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Los pobres y la nueva normalidad

FRANCISCO JAVIER CASTILLERO.

Todo el mundo habla de una nueva normalidad, pero ¿cómo será esta nueva normalidad para los pobres?

Una vez acabe el Estado de Alarma, numerosas personas tendrán que salir de sus hogares en busca de un futuro que se les presenta, como poco, incierto. Muchos se sentirán perdidos, sin saber a dónde mirar o hacia dónde caminar. La comunidad cristiana, principal agente en la caridad de la Iglesia, deberá ser partícipe en la nueva situación que tendrán que enfrentar las familias, y estar al lado de ellas, sin olvidar que acompañar es evangelizar.

A la pasada crisis económica se la caracterizó como una crisis de valores. Ahora también se avecinan tiempos difíciles, pero a diferencia del anterior escenario, en este partimos con una cierta ventaja: nuestra escala de valores parece estar cambiando y hoy nos sentimos más preocupados y responsables del hermano.

Debemos garantizar que los procesos que se lleven a cabo con las personas más vulnerables, dinamicen el presente y abran horizontes nuevos, transformadores de la realidad, a impulso del mismo Evangelio, de la Doctrina social de la Iglesia y la misma fuerza que brota de los pobres. Cáritas está llamada a pilotar esta marcha, ofreciendo un acompañamiento con unas pautas sugerentes:

– Establecer una relación vital con las personas.

– Actuar en un plano de cuidado, en una relación horizontal.

– Abrir la mirada, fomentar la escucha, incentivar la comprensión.

– Orientar, motivar, ofrecer nuevas perspectivas, abrir nuevos caminos.

– Impulsar un camino sinodal: caminar, descubrir, aprender en comunión.

A partir de aquí nada está escrito, pues cada persona es única y tiene su propio proceso vital, con avances y retrocesos, con un tiempo no establecido a priori para lograr su desarrollo integral, meta en todo camino de acompañamiento.

Será indispensable generar espacios para que la persona pueda tomar las riendas de su vida, pero sin que deje de sentirse acompañada. El modelo de acción social de Cáritas quiere hacer patente que el gran acompañante en el proceso vital de cada persona es siempre Cristo. Nosotros, miembros de su Cuerpo místico, estamos llamados a ser en cada circunstancia sus manos y sus pies para llegar de forma explícita a cualquier hermano que nos necesite.

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