El Papa Francisco ha querido conmemorar el 150º aniversario de la declaración de san José como Patrono de la Iglesia universal convocando un “Año de san José” y escribiendo una carta apostólica, titulada Patris Corde (“Con corazón de padre”). Quiero dedicar los párrafos siguientes a reflexionar sobre qué puede significar este patronazgo de cara al compromiso por erradicar el hambre en el mundo. Lo haré siguiendo los siete puntos que destaca el Obispo de Roma en la mencionada carta.
Primero, san José “siempre ha sido amado por el pueblo cristiano” y eso incluye, de manera especial, a quienes se encuentran en situación de pobreza y exclusión social. Muchos de nuestros hermanos pueden vivir una cierta sensación de orfandad. Esa angustia se atenúa al encomendar la propia vida a la protección del Santo Patriarca. Su intercesión genera gran serenidad espiritual, un gozo especial, como el que experimentan los hijos cuando se acogen al amor paterno. Igual que hizo con Jesús en Belén y en su huida a Egipto, san José sabe hacerse presente en las intemperies y dificultades de la vida.
En segundo lugar, san José se muestra lleno de ternura. “Muchas veces pensamos que Dios se basa solo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad”. Por eso, sigue diciendo el Papa, “debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura”. Quien sufre el flagelo del hambre, no solo advierte la debilidad sino que puede incluso caer en la desesperación. El Esposo de María nos muestra que, “en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia”.
Un tercer aspecto relevante es que san José fue padre en la obediencia. El evangelista Mateo nos dice que, en cuatro ocasiones, el Custodio del Redentor recibió la palabra del Señor que le hablaba en sueños; y las cuatro veces supo escuchar y obedecer. El evangelista Lucas, por su parte, narra cómo “José afrontó el largo e incómodo viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto, para empadronarse en su ciudad de origen”. Muchas veces, también los pobres deben obedecer leyes impuestas desde fuera, que no comprenden y que les provocan más incomodidad que provecho.
Cuarto, José aparece como padre en la acogida. “Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión”. Esto lo experimentamos todos, pero ¡cuánto más quienes sufren a diario para llevar la comida necesaria a sus hogares! “José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte”. Por eso, ni se conformó ni persiguió soluciones fáciles. “No buscó atajos, sino que afrontó ‘con los ojos abiertos’ lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona. La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil”.
El quinto rasgo es muy importante: se trata de la valentía creativa. “Esta surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener”. De nuevo, esto se agudiza en las situaciones de penuria y privación. “Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar”. Y, de nuevo, aquí el ejemplo de san José viene en nuestra ayuda, hasta el punto de que el Papa dice que el Esposo de la Virgen María es “un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria”, reconociendo que es visto como “protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos”.
En sexto lugar, el Santo Patriarca es modelo para los obreros y asalariados. Esta faceta cobra especial sentido en estos momentos de crisis global, que exige “redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva ‘normalidad’ en la que nadie quede excluido”. Porque, sin duda, “una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución”. Por ello, anima el Papa: “Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!”.
Finalmente, la figura del Esposo de la Virgen brilla por su modestia y humildad, por su actuar en el silencio del amor. Es alguien que, con gran discreción y delicadeza, no abandona a su hijo: “Lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos”. El Custodio del Redentor supo vivir, desde la lógica de la donación, el don de sí mismo: “Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida”. También en los contextos más duros de pobreza, el Buen Padre Dios sigue animando a todos a ayudar a los desvalidos sin protagonismos malsanos, sin exigir aplausos ni caer en nocivas propagandas. Supliquemos a san José la creatividad para socorrer a todos con eficacia y fortaleza. Digámosle que nos alcance el vigor y la imaginación para ponernos junto a las nuevas generaciones, de manera que miren el futuro con confianza y puedan salir adelante.
En definitiva, como señala el Papa Francisco, “todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en ‘segunda línea’ tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación”. También cada uno de nosotros. También ante el reto del hambre y de la pobreza.
Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA