Enfermos y personal sanitario tienen un lenguaje transparente cuando se habla de corazón a corazón. Han vivido la pascua del enfermo…
Durante el confinamiento han sido muchas las personas que han enfermado por pronósticos distintos al Covid-19, es el caso de Maribel Gómez, que comenzó con síntomas del virus pero terminó siendo intervenida de corazón en el Hospital Universitario Reina Sofía. En primera persona nos cuenta su testimonio, un verdadero encuentro con Dios, que sin duda ha sido el gran compañero en este duro trance.
Hablar acerca de cómo Dios ha tocado de nuevo mi corazón y cómo se ha hecho presente en los acontecimientos vividos últimamente, es para mí un regalo que Él me ha hecho pero que no debo quedármelo…
Todo comienza un 13 de febrero, de madrugada, con fiebre muy alta, malestar general y tos persistente con la que llevaba un par de semanas. Suena a algo…pero puede ser que sí o puede ser que no. Es verdad que es necesario a partir de ese día mi ingreso en el Hospital Reina Sofía, en el que desempeño mi labor como enfermera desde hace 35 años. Quizás, por mi profesión, conoces algo más de cómo puede ir todo, pero tan sólo quizás, porque Dios nos sorprende continuamente y nos muestra nuevas maneras de trabajar para los demás.
DIAGNÓSTICO
Pasan días de ingreso y no mejoro, al contrario. Al final, todo el proceso pasa por ser intervenida de corazón. Como diría mi médico al darme la noticia: “entraste con un posible diagnóstico y mira por donde vamos…” Pues sí, así es, de un segundo para otro, la vida cambia, incluso está a punto de terminar. Recibimos la noticia juntos: mi familia, mis compañeros y amigos que me arropaban con su presencia en aquellos momentos… ¡Cuánto agradeces una palabra amable, un gesto alentador, que se sienten a tu lado, que te cojan la mano, que te besen. ¡Dios me hacía ese regalo de estar “acompañándome”!
Soy consciente de que la vivencia de ese momento fue de un dolor tremendo para todos y le pedía a Dios que los consolara y los aliviara porque conmigo ya lo llevaba haciendo días. Me sentía acompañada por Él y por nuestra Madre que no me soltaba de su mano, de manera continua y dándome una fuerza increíble ante mi estado de salud. Es verdad que comulgaba a diario; mi párroco me traía al Señor todos los días. Llevaba ventaja, una gran ventaja… ¡Como se lo agradezco!
Accedo a la necesidad de la urgencia inmediata de la operación que se realizaba a la mañana siguiente y comienzo a vivir toda una experiencia del Amor de Dios, que no cambio por nada y que todos, a lo largo de nuestra vida, tenemos muchas oportunidades de vivirla aunque, a veces, no sepamos reconocerlas. ¡Lo que nos perdemos!
SAN DAMIÁN, MODELO A SEGUIR
Desde muy pequeña he tenido a Dios presente: de niña era un niño como yo que luego fue creciendo conforme yo lo hacía hasta ser el centro de mi vida; ser mi Padre. Él me ha enseñado a verlo cada día al ver la nueva luz, a verlo en las palabras, las actitudes de las personas que me regala a diario; me ha enseñado a perdonar, viviendo experiencias fuertes de perdón; me ha enseñado a Amar a los demás, esperándolo y viéndolo tras cada sonrisa, cada buenos días, cada abrazo y me ha enseñado a ofrecerme, en su nombre, para que lo conozcan a Él. Me buscó para ser enfermera y poder cuidar a los demás desde que leí siendo pequeña la vida de un Santo: S. Damián, que se dedicó a vivir junto a los leprosos y cuidarlos. Aquella vida entregada me fascinó y le preguntaba a Dios cómo podría yo hacer lo mismo. Era pequeña, pero Él me fue poniendo el camino. Desde hacía mucho tiempo me estaba preparando el corazón para conocerlo a través de la Oración basada en su Palabra y en la participación de los Sacramentos…me había ido modelando y ahora había llegado el momento de reconocerlo. Sé que Él continúa retirando las partes de mí que impiden que los demás lo puedan ver, y Dios sabe que se lo agradezco y acepto su voluntad como la acepté en aquél momento con serenidad. Me regaló horas para pedir perdón a familiares, amigos, compañeros por todo lo que podía haber hecho mal para con ellos; les dije que los había querido y los quería e intentaba tranquilizarlos. Agradecí y agradezco su compañía, su cariño, así como el de toda mi Comunidad Parroquial que desde el primer momento elevaron sus Oraciones por mí; a los que les pongo cara, a otros muchos que sé que han orado y no los conozco e incluso a aquellos que no se sentían muy cerca de Dios. Él se hace presente en cualquier circunstancia, en cualquier vivencia, aúna a todos con un mismo fin; quería llegar a todos pero todos debían abrirles su corazón y fue a través de la Oración como Él quiso “tocar el corazón” de todos.
