Así titula Antonio Gil esta semana «Al Trasluz» en la víspera de la solemnidad del Corpus Christi.
ANTONIO GIL
Sacerdote
Este año, en la fiesta del Corpus Christi, las custodias no recorrerán nuestras calles y plazas, a causa de la pandemia. Y en Córdoba, solo la Custodia de Arfe se adentrará en el patio de los Naranjos para recibir el homenaje de amor y de entusiasmo del pueblo cristiano. Será, por tanto, una celebración más intensa, más interior que exterior, más comprometida en nuestro testimonio, como bien ha subrayado nuestro obispo, don Demetrio: «Al llegar esta gran fiesta del Corpus, queremos comer la carne gloriosa de Cristo en la comunión eucarística y tocar esa misma carne de Cristo en los pobres, nuestros hermanos». Tres hermosas reflexiones para esta jornada.
Primera, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo nos recuerdan que es hora de ser «eucaristía». Pan partido y comido por los hermanos que tienen hambre y sed. Y así, compartiendo la mesa, eucaristía tras eucaristía, caminar juntos hacia el Reino.
Segunda, la custodia bendice el trabajo de cada día y atrae la mirada como espejo en el que reflejarse y conformarse el estilo de Jesús de Nazaret. La custodia nos recuerda que, al comulgar, nos hacemos de alguna manera, «custodias vivas», de carne y hueso, que se dan y se reparten hasta dar la propia vida, día a día, en el martirio cotidiano. El rostro del vulnerable y el pobre, del anciano, del niño o el desesperado, son «custodias» donde venerar el misterio de amor y la redención. A Cristo mismo.
Tercera, comer del Cuerpo y beber de la Sangre nos compromete y nos hace cómplices del plan de Dios para este mundo. Así, la mesa de la Eucaristía siempre nos interpelará: «¿Se puede decir de nosotros que formamos un solo cuerpo, es decir, que hay unidad entre nosotros? ¿O pesarán más nuestras divisiones, exclusiones y favoritismos?». Nadie que reciba el Cuerpo de Cristo puede quedarse impasible, insensible e indiferente ante las heridas del mundo, ante las hambres que asolan la sociedad. Comer de Él es dejar que Cristo mismo dirija nuestra vida.