Carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina.
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos en este domingo, el más próximo a la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, el Día del Papa, una jornada en la que todos los católicos estamos invitados a dar gracias a Dios por el servicio del todo especial que el Papa desempeña en la comunidad cristiana. A lo largo de su vida pública, el Señor, al mismo tiempo que anuncia la Buena Noticia del amor de Dios por la humanidad, va diseñando la arquitectura constitucional de su Iglesia. De entre sus discípulos, elige Doce, para que estén con Él y para que sean testigos de su vida, de su enseñanza, milagros, pasión, muerte y resurrección. A los Doce Apóstoles, a los que suceden los Obispos, el Señor los envía al mundo entero para que anuncien el Evangelio a toda criatura. Para ello los inviste con la fuerza del Espíritu Santo en Pentecostés y, a partir de ese momento, comienzan la tarea de edificar la santa Iglesia, de la que ellos mismos son cimientos.
Del grupo de los Doce Jesús elige a uno, Pedro, para que sea la roca fundamental y el principio de unidad del edificio de la Iglesia, concediéndole el carisma de atar y desatar, es decir, de interpretar autoritativamente la nueva ley evangélica, confirmando a sus hermanos en la fe. Junto al lago de Galilea, Pedro recibe la plenitud de la autoridad en el orden magisterial, santificador y de gobierno del nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia.
El oficio que Cristo entregó a Pedro, por voluntad del mismo Señor, subsiste en sus sucesores, los Obispos de Roma, a través de una cadena ininterrumpida, de modo que el Papa es, como Pedro, Vicario de Jesucristo, Pastor de toda su grey y cabeza visible de la Iglesia. Este es el fundamento y la razón del respeto, la veneración y el amor que debemos profesar al Papa, «el dulce Cristo en la tierra», como le llamaba Santa Catalina de Siena. El amor al Papa y el «sentir» con el Papa han sido siempre un signo distintivo de los buenos católicos, como lo ha sido también la acogida, docilidad y obediencia a sus enseñanzas.
Después del pontificado grande del Papa Juan Pablo II, nuestra veneración, amor, obediencia y oración se dirigen hoy a la persona y el ministerio del Santo Padre Benedicto XVI, que por encargo de Cristo y con la compañía de su Espíritu, nos preside en la caridad, nos pastorea en su nombre, nos alienta con su palabra y nos ilumina con la claridad de su Magisterio verdaderamente excepcional.
Si todos los días hemos de orar por la persona, ministerio e intenciones del Papa, mucho más debemos hacerlo en este domingo en nuestra oración personal y en las celebraciones eucarísticas de nuestras parroquias y comunidades. Es ésta una fecha muy indicada para que los sacerdotes expliquen en la homilía la naturaleza del servicio que el Santo Padre presta a la Iglesia, invitando a los fieles a renovar el amor y la devoción por el Papa. Renovemos también la fidelidad y la obediencia al Papa, que nos enseña en nombre y con la autoridad de Cristo y cuya palabra debe ser para todos los buenos católicos guía y norma de vida.
Estoy seguro de que los sacerdotes harán también con todo interés la colecta conocida como «óbolo de San Pedro», que es imperada y, por tanto, obligatoria. Su origen se remonta a la antigüedad cristiana y constituye la base primaria del sostenimiento de la Sede Apostólica. Con el «Óbolo de San Pedro» el Santo Padre atiende además a las innumerables solicitudes de ayuda que, como pastor universal, recibe del mundo entero. Atiende, sobre todo, al grito de los pobres, de los niños, ancianos, marginados, emigrantes, prófugos, víctimas de las guerras y desastres naturales. El Papa, como Cabeza del Colegio Episcopal se preocupa también de las necesidades materiales de las diócesis pobres y de los institutos religiosos especialmente necesitados. Acude además en ayuda de los misioneros, que promueven infinidad de iniciativas pastorales, evangelizadoras, humanitarias, educativas y de promoción social en los países más pobres de la tierra. Para ello necesita la ayuda de toda la Iglesia. «El Óbolo de San Pedro –ha escrito Benedicto XVI- es la expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Es un gesto que no sólo tiene valor práctico, sino también una gran fuerza simbólica, como signo de comunión con el Papa y de solicitud por las necesidades de los hermanos».
El libro de los Hechos nos da testimonio de cómo mientras Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia entera oraba por él. También nosotros, en este domingo y siempre, estrechamos la comunión con el Sucesor de Pedro, oramos por él y le ayudamos con nuestras limosnas a socorrer a los necesitados.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla