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Jueves Santo: sentido y significado de la Misa Crismal

A pesar de que este año no se pueda llevar a cabo, debido a las medidas sanitarias adoptadas por la pandemia del coronavirus, la Misa Crismal que concelebra el obispo con su presbiterio en la mañana del Jueves Santo, o bien en algunos de los días próximos dentro de la misma Semana Santa, es una de las expresiones más claras de la comunión de los presbíteros con el obispo.

El Papa Pablo VI quiso, en efecto, que esta Misa fuera una fiesta del sacerdocio (cf. SC 57). Tal y como expresa el prefacio de la plegaria eucarística de este día, Cristo, “único pontífice de la nueva alianza”, “ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo”, y “ha elegido a hombres de este pueblo, para que por la imposición de manos, participen de su sagrada misión”.
No en vano, en esta misma celebración, los presbíteros renuevan las promesas sacerdotales que formularon el mismo día de su ordenación sacerdotal ante el obispo y el pueblo santo de Dios.
Bendición de los óleos
En esta celebración tiene lugar la bendición del óleo de los enfermos y de los catecúmenos, así como la consagración del Santo Crisma. La Liturgia de la Iglesia recoge, así, el uso del Antiguo Testamento, en el que eran ungidos con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefiguraban a Cristo, cuyo nombre significa el “Ungido del Señor”.
El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua la Carta del Apóstol Santiago, remedia las dolencias del alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados.
La oración de bendición lo expresa así: “Tú que has hecho que le leño verde del olivo produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu bendición este óleo, para que cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores”.
Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados reciben la fuerza para que puedan renunciar al diablo y al pecado, antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida.
Así queda reflejado en la oración de bendición: “Concede tu fortaleza a los catecúmenos […] para que, al aumentar en ellos el conocimiento de las realidades divinas y la valentía en el combate de la fe, vivan más hondamente el evangelio de Cristo, emprendan animosos la tarea cristiana, y […] gocen de la alegría de sentirse renacidos y de formar parte de la Iglesia”.
¿Qué es el Santo Crisma?
Con el Santo Crisma, consagrado por el obispo, se ungen los nuevos bautizados y los confirmados son sellados, se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y el altar en su dedicación.
La consagración del Santo Crisma con el que somos ungidos expresa que los cristianos, injertados por el Bautismo en el Misterio Pascual de Cristo, hemos muerto, hemos sido sepultados y resucitados con Él, participando de su sacerdocio real y profético, y recibiendo por la Confirmación la unción espiritual del Espíritu Santo que se nos da.
La Primera Carta de Pedro nos adentra de este modo en la realidad de esta consagración: “Acercándoos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1 Pe 2, 4-5).

HOMILÍA
Una vez proclamado el Evangelio, el obispo pronuncia la homilía, en la cual, a partir del texto de las lecturas de la liturgia de la Palabra, instruye al pueblo sobre la unción sacerdotal, exhorta a los presbíteros a conservar la fidelidad a su ministerio y les invita a renovar públicamente sus promesas sacerdotales.
Renovación de las promesas sacerdotales

9. Acabada la homilía, el obispo dialoga con los presbíteros con estas o semejantes palabras:

Obispo:

Hijos amadísimos: En esta conmemoración anual del día en que Cristo confirió su sacerdocio a los apóstoles y a nosotros, ¿queréis renovar las promesas que hicisteis un día ante vuestro obispo y ante el pueblo santo de Dios?

Los presbíteros, conjuntamente, responden a la vez:

Sí, quiero.

Obispo:

¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptasteis gozosos el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia?

Presbíteros:

Sí, quiero.

Obispo:

¿Deseáis permanecer como fieles dispensadores de los misterios de Dios en la celebración eucarística y en las demás acciones litúrgicas, y desempeñar fielmente el ministerio de la predicación como seguidores de Cristo, cabeza y pastor, sin pretender los bienes temporales, sino movidos únicamente por el celo de las almas?

Presbíteros:

Sí, quiero.

Seguidamente, dirigiéndose al pueblo, el obispo prosigue:

Y ahora vosotros, hijos muy queridos, orad por vuestros presbíteros, para que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus bendiciones; que sean ministros fieles de Cristo Sumo Sacerdote, y os conduzcan a él, única fuente de salvación.

Pueblo:

Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.

Obispo:

Y rezad también por mí, para que sea fiel al ministerio apostólico confiado a mi humilde persona y sea imagen, cada vez más viva y perfecta, de Cristo sacerdote, buen pastor, maestro y siervo de todos.

Pueblo:

Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.

Obispo:

El Señor nos guarde en su caridad y nos conduzca a todos, pastores y grey, a la vida eterna.

Todos:

Amén.

10. No se dice Credo.

PRESENTACION OLEOS

Cuando llegan al altar o a la sede, el obispo recibe los dones. El diácono que lleva la vasija para el santo crisma, se la presenta al obispo, diciendo en voz alta: Óleo para el santo crisma; el obispo la recibe y se la entrega a uno de los diáconos que le ayudan, el cual la coloca sobre la mesa que se ha preparado. Lo mismo hacen los que llevan las vasijas para el óleo de los enfermos y de los catecúmenos. El primero dice: Óleo de los enfermos; el otro: Óleo de los catecúmenos. El obispo recibe ambas vasijas y los ministros las colocan sobre la mesa que se ha preparado.

FINAL

En la sacristía, el obispo, oportunamente, puede advertir a los presbíteros cómo hay que tratar y venerar los óleos, y también cómo hay que co

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