Y ¿cómo tocó el mío?
Pues de varias maneras…la primera para mí, de vital importancia y totalmente necesaria fue a través del Sacramento de la Unción de Enfermos. ¡Qué pedazo de regalo nos hace Dios! y que mal valorado está por casi todos, en general. Para mí fue una gozada el prepararme para, quizás, poder ver a Dios. El Sacramento me aportó fuerza, alegría y una paz que no podían venir de mí, sino que me habían sido regaladas al recibir dicho Sacramento. Esa noche hasta descansé bien, no tuve ningún episodio de tos ni de ahogo; dormí de un tirón, plácidamente, desde las 22,00h hasta las 7,00h del día siguiente, hecho que asombró y confirmó mi familia.
¡Existe el Amor de Dios que se derrama en los Sacramentos para ti y te acompaña a tí!
Otra manera fue a través de las personas (familiares, amigos, compañeros…) que vinieron a visitarme aquella tarde ¡Cuánta ternura, cuánto mimo y cuánto buen deseo! Dios venía a verme, me acompañaba a través de cada una de estas personas; venía a abrazarme, a darme su calor, a darme su Amor hasta tal punto que una de ellas me trajo una imagen enmarcada que había buscado y elaborado esa misma tarde. Reflejaba a Jesús abrazando a una persona y al pie de la imagen una frase que Jesús le dice: “Volvería a dar mi vida por ti”. De nuevo Dios se hacía presente de manera muy palpable y agradecí inmensamente su nuevo regalo de Amor que se derramaba abrazándome.
La siguiente manera vino a través de las redes sociales, pues eso también lo utiliza Dios, concretamente a través de un Whatssap. Era una canción grabada por una joven, ante el Sagrario, a solas, en Oración; se titula “No tengas miedo”. Imposible tenerlo cuando Él me lo estaba diciendo, me lo estaba cantando… Dios me llevaba en sus brazos. Confiaba en Él.
…Y tras la operación, Dios seguía ahí, acompañándome en el dolor, en las limitaciones físicas, y me dio la posibilidad de crecer en paciencia, en humildad, agradecimiento y Esperanza. He vivido como paciente sanitaria cristiana una Cuaresma distinta, una Pasión y Muerte de nuestro Señor especial: Él sufrió por nosotros lo indescriptible. Cuando tenía dolor siempre venía a mi mente la imagen de Jesús clavándole los clavos y me decía a mí misma que mi dolor era bastante menor que el suyo…De nuevo se hacía presente aliviándome.
Y qué decir de lo que voy descubriendo de la Resurrección…Dios se sigue haciendo presente en mi vida, cada día, y me ha tocado los ojos del corazón para poder amarlo más, vivir agradecida sus regalos diarios y dar testimonio de Él… los tenía que limpiar y como yo no sabía hacerlo bien, ha venido y lo ha hecho Él.
“Nunca podremos curar verdaderamente a las personas si no las amamos de corazón”
Adriá Gómez es médico internista. Su relación con el enfermo transciende al mero trato asistencial. Su experiencia le demuestra que muchas palabras y gestos pueden cambiar el corazón de los pacientes y acoger la esperanza
Más allá de su intervención profesional como especialista, ¿cómo definiría la obligación ética/humana de un médico hacia un enfermo?
En tantas ocasiones, el médico es el único que tiene la oportunidad para auxiliar a una persona en un momento crucial de su vida. Momentos que aparecen por la enfermedad, el dolor, la incomprensión, las pérdidas, el agotamiento emocional, la muerte…si desnudáramos este acto médico de la entrega, del AMOR, de la caridad, de la compasión ¿que tendríamos? ¿Hacia dónde iría nuestra sociedad?…Por eso, el acto de un médico hacia su paciente no debe limitarse a «obligación», sino más bien a una vocación en la que se den el compromiso, la confianza, la compresión y la compasión.
¿Puede un médico transmitir esperanza a un enfermo?
