Carta semanal del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina.
Queridos hermanos y hermanas:
La coincidencia del 1 de mayo con el domingo VI de Pascua, en el que celebramos también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, solapa este año la memoria litúrgica de san José Obrero. Con todo, no quiero omitir una breve reflexión sobre la fiesta cristiana del trabajo. Como es bien sabido, el mundo obrero se alejó de la Iglesia a raíz de la Revolución industrial. Fue esta una de las mayores tragedias acaecidas en la Iglesia en el siglo XIX.
¿Sigue existiendo hoy la clase obrera? Hasta hace diez o doce años, algunos lo ponían en duda. Afirmaban que el proletariado había desaparecido al incorporarse los trabajadores a las clases medias y al mitigarse las condiciones degradantes de trabajo que eran habituales en la época de la Revolución industrial. La verdad es que esto es solo parte de la verdad. Siendo cierto que se han mitigado las condiciones infamantes de trabajo del siglo XIX, últimamente han crecido otros vicios estructurales, que parecen modernos, pero que mellan la dignidad de los trabajadores.
Hoy en España, la mitad de los puestos de trabajo son temporales y precarios, mientras el número de parados supera ampliamente los cuatro millones. Son millares los jóvenes que tienen graves dificultades para encontrar su primer empleo y que, cuando lo obtienen, han de trabajar de sol a sol, con contratos abusivos y salarios escasos, que les impiden mirar al futuro y fundar una familia. Qué lejos está esta realidad de lo que el papa Francisco llama un trabajo decente. Sigue siendo pavoroso el sufrimiento de muchas familias, con todos sus miembros en paro y sin subsidio de desempleo, familias que lo han perdido todo, el trabajo, la casa y la esperanza. Todos ellos constituyen la clase social de los empobrecidos.
En las últimas décadas han mejorado los sistemas productivos, pero no las condiciones de vida de los trabajadores. De todo lo dicho se deduce que efectivamente sigue existiendo la clase obrera, que incluso en los últimos años ha visto recortados sus derechos sociales. En este contexto, es pertinente esta pregunta: ¿Es posible hoy anunciar la alegría del Evangelio en el mundo obrero? Precisamente porque la situación es la que acabo de describir, es más urgente que nunca el anuncio de Jesucristo en el mundo del trabajo, en el que hay muchos hombres y mujeres que necesitan esperanza, que necesitan, sobre todo, a Cristo, camino, verdad y vida de los hombres, principio fecundo de humanización, centro de la humanidad, gozo del corazón del hombre y plenitud total de sus aspiraciones, en expresión feliz del Vaticano II.
Me dirijo a los militantes cristianos en el mundo obrero, llamados a ser luz para tantos ciegos que no han conocido el esplendor de Cristo; a ser cayado de tantos cojos, que no tienen quien les sostenga y dirija en el camino de la vida; llamados también a ser servidores de la alegría, como llama san Pablo a los evangelizadores. La alegría es connatural al anuncio del Evangelio, tanto para quienes reciben la Buena Noticia y descubren la belleza del seguimiento del Jesús, como para quienes evangelizan, pues como afirmara el papa Benedicto XVI en la homilía de inicio de su pontificado, “no hay nada más bello que conocer a Jesús y comunicar a los otros la amistad con Él”. El papa Francisco nos ha dicho que “Jesús llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Él, pues son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento. Con Jesús siempre nace y renace la alegría” (EG1).
Queridos militantes: vosotros estáis obligados a acercar a la clase obrera a Jesús. Él mismo os lo pide: “Seréis mis testigos… hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8). Estas palabras son un encargo y una gracia también para vosotros. No se puede vivir la fe en Cristo sin testimoniarla. Como a los Apóstoles, Jesús nos transmite su misión y nos encomienda enseñar lo que nosotros hemos aprendido, divulgar lo que a nosotros nos ha acontecido, que en nuestro encuentro con Jesús, Él nos ha devuelto la luz, la vida y la esperanza. Como los discípulos de Jesús después de Pentecostés, hemos de acercarnos a tantos hermanos nuestros, que viven en las cunetas de la desesperanza para compartir con ellos nuestro mejor tesoro, Jesucristo.
No os avergoncéis nunca de Jesucristo y su Evangelio. Proclamad en la fábrica, en la oficina, en la escuela y en toda circunstancia, que Cristo vive y que sólo Él es la esperanza para el mundo. Es posible que más de uno os desprecie, os tome por locos, fanáticos y fundamentalistas. También encontraréis personas que buscan a tientas la verdad, que buscan a Dios de forma inconsciente y que necesitan una voz amiga que les sirva de cayado y les señale el camino más pleno y auténtico de realización personal.
Recibid mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla