Adolfo Ariza ofrece un nuevo artículo centrado en la «Didáctica de la oración cristiana» esta semana en la sección «Educamos entre todos» de la revista diocesana.
El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos que lo esperaban “perseverando en la oración con un mismo espíritu” (Hch 1, 14). Este mismo Espíritu, que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf. Jn 14, 26), será también quien la instruya en la vida de oración suscitando las formas de la oración de las que los textos del Nuevo Testamento se hacen eco (cf. CCE 2623-2625). Un recorrido por estas formas, a las que el nuevo Directorio para la Catequesis (2020) viene en denominar formas permanentes de la oración, ha de ser uno de los ejercicios propios de toda didáctica de la oración.
En primer lugar la bendición que es “la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición” (CCE 2626).
En segundo lugar la adoración, primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador y silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre mayor”, por la que el espíritu se humilla ante el “Rey de la gloria” (Sal 24, 9-10).
En tercer lugar la oración de petición que, necesariamente, ha de brotar de esas profundidades a las que Pablo llama el gemido de la creación “que sufre dolores de parto” (Rm 8, 22), del “nuestro” también en la espera “del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rm 8, 23-24) y, por último, los “gemidos inefables” del propio Espíritu Santo que “viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). En la oración de petición su primer movimiento es la petición de perdón por la que desde una humildad confiada se nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf. CCE 2631).
En cuarto lugar la oración de intercesión que es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús que es capaz de “salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7, 25) y nos conforma también con el Espíritu Santo que “intercede por nosotros… y su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 26-27). En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino el de los demás” (Flp 2, 4), hasta rogar incluso por los que le hacen mal (cf. CCE 2635).
En quinto lugar la oración de acción de gracias cuyo principal referente es la celebración de la Eucaristía y por la que no se cesa de prorrumpir con Pablo “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co 4, 7) y con el salmista “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Sal 116, 12).
En sexto lugar la oración de alabanza en la que el mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios haciéndonos exclamar: “¡Abba, Padre!” (Rm 8, 15) y que en sí tiene su fuente en la participación en Liturgia eterna del Espíritu en la que los recapitulados en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio (cf. Ap 4, 8-11; Ap 5, 9-14).
Adolfo Ariza Ariza
Delegado Diocesano de Catequesis. Director y profesor del ISCCRR Beata Victoria Díez.