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La catequesis del belén que nos acerca a Dios

En el año 1223, en un pequeño pueblo de Italia, Francisco de Asís, diácono ya adulto, sentía en su interior un flagrante ardor tras su regreso de Tierra Santa; era un deseo inmenso de poder contemplar esa noche de las noches, en la que un pequeño niño fue arropado por un buey y una mula, custodiado por María, cansada y doliente, y por José atribulado y expectante. Y ese deseo se hizo realidad gracias a la astucia de un tal Juan, un vecino del pueblecito de Greccio, que, según los escritos franciscanos, modeló el primer belén para satisfacer el anhelo del Poverello.

En estos días, nuestras casas se engalanan y se llenan de luz, al igual que las calles de nuestras ciudades, y sería conveniente recordar el porqué de esta alegría. Aunque el comentario esté muy manido, realmente parece relacionarse esta alegría, cada año con más intensidad, con un ficticio señor gordo de barba blanca y renos que vuelan, en lugar de algo infinitamente más grande y real: Dios hecho carne en un humilde pesebre. Los expertos, historiadores y artistas, ven en estas representaciones, que presiden nuestros hogares, una catequesis inmensa y Francisco José Alegría, director del museo catedralicio, lo esboza de forma contundente: «El belén encuentra un lugar de representación extraordinario en los hogares. Es importante que el belén esté en nuestras casas porque contemplarlo es acercarnos a esa realidad invisible, y ayuda a pequeños y mayores a poder encontrarse con el nacimiento de Cristo en sus vidas».

El escritor ruso Dostoyevski, pronunció una máxima revelada por Dios desde la creación: «La belleza salvará al mundo». Y ciertamente, una belleza sorprendente existe en ese pequeño portal, o gruta, y las manos de los artistas han intentado plasmarlo a lo largo de los siglos cada Navidad, quizá por un leve atisbo de heroicidad. Alegría definía la cultura belenista como un arte efímero, creado solo para ser contemplado en el tiempo de Navidad.

Francisco Salzillo, al igual que su tocayo de Asís, sintió, sin lugar a duda, esta calidez en su corazón por el Pequeño de Belén, y con sus propias manos creó una herencia para los murcianos indeleble; una tradición belenista que situaría a esta tierra del Segura en el mapa mundial. Porque aquí, en Murcia, el pesebre cubre nuestros hogares, la estrella de Oriente resplandece en nuestros balcones, los magos acuden fieles a la cita con nuestros niños la noche del 5 de enero y los belenes ocupan el mejor sitio de nuestros hogares.

María de León

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