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Monseñor Álvarez: «La vida de D. Damián es un ejemplo de los milagros que puede hacer Dios con las personas»

En la mañana de este jueves 26 de noviembre se ha celebrado, en la Catedral de Huesca, la misa exequial por el eterno descanso de D. Damián Iguacen Borau, obispo emérito de Tenerife.
El funeral contó con la presencia del prelado nivariense, Bernardo Álvarez, quien realizó una sentida acción de gracias al término de la misa. Reproducimos íntegramente su mensaje:
“Agradezco al Señor obispo de Huesca y Jaca que me permita decir unas palabras de gratitud a Dios por D. Damián. Fue mi obispo durante siete años en la Diócesis de Tenerife.
‘Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna’. Esta es la fe de la Iglesia que proclamamos en el Credo. Gracias a ella podemos proclamar, como lo hacemos al despedir a los difuntos en la puerta de la iglesia, que el Señor nos da la certeza de que nuestro hermano no está muerto, sino que duerme para despertar a la vida eterna.
Cuando uno contempla la vida de D. Damián, 104 años, casi 105, nacido en Fuencalderas, un pequeño pueblo de Aragón, criado en el seno de una familia sencilla y humilde, se da cuenta de las cosas tan grandes que puede hacer Dios con las personas. Es el Señor quien lo ha hecho. Es un milagro patente la vida de este hombre. Pero para hacer ese milagro en D. Damián, Dios se ha valido de muchísima gente a lo largo de su vida. Primero, sus padres. Pero también el sacerdote de su pueblo, sus catequistas, los formadores del Seminario, etc.
Damián fue instrumento de Dios en favor de miles y miles de personas en todo el mundo. No solo en las diócesis donde ha ejercido su ministerio como sacerdote y obispo, sino también en otros tantos lugares donde ha podido dar charlas, ejercicios espirituales, etc. Asimismo, escribió diferentes libros que leen muchísimas personas en todo el mundo.
Por todo ello, con María, proclamamos la grandeza del Señor. Damos gracias por todos los que hemos experimentado ese regalo de Dios que ha sido D. Damián. Pero también agradecemos que, a lo largo de su vida, al igual que María, supo ir diciendo “aquí estoy, haz conmigo lo que tú quieras. Estoy a tu disposición. Hágase en mí según tu palabra”. Y gracias a esa disponibilidad que él llamaba incondicionalidad, ha sido posible el gran bien que nos ha dejado a todos los que hemos entrado en contacto con su persona.
En definitiva, damos gracias por todas las personas que Dios puso en su vida para que fuera realizando la vocación a la que estaba llamado. Y también damos gracias por todo el bien que ha derramado por el mundo entero. Su “sí a Dios” es lo que hizo ese gran obispo que hemos conocido. El último de todos y el servidor de todos. Que Dios le conceda el eterno descanso, la paz y la compañía de María y de los ángeles del cielo y que nosotros podamos reunirnos algún día con él para juntos alabar al Señor”.

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