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Saber ir a la raíz del problema

El capítulo III de la Encíclica Laudato Si´, desgrana la “raíz humana” como el origen de los problemas que surgen ante el cuidado de la Creación, y cuál debe ser nuestra responsabilidad actuando a partir del ver, juzgar y actuar.

Antonio A Garrido Salcedo

Coordinador para España del Movimiento Católico Mundial por el Clima

Toda la idea que se desarrolla, no es nueva, ya fue expuesta con anterioridad por Benedicto XVI en su Encíclica “Caritas in Veritate”, una de sus conclusiones determinaba que; el humanismo que excluye a Dios, es un humanismo inhumano. Por tanto, solo cuando el ser humano está abierto al amor de Dios, se da un verdadero avance y progreso de la sociedad en su conjunto, más allá del mero hecho de seguir hacia delante.

De nuevo, ya refiriéndonos a la Laudato Si´, se subraya la raíz humana de la actual situación, no podemos figurar como actores pasivos, limitándonos a describir que es lo que está sucediendo, puesto que como hijos de Dios, somos custodios de la Casa Común.

La sociedad, y en concreto el modelo occidental, que es el reflejo en el que nos contemplamos, se orienta hacia el desarrollo y el progreso sin límites. Pero esto, no debe ser un fin en sí mismo, no podemos olvidar que es un medio, puesto que plantear los avances tecnológicos, sin una ética, una cultura o una espiritualidad no siempre conllevan al progreso.

Es aquí cuando surge un grave peligro, y es que cada vez que la ola del progreso asciende rápida y fugaz, en su fuerte descenso puede arrastrarnos, en el caso que no existan unos valores a los que agarrarnos.

Un desarrollo hacia un progreso infinito, no puede ser posible. El modelo en el que nos hayamos inmersos, influye en el comportamiento de las personas, y por tanto redunda en la sociedad, en la política y la economía. Donde prima, el concepto de utilidad y de moda, otorgando solo valor a lo práctico.

Es necesario, una revolución cultural, donde los cristianos se entiendan como administradores responsables de la creación. Siendo coherentes con las enseñanzas aprendidas, y teniendo siempre presente el principio por el cual “todo está conectado”.

Por ello, se señala en la Encíclica el deber de reconocer las graves situaciones a las que nos enfrentamos; la situación de pobreza que muchas personas están sufriendo en el mundo, el ataque a la vida con la regularización del aborto o la eutanasia, la violencia en todos sus aspectos… ¿No somos acaso, capaces de oír el grito de un mundo que se consume?

Si aislamos por tanto al ser humano, como centro separado de la creación, más allá de cualquier otra transcendencia, surge un grave problema, en el que todo lo que rodea al individuo se vuelve circunstancial y relativo, respondiendo solo al principio de utilidad, usar y tirar.

Terminamos de nuevo con Benedicto XVI, que ya nos dio una respuesta a esta relación entre el hombre y el progreso. El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios, que se vuelvan hacia su amor en busca de una verdadera fraternidad universal.

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