros mártires son referentes y modelos del amor más grande y de la fidelidad más plena para los cristianos de hoy, en las variadas condiciones en que debemos vivir nuestra vocación cristiana. En ellos descubrimos el rostro de Dios, que se ha encarnado y ha tomado forma en los rostros de aquellos que han hecho de Cristo la razón suprema de su existencia (LG 50). En sus epopeyas martiriales descubrimos cómo Él sigue presente en el mundo y salva y transforma las vidas de los suyos. En ellas encontramos, incluso, un motivo de credibilidad, de acuerdo con la sugerente pregunta que Tertuliano formulara hacia el año 200: «¿Es posible que tantos mártires hayan muerto para nada?».

6. Aquellos hechos se han recordado más recientemente en distintos artículos y en el folleto titulado «In memoriam. Sacerdotes martirizados en la Archidiócesis de Sevilla en la Guerra Civil del 36», publicado por Carlos Ros en 1996 bajo los auspicios de la Universidad de Curas de la Ciudad de Sevilla y Hermandad de San Pedro ad Vincula. La desaparición lógica de quienes presenciaron los hechos como consecuencia del tiempo transcurrido ha sido suplida con las aportaciones de quienes pudieron escuchar de ellos sus testimonios. La consulta de una abundante bibliografía, mayoritariamente reciente, así como el estudio crítico de toda la documentación que ha podido reunirse al respecto son labores que han llevado a cabo cualificados profesionales que han trabajado con plena libertad.

7. En la citada carta pastoral afirmaba que el objetivo último era cumplir con un deber de gratitud, y mostrar a nuestra Iglesia diocesana y la Iglesia universal el heroísmo y la fortaleza de quienes, por amor a Jesucristo, prefirieron la muerte antes que renegar de su fe. Declaraba entonces y lo ratifico ahora que de ninguna manera pretendemos echar sal sobre viejas heridas que aún parecen abiertas en algunos lugares a pesar del tiempo transcurrido. Tampoco pretendemos saldar las cuentas pendientes de quienes las dejaron canceladas perdonando a sus verdugos en un acto de generosa y extrema caridad.

8. Su número, después de depurar escrupulosamente la lista inicial se eleva a veintiuno. De ellos, diez son sacerdotes, un seminarista y diez laicos, entre ellos una mujer de Constantina, María Dolores Sobrino, asesinada en la sacristía de la parroquia y la más mayor de todos los que componen la causa. La encabeza el Siervo de Dios Manuel Gonzalez-Serna Rodríguez, párroco del citado pueblo de la Sierra norte, donde fue asesinado y cuya fama de santidad era notoria antes de su martirio acaecido el 23 de junio de 1936. Entre los seglares contamos con dos abogados, un farmacéutico, un sacristán, un carpintero, un empleado de banca, un empleado municipal y dos propietarios. Cuatro de ellos eran solteros y seis casados. El más joven, con 19 años, era el seminarista Enrique Palacios Monrabá, que murió junto a su padre Manuel Palacios Rodríguez en Cazalla de la Sierra.

9. La mayoría pertenecían a la Adoración Nocturna, a la Acción Católica o militaban en la defensa de la Iglesia en la vida pública y fueron martirizados por su condición de cristianos fervientes. Todos ellos son honra y prez de nuestra Iglesia particular, hitos gloriosos de nuestra historia diocesana. Ellos son el paradigma de lo que debe ser una vida cristiana piadosa y santa, generosa, consecuente y fiel. Ellos, junto con los demás santos sevillanos de todas las épocas, constituyen nuestro patrimonio más preciado, un auténtico patrimonio de santidad. Todos ellos murieron perdonando a sus verdugos y fueron varios a los que se les ofreci
ó la libertad a cambio de apostatar de su fe, resistiendo los halagos de quienes les juzgaban.

10 Quiero subrayar de nuevo que los trabajos preparatorios ya concluidos y la nueva y decisiva fase diocesana de la Causa que hoy iniciamos es una iniciativa exclusivamente religiosa y eclesial. Que nadie vea en ella otra intención. Sólo pretendemos honrar a nuestros mártires y dar a conocer a toda la Iglesia el heroísmo y la fortaleza de quienes murieron por amor a Jesucristo y mostrar a los cristianos de hoy el testimonio martirial de su vida cristiana vivida hasta sus últimas consecuencias. Efectivamente, todos ellos son modelos y testigos del amor más grande, pues fueron cristianos de profunda vida interior, devotos de la Eucaristía y de la Santísima Virgen: Vivieron cerca de los pobres y fueron apóstoles convincentes de Jesucristo. En las penosísimas circunstancias que acabaron con su vida terrena, mientras les fue posible, confesaron, se alimentaron con el pan eucarístico e invocaron filialmente a la Virgen con el rezo del santo Rosario. En la cárcel confortaron a sus compañeros de prisión y nunca renegaron de su condición de sacerdotes, consagrados, o cristianos laicos fervientes. Sufrieron con fortaleza vejaciones y torturas sin cuento y murieron perdonando a sus verdugos y orando por ellos. Vivieron los instantes finales de su vida con serenidad y alegría admirables, alabando a Dios y proclamando que Jesucristo era el único Rey y Señor de sus vidas.

