En la foto, quienes posan son el equipo de voluntarias que limpiaron la parroquia de Beas de Guadix hace unos días, como suelen hacerlo cada cierto tiempo. Y no están en la foto todas las personas que colaboraron ese día, había más: todo un ejército. Con decisión y mucha energía, cada cierto tiempo, se afanan en mantener limpia su iglesia parroquial, de la que se sienten muy orgullosas, para que esté “lo más decente posible”. Cubo en mano, detergente y fregona, el equipo de voluntarias, después de barrer, friegan toda la iglesia. Y ahora, además, con lejía, con mucha lejía, para hacer frente no solo al polvo sino, también, al virus Covid-19.
Y, como en Beas, en todas las parroquias de la diócesis de Guadix. Siempre se han limpiado las iglesias, unas más a menudo y otras menos, por los propios feligreses, colaborando para hacer más agradable y saludable el lugar donde celebran y comparten la fe. Si no fuese así, desde el voluntariado, la mayor parte de las iglesias de nuestros pueblos no podrían hacer frente al gasto que supone mantener el templo limpio. Los pueblos están muy despoblados -son esa España que se va vaciando poco a poco- y las huchas de las iglesias también.
Pero, gracias a Dios, la corresponsabilidad de los feligreses, su colaboración y el sentir la Iglesia como algo propio, -porque lo es, porque ellos son la Iglesia-, ha permitido, desde hace siglos, que los templos parroquiales se mantengan más que decentes y se conserven en el tiempo. Gracias a sus servicios, a su colaboración desde la corresponsabilidad, hoy se pueden ofrecer estos templos como espacios habitables, donde se celebran los momentos más importantes del pueblo y de las familias de la parroquia: desde los nacimientos a las defunciones, pasando por las fiestas y las celebraciones de cada semana.
Pues bien, estos equipos de voluntarios, que se afanan cada cierto tiempo en mantener limpias las iglesias de sus pueblos, hoy tienen una doble tarea. No se trata solo de quitar el polvo. No. Ni de barrer, ni de fregar el suelo, procurando que quede lo más limpio posible, como han hecho siempre. No. Ahora, además, hay que luchar contra este virus que nos tiene atenazados a todos y con el miedo en el cuerpo. Junto al detergente, ahora se trabaja con lejía y con otros productos desinfectantes. Hay que procurar que las iglesias sean lugares seguros y mantener el virus a raya.
Además de la limpieza, en los templos hay gel desinfectante en la entrada, para que todos se desinfecten las manos al entrar y al salir, que es la mejor medida de prevención. En algunas, hay alfombras con desinfectantes para las suelas de los zapatos y en todas, medidas de distanciamiento en los bancos y aforo reducido. Además, cuando los servicios religiosos son constantes en la parroquia, se suelen desinfectar también los bancos y otras dependencias parroquiales. Se ha suprimido el contacto en el gesto de la paz, hay un protocolo para recibir la comunión y se procura siempre la mejor ventilación en el templo. Todas son medidas contra la Covid-19, las que se recomiendan para hacer frente al virus.
La limpieza de las iglesias no es un mero trámite. Al contrario, cumple una labor esencial al mantener decente y cuidado el espacio para la celebración. Y, ahora, además, son una barrera importante contra el virus. Sin duda, ellos, los que las limpian nuestras parroquias, también son nuestros “héroes” anónimos, a los que tenemos que estar muy agradecidos.
Antonio Gómez