Llega en el corazón del Adviento, la solemnidad de la Inmaculada Concepción, una de las fiestas más entrañables del año en la liturgia de la Iglesia y en el corazón de los cristianos.
La Iglesia nos recuerda que María, la madre de Jesús, fue liberada por Dios del “pecado original”, dogma de fe definido por el papa Pio IX, el 8 de diciembre de 1854. Tiene como pórtico las novenas que se prodigan en las iglesias parroquiales y conventuales, y la Vigilia de los jóvenes que contemplan a María como modelo del auténtico cristianismo. El primer día de la novena que celebramos en la parroquia de la Inmaculada y san Alberto Magno, quise recordar en la homilía unas palabras del cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española: “Hoy, más que nunca, necesitamos el consuelo de Dios”. Y evocando, la advocación de la letanía del rosario, “Consolatrix aflictorum”, “Consuelo de los afligidos”, quise recordar esos tres momentos del Evangelio, en los que María aparece consolando.
Primer momento: María “consuela” a su prima Isabel, con su “acompañamiento”, preciosa fórmula para “consolar” a nuestros hermanos en sus dificultades, debilidades y enfermedades.
Segundo momento: María “consuela” a los novios de las bodas de Caná, cuando tienen un grave problema porque “se les ha acabado el vino”. La Virgen nos enseña así, una segunda fórmula de “consolar”: Ayudar a solucionar problemas a nuestros hermanos.
Tercer momento: María “consuela” a los apóstoles, en el Cenáculo, tras la pasión y muerte de Cristo. Una tercera forma de “consolar” a los demás, alentándoles con nuestra fe y nuestra esperanza. Celebremos la Inmaculada, -en nuestra Diócesis, con el brillo de la ordenación de nuevos diáconos-, y contemplemos a María como “consoladora” maternal en nuestras aflicciones, angustias y pesares.