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“Lava del todo mi delito, Señor, mientras el ministro vierte el agua”

El lavabo de las manos en la eucaristía ocupa esta semana «Vivir la liturgia» del sacerdote Javier Sánchez.

El lavatorio de las manos del sacerdote en la Misa es un rito obligatorio y cargado de sentido, después de preparar los dones eucarísticos sobre el altar (e incensarlos). Posee un valor espiritual, como explicaba san Cirilo de Jerusalén:

“Habéis visto cómo el diácono alcanzaba el agua, para lavarse las manos, al sacerdote y a los presbíteros que estaban alrededor del altar. Pero en modo alguno lo hacía para limpiar la suciedad corporal. Digo que no era ése el motivo, pues al comienzo tampoco vinimos a la Iglesia porque llevásemos manchas en el cuerpo. Sin embargo, esta ablución de las manos es símbolo de que debéis estar limpios de todos los pecados y prevaricaciones. Y al ser las manos símbolo de la acción, al lavarlas, significamos la pureza de las obras y el hecho de que estén libres de toda reprensión. ¿No has oído al bienaventurado David aclarándonos este misterio y diciendo: «Mis manos lavo en la inocencia y ando en torno a tu altar, Señor» (Sal 26,6)? Por consiguiente, lavarse las manos es un signo de la inmunidad del pecado” (Catequesis Mistagógica V, 2).

Vayamos a la actual normativa del Misal.

Lo primero es que el lavabo de las manos del sacerdote ni se ha suprimido ni se presenta como optativo, a gusto de quien preside. Es obligatorio: “En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con el cual se expresa el deseo de purificación interior” (IGMR 76). “Después de la oración Acepta, Señor, nuestro espíritu humilde, o después de la incensación, el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: Lava del todo mi delito, Señor, mientras el ministro vierte el agua” (IGRM 145).

En la esquina del altar (nunca en el centro), los acólitos lavan las manos del sacerdote; y si no hubiere ministro, un recipiente en la credencia (la mesa auxiliar) permitirá al sacerdote lavarse las manos con humildad.

Lavarse las manos por parte del sacerdote es algo expresivo que pide la purificación y pureza interior para ofrecer el Sacrificio de la Eucaristía. Esas manos, ungidas en la ordenación, se lavan para que sean transparentes y diáfanas y puedan comunicar el Espíritu Santo. Hace consciente de la gran pureza interior para ofrecer el Sacrificio, de la pequeñez del sacerdote y la necesidad de ser sostenido por la Gracia.

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