La eutanasia regresa estos días al escenario político y social. El Ejecutivo en funciones ha adelantado la intención de regular su despenalización y no se ha hecho esperar el posicionamiento de la Iglesia.
En el documento titulado ‘Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida’, los obispos españoles pretenden “ayudar con sencillez a buscar el sentido del sufrimiento, acompañar y reconfortar al enfermo en la etapa última de su vida terrenal, llenar de esperanza el momento de la muerte, acoger y sostener a su familia y seres queridos e iluminar la tarea de los profesionales de la salud”. Desde el ámbito de la Medicina, son numerosos los testimonios y dictámenes que se resisten a considerar la eutanasia como un derecho y que abundan en medidas de otra índole para ayudar al paciente a tener una muerte realmente digna. Fernando Gamboa, preside la Sociedad Andaluza de Cuidados Paliativos aboga por medidas que incidan en una sociedad más humana, una práxis médica más acorde con su esencia y una visión más realista de la última etapa de la vida.
Doctor, para situarnos, ¿qué es la eutanasia?
Existen muchas definiciones diferentes, que enfatizan o descartan algunos conceptos en la definición. Desde la antigüedad “morir bien después de haber llevado una vida placentera”; “muerte perfecta”, “morir con valentía y nobleza”; “morir sin sufrimiento” o “buena muerte”, hacían referencia a la eutanasia. Hoy creo que podemos definir la eutanasia como una conducta (acción u omisión) realizada por personal sanitario con la intención de causar la muerte de una persona, con enfermedad incurable, en el contexto de sufrimiento y tras una solicitud de forma reiterada por parte de ésta.
¿No es una paradoja que se haya optado por un término que significa “bien morir”?
Es una paradoja que arranca desde la antigüedad. En un intento de huir del sufrimiento asociado a la enfermedad, el deterioro funcional y cognitivo, y la dependencia, el hombre ha buscado formas de alienarse o escapar. La forma extrema es buscar la propia muerte.
Eutanasia activa, pasiva, directa, indirecta… ¿Por qué tantos calificativos para lo que parece tan claro?
Creo que esos apelativos nos llevan a la confusión. La eutanasia es un acto para provocar la muerte de otro, es activa. Los otros términos hablan de actos que considero diferentes. Evitar la obstinación terapéutica, limitar o adecuar las medidas terapéuticas a la situación del paciente, aplicar cuidados paliativos o sedar si está indicado, no es practicar la eutanasia.
¿Hay una demanda real en la sociedad?
No, creo que no hay esa demanda social, aunque hay muchas encuestas en los medios que lo afirman. Todo depende de cómo se pregunte. Creo que la población solicita no sufrir, evitar la muerte con sufrimiento y con medidas desproporcionadas, pero eso no es eutanasia. Atender a alguien así, con una atención clínica centrada en la persona, ofreciendo los tratamientos y cuidados que necesita, con acompañamiento adecuado hasta el final de su vida, es hacer buena práctica clínica.
¿Cómo cree que se va a abordar esta cuestión desde el Derecho?
Lamentablemente las últimas proposiciones de ley presentadas al Parlamento de España plantean la eutanasia como un derecho de los individuos.
¿Cómo se aborda esta cuestión fuera de nuestras fronteras?
La situación es asimétrica. Hay pocas naciones en las que la eutanasia esté regulada. En ninguna está regulada como un derecho. Se han aprobado normas de diferente rango para no penalizar su práctica, pero no es un derecho de las personas. En varias naciones donde está regulada la eutanasia, inicialmente se aprobó para enfermos terminales a petición propia, y hoy se aplica ya a pacientes que no la han solicitado, incapaces, dementes o niños. Una parte importante de las muertes por eutanasia no se comunican a los organismos reguladores.
Se suele cerrar el debate diciendo que es una cuestión que enfrenta a un sector de la sociedad con la Iglesia. Sin embargo, la defensa de la vida no es monopolio de la Iglesia.
Es un debate abierto en todos los frentes. No es un problema de la Iglesia, es un problema de valores y también de normas. Hay quien es partidario de promover su regulación, o de no penalizarla, pero nunca de reconocer la eutanasia como derecho. Muchos, no somos partidarios de que se regule de ninguna forma la posibilidad de que alguien –paradoja, ¿un profesional de la salud?- esté capacitado legalmente para producirle la muerte a una persona.
Pero en el ejercicio de su trabajo se habrá encontrado con pacientes o familiares de estos que le piden “no sufrir”…
He atendido a muchas personas que piden no sufrir, es lógico, ninguno queremos sufrir. El tratamiento del dolor se ha consagrado como un derecho. También he atendido a pacientes que me han pedido acabar con su vida. El deseo de adelantar la muerte es un problema ampliamente estudiado, que hace referencia al deseo de no sufrir, al miedo a depender de otros, a la pérdida de autonomía, al miedo a la muerte y a lo desconocido. En ocasiones se asocia a depresión, pero otras veces no. Fluctúa con el paso de los días. Se asocia a la pérdida del sentido de la vida.
¿Y quizás a un entorno poco favorable a la vida?
En mi experiencia, cuando un enfermo se trata y cuida de forma adecuada y se encuentra apoyado, no solo deja de pedir la muerte, sino que pide volver a su entorno y seguir viviendo.
La Iglesia habla sin tapujos del sufrimiento como algo que forma parte de la vida ¿No hay quizás demasiados reparos en la sociedad a aceptar su propia existencia?
Vivimos en una sociedad anestesiada, donde la muerte es un tabú. Todo lo queremos rápido, sin esperas y sin esfuerzo, pero la maduración precisa tiempo y crisis, que nos generan disconfort.
Tenemos reciente el segundo Programa de cuidados paliativos en Andalucía ¿No son medidas que colmarían un tratamiento adecuado de enfermos en situación crítica sin tener que llegar a la eutanasia?
Este año se ha presentado el nuevo proceso asistencial integrado para ofrecer cuidados paliativos de calidad a todas las personas con independencia de su edad (niños o adultos), en cualquier ámbito (rural, urbano) y para cualquier enfermedad (oncológica o no oncológica) con implicación de los profesionales de atención primaria y hospitalaria.
Vamos a una sociedad de personas mayores, y las estadísticas nos dicen que muchos de ellos se resignan a morir solos ¿No habría que apostar de verdad por una dinámica de acompañamiento y coberturas eficaces para estas personas en el final de sus vidas?
Ya en el Reino Unido han creado un Ministerio de atención a las personas solas. En los países nórdicos el suicidio es una causa frecuente de muerte frente a la soledad. No hay duda de que es preciso crear redes de acompañamiento, estrategias como “las ciudades compasivas” son un medio. Una adecuada pastoral de la salud, las diferentes estrategias de voluntariado son otras formas eficaces. Creo que hacen falta políticas públicas que defiendan la familia como lugar de acogida y acompañamiento y programas de desarrollo social con adecuados recursos sociosanitarios.