Desde marzo padecen los efectos de la alerta sanitaria de Perú pero es ahora cuando atraviesan por lo más duro de la pandemia. El covid-19 ha venido a empeorar las condiciones de vida de la provincia de Picota, en la región de San Martín, donde se desarrolla la misión diocesana de Picota. Su población es ahora un colectivo muy vulnerable.
Los sacerdotes Francisco Jesús Granados y Rafael Prados dan vida a la tarea de acompañar y atender las necesidades más urgentes en medio de la desolación que la enfermedad ha sembrado. Ni la pobreza ni la incertidumbre detienen la labor de dos hombres que recorren valles y montañas para mostrar el amor de Dios. En este tiempo, su labor pastoral se ha visto sorprendida por la alegría de una fe robusta: la de una población que sabe orar con los brazos al cielo porque tiene esperanza.
“Los contagios están descontrolados en la región de San Martín”
El estado de emergencia sanitaria se decretó en Perú en el mes de marzo y todavía está vigente. En plena selva peruana los sacerdotes de Córdoba encargados de la misión diocesana comprueban que fue poco eficaz el confinamiento. La pobreza y la necesidad obligan a las personas a salir de sus casas para trabajar y la precariedad de sus viviendas y el hacinamiento de las familias sin muchos recursos higiénicos han disparado los contagios. Ahora Perú junto a Brasil son los países más afectados por la pandemia en Latinoamérica. En mayo se dispararon los contagios y “ahora están descontrolados, con hospitales desbordados y focos de contagios en Lima y ciudades grandes”, explica Francisco Jesús Granados que destaca el impacto de la enfermedad en la región de San Martín, donde se desarrolla la misión diocesana. En la provincia de Picota los sacerdotes estiman que habrá unos doscientos contagiados, a falta de test que determinen la propagación de la enfermedad. Una decena de personas de la parroquia han fallecido a causa del Coronavirus, mientras otros afectados han sido evacuados al hospital más cercano. Es el momento más duro de la pandemia que “nos está afligiendo fuertemente”, dice el padre Francisco Jesús Granados.
Durante el tiempo de confinamiento “se tiene una sensación muy grande de impotencia ante tantas necesidades de la gente y la práctica ausencia de recursos sanitarios”, asegura con serenidad mientras constata que en Picota hay muy pocos asistentes sanitarios y algunos se han retirado de su servicio al contraer la enfermedad.
Oración Intensa
Ante la situación de escasez extrema, la oración personal de los sacerdotes se ha intensificado y solo la fe en su poder mitiga la impotencia ante el dolor de los hermanos. La adoración al Señor durante la eucaristía, celebrar cada día la misa, emitirla por canales telemáticos y estar cerca de las personas, son los instrumentos con que los sacerdotes acompañan a las personas en este tiempo de dolor y sufrimiento.
El padre Rafael Prados destaca cómo en este tiempo, la población no se ha distanciado de los sacramentos, a pesar de las medidas de seguridad. Muchos han querido participar en la eucaristía por vía telemática y otros han pedido confesión en medio de la crisis sanitaria. Ante la dureza de la pandemia, sin embargo, a veces ha celebrado la eucaristía solo. La soledad se traduce para Rafael Prados en una vivencia íntima de la eucaristía.
Las familias más necesitadas han encontrado el apoyo de los sacerdotes de la misión diocesana volcados en su atención. En los pueblos a los que atienden han repartido víveres a personas sin ningún recurso al no poder trabajar. El donativo que se recibe de la delegación de misiones de Córdoba se ha empleado en la adquisición de equipos de protección sanitaria, medicinas y algunas pruebas rápidas y se han realizado cuestaciones locales con el mismo fin, porque “hay gente que muere por falta de oxígeno, las plantas están muy alejadas y no se recargan los balones de oxígeno: es una situación dramática y complicada”, explica Francisco Jesús Granados.
El hospital provincial de Picota atiende a cuarenta mil personas. No cuenta con los recursos necesarios y durante la pandemia se ha improvisado un espacio para tratar el covid-19, unas medidas claramente precarias e insuficientes, motivo por el que la gente “está sufriendo mucho, está atemorizada y nosotros tratamos de llevarles un mensaje de serenidad, paz y esperanza”, aseguran ambos.
La confianza en que la población pueda recuperarse alejándose de la enfermedad que les impide adquirir los bienes básicos anima a los sacerdotes de la misión, mientras tratan de “apoyarles con nuestro consuelo y nuestra cercanía”.
Confinados y abiertos a los sacramentos
Junio está siendo un mes muy duro en Picota. Sin embargo, la celebración del Corpus Christi se abría paso en medio de la desolación que el Covid -19 ha traído a la selva peruana. Ese día una decena de personas, junto al sacerdote, recorrían con el Señor todos los asentamientos para impartir la bendición a los vecinos entre improvisados altares a las puertas de sus casas. Emocionados, de rodillas, aplaudiendo mientras recibían la bendición del Señor demuestran que “tienen una fe que mueve montañas, esperan al Señor y esperan de Él la salud y el consuelo que ahora necesitan”. Son días de esperanza en el Señor.
La participación de los fieles se ha reducido mucho en este tiempo, aunque algunas madres han participado en videollamadas con sus hijos para que los chicos tomaran contacto durante el confinamiento con los miembros de la misión, pero la enfermedad y el miedo al contagio pronto determinó necesidades urgentes y la llegada del ejército también fue atendida en la misión que les cedió su centro pastoral y el comedor social para realizar las tareas de vigilancia.
Recorriendo el valle para entregar ayuda
Los sacerdotes no pueden salir de Picota ni visitar los pueblos lejanos, donde atendían a familias. Los vecinos se han organizado para impedir el contagio cerrando carreteras y solo en alguna ocasión han podido entregar los víveres a personas con muchas necesidades. El padre Rafael Prados comprobó la rigidez de estas medidas porque una vez arriba “me indicaron que o bajaba ese día o tendría que esperar al lunes siguiente”. A pesar de este impedimento, los misioneros han estado atentos a necesidades urgentes como “bajar a algún enfermo o familia con falta de alimentos”. Para ello han contado con la colaboración de las familias misioneras dispersas en las alturas. Falta de recursos humanos y materiales hacen que la atención médica no llegue a Picota en la medida de las necesidades de la población, en plena selva.
La fe de personas sencillas
La gente sencilla y pobre se puso a rezar y a su paso, el sacerdote fue reclamado para guiarlos en la oración. Ocurrió hace unos días en Picota cuando el misionero diocesano Francisco Jesús Granados descubrió, mientras se dirigía a ver a una familia, a niños , jóvenes y adultos , con velas y de rodillas, alzar las manos y rogar a Dios. “Dios te sorprende y, a veces, lo hace con un espectáculo conmovedor cuando ves la fe de la gente pobre y sencilla que eleva su grito y su oración”, es así como ha quedado grabada en su memoria lo vivido hace unos días.
Esta iniciativa espontánea atrajo la atención de todos y a las puertas de las casas, adultos, jóvenes y niños se unieron en la dificultad de la pandemia y en la esperanza de superarla. Una acción improvisada con raíz profunda en la oración y movida por la fe de gente pobre y sencilla que “me han parado para rezar con ellos: me ha impactado y me ha emocionado“, reconoce el sacerdote, observador directo y diario del dolor que la pandemia está dejando en Picota.
Este día, como otros tantos, compartió canciones y oración: “hemos rezado pidiéndole al Señor y a la Virgen que nos protejan, que nos guarde de todo mal”.