Continúa la didáctica de la oración cristiana en «Educamos entre todos».
Para entrar en la oración es preciso “recoger el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor” (CCE 2711). Ahora bien, este verdadero “don de la gracia” es acogido a través de una “respuesta decidida por nuestra parte” (CCE 2725). De ahí que, si en la última entrega de esta “didáctica la de la oración cristiana” se proponían las principales objeciones a la oración, sea ahora el momento de hacer diagnóstico de las principales dificultades en la oración así como las tentaciones más frecuentes en este ámbito.
Una primera dificultad “habitual” en la vida de oración es la distracción. En ella se “descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado” (CCE 2729). Dificultad es también la sequedad: “El corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales”. Pero, precisamente en la sequedad, es el “momento” en que la fe se torna “más pura” al participar junto a Jesús en “su agonía y en el sepulcro”. Claro que también puede darse el que esta sequedad se deba “a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca” (CCE 2731). Otra de las dificultades viene dada por “la queja ante la oración no escuchada” que conduce normalmente al abandono de la oración. Ante este dato conviene formular dos preguntas: ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en mi modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo? (cf. CCE 2735). “¿Cómo puede el Espíritu Santo ser ‘vida nuestra’, si nuestro corazón está lejos de Él?” (CCE 2744).
En capítulo de tentaciones en la vida de oración se pueden tipificar fundamentalmente dos. La primera de ellas es propiciada por la “falta de fe”; percibida no tanto por una “incredulidad declarada” sino por unas “preferencias de hecho” en las que claramente queda descrita “la verdad del corazón”. Así, suele suceder que “cuando se comienza a orar se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes”. La segunda de las tentaciones es la acedia, que tal y como describen los Padres espirituales, se manifiesta como “aspereza” o “desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de las ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón” (CCE 2733).
Ya por ultimo señalar: “Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante” (CCE 2742). Este mismo amor “abre a nuestros corazones a tres evidencias de fe luminosas y vivificantes”: Orar es siempre posible (cf. CCE 2743); orar es una necesidad vital (cf. CCE 2744); oración y vida cristiana son inseparables (cf. CCE 2745).
Adolfo Ariza Ariza
Delegado Diocesano de Catequesis