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Educar en la fe a través de la belleza. La más bella obra de arte

Dentro del patrimonio cultural intangible fruto de la vida de la Iglesia, la liturgia es la estrella. Junto a los sacramentos, es el eje en torno al cual gira y se edifica la asamblea de fieles, siendo la Eucaristía su corazón.

La liturgia es portadora de la belleza de la vida cristiana como ningún otro elemento. Es humana y divina, nos abre al cielo. Es la obra de arte más bella, capaz de embellecer nuestra vida.

Hoy nuestras iglesias están sumergidas en una realidad cambiante caracterizada por nuevos usos e intereses turísticos que es necesario canalizar. La clave está en no perder de vista que la liturgia es su alma, la esencia que las hace ser ellas mismas. Si la importancia de la liturgia se diluye, no sólo se traiciona su identidad, sino que el edificio se convierte en un fósil, escenario vacío, mero decorado a fotografiar. Un fraude para el visitante. Sin la liturgia, Nietzsche tendría razón al afirmar que las iglesias son los monumentos funerarios de un Dios muerto. Pero no es cierto. Hay esperanza. La liturgia actualiza la obra de salvación y construye la comunidad.

No hay mejor modo de disfrutar la fe que participar en una celebración litúrgica solemne donde la arquitectura, la música, los retablos, los ornamentos sagrados, las lecturas, el arte y la oración se esposan en un único y bellísimo relato. La Eucaristía es una celebración nupcial, en la que la comunidad cristiana es la novia y Cristo su Esposo. En ella los cinco sentidos se integran en el espacio sagrado: la presencia de la vista y el oído son evidentes; también el olfato, estimulado con el perfume del incienso o la decoración floral; el tacto, al contacto con los objetos sagrados o con otros fieles, por ejemplo en el gesto de la paz; e incluso el gusto está presente en el acto de comulgar bajo una o las dos especies, el pan y el vino, Cuerpo y Sangre de Cristo.

En muchas iglesias, especialmente en las catedrales, su extraordinario valor histórico-artístico las convierte en un legado cultural sin precedentes; pero en ningún caso eclipsa la esencia de su identidad: el culto. Culto y cultura no compiten. En el ejercicio del culto, cumpliendo la misión para la que fue creada, la Iglesia hace cultura.

Mª José Muñoz López

Directora del Museo Diocesano

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