Ante el Día del Papa

Carta semanal del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina.

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos en este domingo, el más cercano a la solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo, el Día del Papa. En esta jornada damos gracias a Dios por el servicio decisivo que el Sucesor de Pedro presta a la comunidad cristiana. Como es bien sabido, a lo largo de su ministerio público, el Señor va diseñando la arquitectura constitucional de la Iglesia y va poniendo los pilares del edificio espiritual que es la casa del Dios vivo, como llama san Pablo a la Iglesia. Para ello, elige a los Apóstoles como cimiento, a los que envía al mundo entero para que prediquen el Evangelio a toda criatura. Previamente, en Pentecostés, los unge con la fuerza del Espíritu, que les capacita para la tarea que les espera, implantar la Iglesia en el mundo entonces conocido.

De entre los Doce, elige a Pedro para que sea el principio de unidad y la piedra fundamental de la casa del Dios vivo (1 Tim 3,15). Para ello, le promete el carisma de atar y desatar, es decir, de interpretar con autoridad la nueva ley evangélica (Mt 16,17-19). Le impone además la tarea de confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22,32). Después de su resurrección, en las riberas del mar de Galilea, le entrega la potestad suprema de enseñar, santificar y regir al nuevo Pueblo de Dios (Jn 21,15-17).

Del mismo modo que el oficio que el Señor encomendó a los Doce subsiste en los Obispos, sucesores de los Apóstoles, el oficio que Cristo encomendó a Pedro, por voluntad de Jesús, permanece en sus sucesores, los Obispos de Roma, de modo que el Papa es, como Pedro, Vicario de Jesucristo, Pastor de toda su grey y cabeza visible de la Iglesia. Como dice el Concilio Vaticano II, el Papa «hace las veces de Cristo mismo, maestro, pastor y pontífice, y actúa en su lugar» (LG 21). Este es el fundamento del amor y veneración que debemos profesar al Papa, algo que se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia y a la más genuina tradición católica. El amor al Papa y el «sentir» con el Papa han sido siempre un signo distintivo de los buenos católicos. Lo han sido y siguen siendo también la acogida, docilidad y obediencia a sus enseñanzas y la oración por el Papa, que goza de la asistencia indefectible del Espíritu, pero que necesita también de la plegaria ferviente de todos los hijos de la Iglesia.

Todos los días hemos de encomendar al Señor la persona, la salud, el ministerio e intenciones del Papa Francisco. Debemos rezar por él especialmente en este domingo en nuestras devociones privadas y en las celebraciones eucarísticas de nuestras parroquias y comunidades. Pido, pues, a los sacerdotes que eleven preces especiales por esta intención, que expliquen en la homilía la naturaleza del servicio petrino y que inviten a los fieles a renovar la devoción, fidelidad y obediencia al Papa.

El Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos nos pide a los Ordinarios diocesanos que no descuidemos «la particular colecta denominada Óbolo de San Pedro, destinada a hacer posible que la Iglesia de Roma pueda cumplir válidamente su oficio de presidencia en la caridad universal». Por ello, pido a los sacerdotes que hagan con todo interés la colecta conocida como «óbolo de San Pedro», que es imperada y obligatoria, pero que todos debemos hacer de buen grado. Su origen se remonta a los primeros siglos de la Iglesia, si bien se generaliza a partir del siglo VIII, siguiendo la estela de los países anglosajones, verdaderos pioneros en la ayuda a la Sede Apostólica.

Con el «óbolo de San Pedro» el Santo Padre atiende a las frecuentes peticiones de ayuda que, como pastor universal, recibe del mundo entero. Atiende, sobre todo, al grito de los pobres, niños, ancianos, marginados, emigrantes, prófugos, víctimas de las guerras y desastres naturales, como acabamos de ver con ocasión del terremoto de Nepal. El Papa atiende también a las necesidades de las diócesis más necesitadas. Ayuda además a los misioneros y a sus obras pastorales, evangelizadoras, humanitarias, educativas y de promoción social en los países del Tercer Mundo.

Para ello necesita nuestra ayuda. El Óbolo de San Pedro es la expresión más genuina de la participación de todos los fieles en las iniciativas del sucesor de Pedro al servicio de la Iglesia universal. Es un gesto que no sólo tiene valor práctico, sino también una gran fuerza simbólica, como signo de comunión con el Papa, de solicitud por las necesidades de nuestros hermanos pobres y necesitados y de participación en la acción evangelizadora de la Iglesia.

En este domingo y siempre, estrechamos los vínculos de comunión con el Papa Francisco, que hoy nos preside en la caridad, acogemos su Magisterio, oramos por él y le ayudamos con nuestras limosnas a socorrer a los necesitados.

Con mi gratitud anticipada por vuestra generosidad, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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