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“El capellán en un hospital es la Iglesia sirviendo a una persona en un momento de dificultad”

David Magno Pujante es capellán en el hospital Virgen de La Arrixaca de Murcia, un servicio de la Iglesia a los enfermos “para el crecimiento y el bienestar de la persona”.

En estos días en los que se habla sobre salud, enfermedad y el trabajo que realizan los profesionales sanitarios, es tiempo también para destacar la labor que la Iglesia realiza en los hospitales.

David Magno Pujante, vicario parroquial de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles de Sangonera La Verde de Murcia, es uno de los capellanes del Hospital Clínico Universitario Virgen de La Arrixaca de Murcia, donde acompaña a enfermos, familiares y personal sanitario mostrando la cercanía de la Iglesia ante el dolor y el sufrimiento.

La Iglesia está presente siempre en los hospitales para acercarse al enfermo, ¿también en este tiempo de pandemia?

Sí, por supuesto, la asistencia religiosa se mantiene. Siempre tenemos precauciones para que nadie se contagie, intentando ser parte de la solución y no del problema. Es una asistencia fundamental y que hace mucho bien. Nosotros no debemos abandonar a los enfermos. Tenemos un miedo respetuoso, no paralizante. Si nos dejan, seguiremos estando al lado de los enfermos.

¿Cómo se realiza esa asistencia, ese acompañamiento espiritual en un hospital?

La gente muchas veces relaciona al capellán con la muerte. Cuando llego a una habitación y me miran con cara de “¡ay, ha venido el cura!”, les digo: “Tranquilos, que yo no soy el ángel de la muerte”. Nuestra asistencia es muy diversa, desde estar cantando canciones y tocando la guitarra con los niños en Oncología, riéndonos o haciendo dibujos; hasta acompañar una situación muy difícil en una UCI pediátrica, en una habitación; o, simplemente, en el acompañamiento desde que una persona entra al hospital hasta que se marcha. Hay quienes quieren recibir la Comunión diariamente y en La Arrixaca, antes de este tiempo de pandemia, celebrábamos dos misas cada día a las que también asistía el personal sanitario, porque también los acompañamos a ellos. Es un servicio muy diverso y enriquecedor. La estancia en el hospital no es un momento para la muerte, sino que es fundamentalmente un momento para la vida, sin lugar a dudas.

El sacerdote atiende y visita a los enfermos de su parroquia, pero en el hospital, ¿tiene que prepararse de una forma especial para realizar esa atención espiritual?

Hay que tener conciencia de la situación en la que estás. Es muy importante saber que el hospital no es la parroquia. En la parroquia la gente viene a la iglesia, va buscando a Dios. En el hospital, muchas veces, la gente se encuentra con la necesidad, pero no sabe muy bien a quién recurrir. Muchísimas personas de las que asistimos en el hospital están alejadísimas, llevan mucho tiempo sin pisar una iglesia, pero en el hospital hacen como una relectura de su vida. Por eso hay que tratar cada caso, con su particularidad. Nos enfrentamos a situaciones muy tensas y diversas que no se pueden tratar de igual manera, de personas que están pasando mucho miedo o dolor físico. El dolor físico es terrible, es una situación muy difícil. La agudeza del capellán reside en poder intentar adaptarse a la realidad que está viviendo la persona a la que se quiere servir, porque la intención no es catequizarla, sino servir a la persona en el momento concreto que está viviendo y acompañarla con toda la riqueza que tiene la Iglesia, pero para el crecimiento y el bienestar de la persona concreta. No es la captación de una persona para la Iglesia, sino que es la Iglesia sirviendo a una persona en un momento de dificultad.

¿Cómo recibe el enfermo o su familiar ese servicio del sacerdote?

Evidentemente, cuando nos llaman -para un sacramento de Unción o para un bautizo en la UCI neonatal, por ejemplo-, son muy agradecidos porque son ellos los que nos buscan. Pero también queremos poder hacernos visibles para que todos, sabiendo que estamos, puedan entrar en contacto con nosotros y nosotros poder estar con ellos. En estos años como capellán he tocado muchas veces la puerta para presentarme y ofrecerme, pero nunca sé quién está detrás de esa puerta, nunca sabes lo que te puedes encontrar. Puede ser una persona a la que no le guste la Iglesia, que tenga sus prejuicios, o de otra religión. Nunca jamás he tenido ninguna experiencia negativa, tengo la sensación de que siempre nos hemos llevado bien. Me acuerdo de un niño que era musulmán que estaba en la UCI muy grave, pasé, estuvimos juntos y su padre me pidió que rezara por su hijo y le dije; “¡pero ahora mismo!”, y rezamos juntos. Son experiencias muy bonitas. Para nosotros los cristianos el momento de la cruz, del dolor y del sufrimiento es un momento que une. Como yo no tengo la intención allí de catequizar, nadie se siente atacado. Al contrario, mi objetivo es que la gente se sienta querida, pero no por mí, que no soy nadie, sino por la Iglesia.

En los momentos de dolor, de incertidumbre, de miedo, como los que estamos viviendo ahora a nivel social, ¿podemos encontrarnos con el Señor en la enfermedad?

Sí, por supuesto, es un momento importante. Creo que hay que abrir la mente. Lo que yo he experimentado es que el Señor lo que quiere es que la gente se sienta amada. A lo mejor una persona no participa del rito, pero sí experimenta el amor de Dios en alguien. Lo dice Jesucristo: “Conocerán que sois mis discípulos si os amáis”. El poder experimentar el amor en medio del sufrimiento une a la persona a Dios, aunque no se esté dando cuenta, porque experimentar el amor de Dios en el otro no es una cuestión ritual sino existencial. Cuando Jesucristo dice en el Evangelio “estuve enfermo y me visitasteis”, no dice que el que estaba enfermo y fuera visitado se convirtiera, se bautizara. No dice nada de eso. Lo que dice es que hay que poder reconocer a Jesucristo en el otro, dejando ser al otro como es.

¿Tiene alguna palabra de aliento, de esperanza, en este tiempo tan convulso de incertidumbre y miedo?

Invitarnos -y me incluyo también a mí- a no tener miedo. Me acuerdo de las palabras de san Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrir las puertas a Cristo”. Y también de las del papa Francisco después de esa celebración tan hermosa del pasado 27 de marzo, donde nos preguntaba a la Iglesia sobre por qué dudar, por qué no tener fe. Intentar descansar en Dios y apoyarnos en Él. La palabra fe se refiere a apoyarse. A lo mejor hasta ahora nos hemos apoyado mucho en nuestra fuerza, este es un tiempo para apoyarnos en Dios y mirar al cielo. En este tiempo en el que nuestra vida se desmorona, creo que es una oportunidad inmensa mirar al cielo y ver a lo que estamos llamados. En esta situación en la que se nos presenta la muerte y el sufrimiento, también se nos presenta la cruz fuertemente. Es una muy buena oportunidad para preguntarme quién me creó, por qué me creó y para qué vivo. Y la respuesta está en el amor de Dios y en el cielo. ¡Animo a todos!

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