Quisiera aprovechar esta oportunidad que me brinda la página de nuestra querida diócesis, para dirigirme a todos vosotros, queridos hermanos sacerdotes, como recién nombrado delegado del Clero. Aunque no exento de miedos, me dirijo a vosotros con un inmenso sentimiento de gratuidad hacia nuestro obispo por haber confiado en mi humilde persona y hacia aquellos que me han precedido en esta encomienda pastoral, pues, como es natural, conmigo ni empieza ni termina nada.
Cómo no tener un recuerdo especial hacia Don José Manuel Suarez, a quien voy a sustituir, para darle las gracias por su saber estar durante este tiempo al frente de la delegación. Con humildad, con sencillez, con mucha paciencia y cariño, siempre ha querido mostrarnos a los curas que en nuestra unión y comunión estábamos llamados a dar a conocer el amor de Dios. Que el Señor le siga bendiciendo y dando fuerzas para ser un buen anunciador de la buena noticia del Evangelio.
Desde un principio quiero mostrar mi disponibilidad para todo aquello que necesitéis, mi ilusión por seguir cuidando y engrandeciendo el inmenso tesoro de fe que hay dentro de cada uno de los sacerdotes. Mis palabras no pueden ser otras que una invitación a la esperanza, como ya me consta que lo estáis haciendo, pues juntos como hermanos, en unión y en comunión, estamos llamados a seguir viviendo alegremente nuestro ministerio sacerdotal, a pesar de las pequeñas cruces y dificultadas que salen cada día en nuestro camino.
Usemos también nosotros un lenguaje bello y atrevido que nos ayude a reformular nuestra propia experiencia de fe, una fe que es amor. El Señor ha procurado enamorarnos, nos ha ido haciendo regalos, nos ha acariciado el alma, nos ha hecho sentir su cariño y compañía. Tal vez recordemos la fe de nuestra infancia y adolescencia, u otros momentos de la vida de cada uno: cuando la oración era sencilla y habitual, cuando no teníamos dudas ni inquietudes, cuando no habíamos pasado por el desierto del sufrimiento, cuando tuvimos nuestros primeros amores, quizá el día de nuestra ordenación sacerdotal…; o cuando nos llenamos de buenos propósitos y de generosos compromisos y cuando nos sentíamos bien con él y con los otros. Intentemos dar a conocer esta experiencia de amor también a los que nos rodean.
Que estos momentos difíciles que estamos viviendo, nos sirvan para fortalecer nuestra fe y nuestro amor a la Iglesia que camina en Guadix, que nunca perdamos nuestro entusiasmo pastoral por dar a conocer la mejor y mayor noticia del Ángel que nos dice “no está aquí, ha resucitado”. Sigamos trabajando por las personas que se nos han encomendado.
Y para terminar, cómo no poner la vida de cada uno de vosotros, queridos hermanos sacerdotes, delante de los distintos Patronos y Patronas de las parroquias que, con tanto cariño e ilusión, atendéis, junto con nuestros Mártires, en especial Don Manuel Media Olmos, cuyo Año Jubilar diocesano estamos celebrando. Sus vidas, su fe, están muy dentro de la identidad de nuestras gentes. Ellos y ellas han sellado con su sangre una alianza de amor y, a su vez, son estrellas que ilumina un porvenir que todos queremos dichoso para nuestra diócesis. Aquellos que nos acompañan en nuestro caminar son una imagen preciosa en la que mirarnos para descubrir la grandeza, la bondad y la belleza de lo humano cuando hace un hueco en su corazón al proyecto que Dios tiene para cada uno en su vida. Y nuestro proyecto es el ser sacerdotes al servicio de nuestros hermanos. Recurramos a ellos para encontrar la fuerza y el sentido que ilumina el misterio de dar la vida por amor como tenemos que hacer nosotros.
En este Año Diocesano del Sagrado Corazón de Jesús digámosle “en vos confío” y pidámosle que haga del nuestro un corazón semejante al suyo.
Termino encomendando a nuestra Madre la Virgen María nuestro ministerio sacerdotal. Que ella nos ayude en el anuncio del Evangelio en nuestra querida diócesis de Guadix.
José Antonio Martínez Ramírez
Delegado para el Clero