Siempre debe estar la esperanza en nuestros actos de cada día. Esperanza que a veces se deja entrever en una sonrisa, en una mirada calmada ante el miedo, en una escucha sin escándalo en situaciones de pérdida de la cordura, en una presencia robusta ante una situación de agonía… La esperanza es la mayor medicina. No una esperanza que incluya falsas expectativas o quiera endulzar la dureza que a veces trae la enfermedad o la muerte. Nos referimos a una esperanza que le haga ver al paciente que no va a estar solo, que puede contarnos sus miedos, que cuidaremos de él o ella hasta el final, que no escaparemos…
¿Qué necesita el enfermo aparte de cuidados médicos?
La sinceridad es lo más importante. No se trata de ser crueles o de hacer daño, pero sí de dar respuesta a lo que necesita el enfermo sin tapujos, sin medias tintas, con honestidad, hasta donde sepamos, hasta donde el paciente quiera saber. Siempre acompañado de humildad para que nunca perdamos su confianza, porque tocamos lo más sagrado de una persona: su vida.
¿Qué consigue la fe en un enfermo que se siente cerca de Dios?
Es una pregunta delicada por en ocasiones personas con fe, ante una situación de sufrimiento fuerte reniega de Dios. Piensan que estar en la Iglesia, el rezar o ir a misa les «protege» de la enfermedad, de la muerte. En estos momentos, yo me doy cuenta que han buscado una «religión» para que les proteja, tipo «amuleto» pero no es verdadera fe. Claro esto en ocasiones escandaliza a los que les rodean porque maldicen a Dios, «no me lo merezco…», «con lo que yo he hecho por la iglesia o por los pobres…», «Dios no existe porque mira como me ha pagado…»,»… yo que nunca he faltado a misa»… En estos momentos siempre me digo a mí mismo: «Adriá, no dejes de hacer crecer tu fe porque cuando llegue la prueba no sabes cómo te encontrará»
Por eso, la enfermedad como otros acontecimientos de sufrimiento en la vida, ponen de manifiesto la verdadera Fe de las personas. Y también en ese sufrimiento ves fe que deslumbra a través de la enfermedad. Esto es lo que más me ha corregido mi profesión, es decir, ver cómo personas con fe no se ESCANDALIZAN del sufrimiento, de su enfermedad, de su discapacidad. Estos enfermos no reniegan, y sobre todo siempre hablan del bien que representa Dios en sus vidas. Suelen decir «Dios me ayuda…» «no me ha abandonado…», «es para mí salvación…», «puedo estar contento…»,»la vida es un Don…», «doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado…» Es realmente edificante poder escuchar esta vida en medio del sufrimiento. Vida que solo puede dar Cristo en medio de la muerte. Cristo que se encuentra a través de la Fe, y que es Don que regala Dios a quien la pide y la busca.
¿En qué momento el enfermo recurre a Dios, aun cuando esté alejado de la Iglesia?
Es un misterio, Dios acontece en momentos concretos de la enfermedad, del sufrimiento, en cada persona lo hacen un momento concreto, de una determinada manera. Es ahí donde la persona se pregunta si está Dios, si será verdad que Dios existe. Y es también ahí donde los cristianos podemos dar testimonio de que la muerte está vencida, que Dios y el cielo existe y que en la cruz no se acaba todo, que la cruz es la herramienta, la llave, el misterio que ha usado Dios para encontrarse con los hombres y salvarlos.
¿Qué experiencia le ha marcado más como profesional?
Cómo profesional el sufrimiento en lo absurdo. Es difícil de concretar pero cuando convertimos la sanidad en una «producción» los pacientes que lo pagan al final, como todo, son lo más pobres. Y no me refiero en lo económico (que también pasa), sino en lo social, en lo cultural, en lo familiar y en lo humano. Recuerdo la paciente con una fibrosis pulmonar terminal (enfermedad que provoca destrucción de los pulmones provocando ahogo) con 57 años secundaria a un inmunosupresor que fue dada de alta desde el hospital con oxígeno a su casa (una finca rural de un pueblo de Córdoba). Cuando vi a la paciente, llevaba dos semanas prácticamente sin comer ni dormir por el ahogo, el marido tenía que trabajar en el campo y se ausentaba varias horas al día, los hijos vivían fuera del pueblo y trabajaban por lo que no podían asumir los cuidados en la mayor parte del tiempo. Nunca pensé que iba a encontrar una situación así. La paciente en su agonía no se quejaba, solo aguantaba. Se trató, se alivió el ahogo: pudo dormir, pudo comer y murió a las 6 semanas sin dolor y en paz. Me impactó aunque fuera en tanto poco tiempo poder ayudar tanto.
