Esta semana, «Educamos entre todos» continúa con los artículos sobre didáctica de la oración cristiana de la mano del sacerdote Adolfo Ariza.
Las tres expresiones principales de una vida de oración
El Señor conduce a cada persona por los caminos que Él dispone y el fiel responde, según la determinación de su corazón, a través de las expresiones personales de su oración que pueden ser resumibles en estas tres (cf. CCE 2699):
La oración vocal. Si “a los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, este les enseña una oración vocal: el ‘Padre Nuestro’” (CCE 2701) este hecho se remite a una doble necesidad. En primera lugar a la necesidad, desde nuestra realidad de cuerpo y espíritu, de traducir exteriormente nuestros sentimientos (cf. CCE 2702). Y en segundo lugar responde también a una exigencia divina de adoración “en espíritu y verdad” que asocia el cuerpo a la oración interior (cf. CCE 2703).
La meditación. “La meditación es, sobre todo, una búsqueda” (CCE 2705) en la que se hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo (cf. CCE 2708). En esta expresión de la vida de oración es evidente que “hace falta una atención difícil de encauzar” (CCE 2705) puesto que “meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo” (CCE 2706) por lo que aquí se abre el “libro de la vida”, pasando de los “pensamientos a la realidad”. Los métodos de meditación son diversos pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús (cf. CCE 2707).
La oración de contemplación. Sería una osadía resumir el significado de la oración de contemplación en unas breves líneas. Sin embargo, hay un párrafo en la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica en el que de una manera singular se tiende a identificar la entraña de la oración de contemplación: “La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. ‘Yo le miro y él me mira’, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a Él es renuncia a ‘mí’. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el ‘conocimiento interno del Señor’ para más amarle y seguirle (cf. San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104)” (CCE 2715).
Finalmente, ¿qué tienen en común estas tres expresiones? El “recogimiento de corazón” como “actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios” (CCE 2699). No en vano “el corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito […] Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza” (CCE 2563).
Adolfo Ariza Ariza
Delegado Diocesano de Catequesis