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El valor de un segundo

Dice Fernando Rielo en uno de sus proverbios: «El tiempo es lo que tú hagas de él». En efecto, el valor se lo confiere cada uno. Una de las características de los santos es la capacidad que algunos tuvieron para multiplicar sus acciones de una forma sorprendente que por fuerza ha de dejarnos boquiabiertos. ¿Cómo es posible que en 24 h. que tiene el día pudieran llegar a realizar tantas cosas? Y es que todo lo que pusieron en marcha con una intensidad y versatilidad excepcionales lo hicieron movidos por la oración en una cadena ininterrumpida de segundos. Y fue justamente ese estado orante por amor a la Santísima Trinidad y al prójimo el que les condujo a aprovechar toda ocasión de proceder en orden al bien sin perder ni un ápice de su tiempo en banalidades mentales y acciones estériles. Sabían perfectamente que derrochar la gracia que les había sido concedida era irreparable. Aquello que se ha dejado pasar ya no regresa y los dones recibidos cuando se desperdician se escapan por un sumidero sin fondo; son irrecuperables.

«El tiempo vuela. Depende de ti ser el navegante» (R. Orben). Un segundo es valiosísimo. La suma de cada uno de ellos puede hacer de un ser humano alguien de peso, una persona que deja huella en la historia. Darles contenido es potestad que nos ha sido otorgada, una elección libre que requiere constancia y esfuerzo; se guía por la convicción de que algo grande se alcanza con ello. Es lo que de ordinario se aprecia en quienes han conseguido los grandes logros que se propusieron. En cierto modo tiene que ver con el auto respeto: «Hasta que no te valores a ti mismo no valorarás tu tiempo. Y hasta que no valores tu tiempo no harás nada con él» (M. Scott Peck).

Una simple muestra de lo que puede dar de sí un segundo, sin menoscabo de otras muchas que se podrían poner como ejemplo, comenzando por el perder la vida en un grave accidente o darla de forma generosa, sería la siguiente:

Infligir una herida
Pedir perdón
Callar a tiempo
Evitar un error
Establecer un compromiso que merece la pena
Negarse a admitir lo indefendible
Confesar un error
Sonreír aunque nos hayan hecho daño
Infundir ánimo a los demás
Elegir el camino más conveniente
Huir de tentaciones dañinas
Alabar a Dios
Ser agradecido
Disponerse al perdón de los demás
Realizar un acto de generosidad
Reconocer el mérito de otras personas
Transformar los pensamientos negativos, obsesivos, imaginativos…
Comenzar a caminar aunque nos hubiéramos hundido
Dejar de compadecernos
Ceder el lugar a otras personas más necesitadas
Dar limosna
Mostrar la servicialidad adelantándose antes de que otros pidan ayuda
Hacer silencio interior a todo lo inútil con la ayuda de Dios
Tomar una buena decisión
Mostrar empatía
Pensar en el otro antes que en uno mismo
Actuar con fidelidad y coherencia…
En suma, llenar de contenido un segundo es darle valor a la propia vida. Es ir en pos de una eternidad con Dios.

Isabel Orellana Vilches

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