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«La paz que trae la oración es auténtica felicidad»

Pepe Jiménez es escritor, historiador y cofrade. Como la mayoría de los católicos, aprendió a rezar en familia, ayudado principalmente por su madre, pero también fue dando los primeros pasos en el colegio y la parroquia.

«Estudié en el colegio público José Luis Arrese, actual Luis Braille, y rezábamos al empezar cada jornada. También aprendí a interiorizarlo en la parroquia de la Amargura, a la que pertenecía, con el P. Ávila y el P. Wilson, fundador de MIES, que nos daba la catequesis», recuerda.

La oración ocupa una parcela importante en su vida. «Más que rezar, hablo; es una forma de comunicarme con Dios, de narrarle mis vivencias, inquietudes, deseos, y también, de agradecer y solicitar a Dios que los problemas que nos atañen como sociedad encuentren solución. También es un modo de encontrar ese espacio de paz y reflexión personal que todos deseamos, y traer a la memoria recuerdos ya pasados», añade.

La oración se hace imprescindible en los momentos de dificultad, pero en su caso, es un sostén para cada día. «En cualquier situación puedo encontrar un momento íntimo de oración. Hoy se nos promete encontrar la felicidad con muchos mensajes que nos bombardean, en redes sociales sobre todo. A mí me gusta pensar que la oración es un cauce para encontrar la paz interior, que se perfila como una forma auténtica de felicidad».


ANTE LA ZAMARRILLA Y EN SAN PABLO

La oración a la que más acude es el Padrenuestro, «por todo lo que transmite y significa, y por ser la primera que me enseñaron». Pero su oración está también íntimamente ligada a dos momentos del día, la mañana y la noche. «Luego tengo una “liturgia” particular, que me lleva a espacio sacros concretos: la ermita de Zamarrilla, donde al menos una vez a la semana visito a Jesús del Santo Suplicio, María Santísima de la Amargura y al Cristo de los Milagros, con los que hablo cara a cara, como vehículo de transmisión hacia Dios. Encuentro allí una paz interior muy grande. También, la iglesia de San Pablo, donde se venera a Jesús Cautivo, a quien tengo mucha devoción, y a la Virgen de la Salud, cuya advocación (y más en estos tiempos) viene de una forma muy especial a nuestra mente», concluye.

Ana María Medina

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