Como cristiano en mi profesión lo que más me ha marcado es ser instrumento para colaborar con la salvación de las personas. Ese momento de «sacar» del pozo, de la «muerte» a una persona con tu palabra. Recuerdo a un paciente EPOC terminal (enfermedad bronquial secundaria al tabaco excesivo) que estaba en aislamiento en el hospital y que no recibía más visita que el médico y la enfermera cuando pasaba. En una guardia me avisaron por ahogo y tras atenderlo empezó a injuriar por si situación, su angustia, su penuria, su soledad… cuando terminó solo le dije, «no estás solo» y miré al cielo… en ese momento cambió su rostro y su actitud… Por su mujer supe meses más tarde que había fallecido pero algo cambio en él, pidió perdón a los que rodeaba, se acercó a la Iglesia, murió en paz.
¿Enseñan a los médicos a acompañar a los enfermos o solo a curarlos por encima de sus condiciones “espirituales”?
Por desgracia el mundo tecnicista en el que vivimos impregna nuestra realidad.
Estamos en la mayor parte de las ocasiones preocupados más por lo cuantitativo que por lo cualitativo. Es importante estar en la vanguardia, la ciencia y la evidencia pero no nos podemos dejar atrás lo que realmente trasciende al enfermo, su vida, su biografía, sus expectativas y sus creencias. Nunca podremos curar verdaderamente a las personas si no las amamos de corazón. Porque como me dijo no hace mucho la hija de un paciente «trátelo bien que es miembro fundador de un partido político partido y ha luchado por todos los progresos sociales”. Yo le transmití lo que la Iglesia me ha enseñado: «lo trataré bien porque para mí todos son hijos de Dios de Dios y se merecen la mayor dignidad que les pueda ofrecer».
“La fe es una fortuna por la que doy gracias”
Encarna Díaz, enfermera del Hospital Universitario Reina Sofía, lleva cuarenta años ejerciendo la profesión y desde hace treinta lo hace como enfermera coordinadora de trasplantes de hígado de Córdoba
¿Cómo se está viviendo la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 en el Hospital Reina Sofía?
Desde mi punto de vista, con gran responsabilidad, no solo por parte de los profesionales, sino también por parte de los pacientes y familiares que precisan acudir a nuestro centro. Se respetan de forma significativa las normas de prevención establecidas, y con el fin de continuar con una buena asistencia sanitaria se buscan diferentes vías para poder satisfacer, en lo posible, las necesidades de los pacientes y familiares.
Como sanitaria ¿Qué destacaría de su profesión en una situación tan delicada?
La pandemia nos ha transportado a una difícil situación para la cual no estábamos preparados ni a nivel social ni individual. Los problemas de salud que nos ha generado el Covid-19 no se limitan a los aspectos físicos. También los aspectos emocionales, espirituales y sociales se ven zarandeados. Los profesionales de enfermería ante esta situación estamos ofreciendo “cuidados integrales” que incluyen no sólo nuestras técnicas, sino también nuestra entrega para aliviar las situaciones de miedo, ansiedad, preocupación, problemas sociales…
¿Qué destacaría de la labor de los compañeros que más trato están teniendo con los pacientes contagiados de Coronavirus?
La enorme capacidad para llevar a cabo sus jornadas laborales, adaptándose en todo momento a los medios de los que disponen. Admiro la entrega en cada gesto que están ofreciendo a los pacientes y su sensibilidad. Son enfermeros/as muy valientes y responsables.
¿Qué papel está desarrollando su fe para afrontar esta pandemia?
La fe es una fortuna por la que doy gracias. La oración al comienzo de cada mañana se me hace necesaria para afrontar el día a día. Caminar con la seguridad de que Él está a nuestro lado hace el tránsito más llevadero.
¿Cómo ve la actuación de la Iglesia en esta crisis sanitaria?
Bueno creo que ante esta crisis la Iglesia se ha puesto en movimiento desde distintos ámbitos. Se están llevando a cabo diversas actividades, tanto a nivel de material sanitario como de otras ayudas sociales en las personas más desfavorecidas. Diócesis en general, parroquias, caritas, grupos de jóvenes, etc… todos estamos aunando esfuerzos para ser participantes activos.