11. El inicio de su proceso de canonización debe constituir para toda la Archidiócesis un acontecimiento de gracia y un estímulo para ser cada día más fieles al Señor. Efectivamente, como rezamos en uno de los prefacios de los Santos, a través de su testimonio admirable, el Señor fecunda sin cesar a su Iglesia, con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de su amor. Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión. El testimonio de estos candidatos a la beatificación, a medida que se vayan conociendo sus biografías, nos ayudará a fortalecer nuestra condición de discípulos y amigos del Señor, a robustecer nuestra esperanza, a acrecentar nuestra caridad hacia Dios y hacia nuestros hermanos y a revitalizar nuestro testimonio apostólico. Los diez sacerdotes son para nosotros, los sacerdotes de la Archidiócesis, modelos cercanos de amor y fidelidad al Señor, de amor a nuestro sacerdocio y la expresión más alta de la caridad pastoral del sacerdote que da la vida por sus ovejas a imitación de Jesucristo, Buen Pastor.

12. El seminarista es modelo precioso para los alumnos de nuestros Seminarios, llamados a seguir al Señor sin vacilación. Los diez seglares son un referente magnífico para nuestros laicos, muy especialmente para los miembros de la Adoración Nocturna y de la Acción Católica, llamados a ser apóstoles en virtud de su bautismo y del don del Espíritu recibido en la confirmación, llamados también a dar testimonio de Jesucristo, como ellos, en la vida pública.

13. El camino que hoy iniciamos nos sitúa en el corazón del misterio de la Iglesia, su santidad, y es un aldabonazo que nos recuerda a los cristianos de Sevilla, tal vez demasiado adormecidos e instalados en un cierto aburguesamiento espiritual, la llamada universal a la santidad: Sus vidas, en efecto, nos alientan en nuestro camino de fidelidad y son para todos nosotros un recordatorio permanente de la palabra intemporal de Jesucristo: «Sed santos, como el Padre celestial es santo» (Mt 5,48), invitación que nos reitera san Pablo con palabras equivalentes: «Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Tes 4,3). En realidad la santidad es la primera necesidad de la Iglesia y del mundo en esta hora crucial. En momentos de crisis en la vida de la Iglesia han sido los santos quienes le han marcado las sendas de la verdadera renovación. «Los santos, -nos ha dicho el Papa Benedicto XVI- son los verdaderos reformadores… Sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo». Algo parecido nos decía el mismo Santo Padre en la catequesis del miércoles 13 de enero de 2010: «Son los santos, guiados por la luz de Dios, los auténticos reformadores de la vida de la Iglesia y de la sociedad. Maestros con la palabra y testigos con el ejemplo, promueven una renovación eclesial estable y profunda». El Papa Francisco, por su parte nos ha recordado que todos estamos llamados a la santidad, que «significa vida inmersa en el Espíritu, apertura del corazón a Dios, oración constante, humildad profunda y caridad fraterna».

14. De cara a la Nueva Evangelización y a la transmisión de la fe, es preciso dar a conocer sus vidas, sus escritos y su experiencia de Dios en publicaciones sencillas, comenzando por nuestra hoja diocesana Iglesia en Sevilla y Archisevillla digital. Es necesario que mostremos todos estos tesoros en la acción pastoral. En ellos pueden encontrar los cristianos de hoy auténticos ideales, programas de vida y magníficos ejemplos a seguir. Los santos, también el amplio catálogo de nuestros santos diocesanos y de nuestros mártires del siglo XX, son el más grande y genuino patrimonio de la humanidad, incluso desde una perspectiva puramente civil y social. Sus figuras son la encarnación más perfecta de los grandes valores humanos y cívicos, la solidaridad, la compasión, el servicio a los demás, el amor, el heroísmo, la paz, el perdón y el respeto a sus semejantes.

15. Es de justicia recordar el interés de todos los que han colaborado en el trabajo preparatorio, el Postulador diocesano Ilmo. Sr. D. Teodoro León Muñoz; los miembros del Tribunal ne pereant probationes, compuesto por el Ilmo. Sr. D. Ángel Antonio Faílde Rodríguez, como Delegado Episcopal; el Ilmo. Sr. D. Isacio Siguero Muñoz, como Promotor de Justicia; D. Francisco Miguel Martínez Torres, como Notario Actuario; y Dña. Mónica Freire Cueli, como Notaria Adjunta; los miembros de la Comisión Histórica, presidida por el Prof. Dr. D. José Leonardo Ruiz Sánchez, y los dos miembros colaboradores, Dña. Nuria Casquete de Prado Sagrera y Dña. Isabel González Ferrín. A todos agradezco cordialmente el excelente trabajo que han realizado en estos años.

16. Agradezco la colaboración de tantas personas e instituciones eclesiales, civiles y militares que han demostrado su disponibilidad para entregar o conseguir documentación de especial relevancia para esta Causa. Doy las gracias también a las parroquias relacionadas con los Siervos de Dios martirizados, a sus sacerdotes y feligreses, así como a sus familiares, que de tantas maneras han insistido en que no quedara relegado al olvido su testimonio de fe en el martirio.

17. Por último, agradezco al P. Alfonso Ramírez Peralbo, capuchino, su disponibilidad para aceptar el oficio de postulador en Roma. A todos ellos y a otras muchas personas que han colaborado como testigos o informadores, les agradezco sus buenos servicios, y pido a todos los que nos hemos dado cita en esta tarde en nuestra Catedral que sigan colaborando, cada uno en la medida de sus posibilidades, y muy especialmente mediante nuestra oración, para que podamos concluir felizmente el camino que hoy iniciamos. Encomiendo el fruto de los trabajos de la Comisión Delegada a todos los santos sevillanos y a la Santísima Virgen, Reina de los Mártires.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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