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La oración y la dirección espiritual

Didáctica de la oración cristiana por el sacedorte Adolfo Ariza.

El punto de partida es una afirmación de San Juan Pablo II en su carta al comienzo del Tercer Milenio: “Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral […] Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida” (NMI 34). Ahora bien, ¿qué aporta la dirección espiritual en esta tan vital educación en la oración?

Para responder tal vez conviene comenzar por preguntarse qué entendemos exactamente por dirección espiritual. En un pasaje de las conversaciones entre Pablo VI y el filósofo francés Jean Guitton el Papa expresa en los siguientes términos cómo entiende, en su esencia, el papel del sacerdote como director espiritual: “No se trata de que el sacerdote viva experiencias, en el sentido que la ciencia da a esta última palabra. El poeta no vive experiencias, en este sentido, pero el don de la poesía le permite sentir con los hombres, captar la esencia de la experiencia sin vivirla realmente. Pensemos en el Dante, por ejemplo. El sacerdote es el poeta más completo, ya que no sólo tiene la vocación de sentir con los demás, sino de sufrir con ellos”.

En este sentido, es vital recordar lo que ya alguien se preguntó y se respondió a sí mismo en su día: “¿Qué es ser cristiano? Tener discernimiento”. Y es que nuestra personalidad, y la vida de oración no sería ni muchísimo menos ajena a la realidad de la persona, se revela como un conglomerado de notas distintivas, con frecuencia dispersas, y en no pocas ocasiones desafinadas y mal armonizadas entre sí. En el fondo, vivir la propia vocación a la que el Señor nos llama en el seno de su Iglesia es encontrar la armonía. Una armonía que transforma ese conglomerado de notas distintivas en una pluralidad de voces e instrumentos. La vida de oración, por tanto, está llamada a constituirse en el espacio privilegiado en el que la identidad encuentra su armonía.

Las bondades para la vida de oración de una verdadera dirección espiritual pasan, por tanto, por hacer posible, en palabras del P. Luis Mendizábal, “una cura de aires, que puede superar en eficacia a todas las prescripciones farmacéuticas”. La dirección espiritual para aquel que quiere crecer en el don de la oración hace posible, también, el diagnostico claro con respecto a las principales enfermedades en las que puede caer un cristiano como serían el “pelagianismo camuflado” y el “quietismo angelista”. A saber: “Pelagianismo que se muestra en una confianza ilimitada en la organización, en los medios modernos, en las planificaciones, con marginación de la oración […] Y quietismo angelista, que, resaltando la dependencia de Dios, se cruza de brazos, esperando todo de Dios, sin colaborar eficazmente con él” (cf. L. Mendizabal).

Finalmente, señalar, a modo de muestra, una última advertencia sobre la que la dirección espiritual pone especialmente sobre aviso en el ámbito de la oración: “La insistencia tan marcada y a veces exclusiva en los dos últimos decenios, en la dimensión comunitaria, colectiva y litúrgica de la oración, desligada de un esfuerzo análogo de catequesis y de educación a la oración personal, corre el riesgo de ahondar el foso entre oración y vida, produciendo un nuevo formalismo […] Además, si frente a la oración, más que objeciones articuladas (como las que en los años sesenta y setenta se hacían a la oración), se advierten, por parte de los cristianos mismos, indiferencia e inconsciencia hasta llegar a no percibir que la oración es absolutamente vital para la existencia cristiana, esto constituye un grave llamamiento para la calidad de la fe” (E. Bianchi).

Adolfo Ariza Ariza

Delegado Diocesano de catequesis

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