Poder comulgar en estado de gracia, sin conciencia de pecado mortal, es el mayor nivel de participación en la Misa: participar es poder acercarse a comulgar, participando del Sacrificio eucarístico del Señor. ¡Lo más grande, la más excelente participación en la Misa, es comulgar! «Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor», dirá el Concilio Vaticano II (SC 55).
La Eucaristía, sacramento pascual, a la vez, e inseparablemente, es:
el Sacrificio de Cristo, que se hace presente (no se repite, porque es único)
es Presencia, porque el Pan y el Vino se transforman sustancialmente en el Cuerpo y la Sangre del Resucitado, y merecen toda nuestra adoración
y es Comunión, porque está destinado para ser sumido, comido.
Esta es la plena participación: poder comulgar tras haber discernido si estamos o no en gracia de Dios, debidamente preparados, y si no, acudiendo antes a confesar: “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (Catecismo, 1355). Además, hay que respetar el ayuno eucarístico de una hora: “Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia” (Catecismo, 1387).
“Para participar más plenamente en la Eucaristía, “no se contenten los fieles presentes con comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente la comunión eucarística”” (IGMR 13).
Es importante renovar la conciencia de que lo más grande que realizamos en la santa Misa es poder comulgar en gracia de Dios, y que es muy secundario (es un servicio, nada más) intervenir realizando un ministerio, haciendo algo o leyendo algo o cantando algo… no vayamos a convertir en fundamental lo que no lo es, y relativicemos lo que es central: ¡comulgar!
Por eso es importante comulgar sabiendo que recibimos a Alguien, Dios mismo, no algo, cualquier cosa, un símbolo o un simple trozo de pan; recibir la santa comunión con dignidad y respeto, no de cualquier forma; ir en procesión a comulgar cantando y rezando, caminando con orden y sin prisas, sin distracciones ni saludar a nadie o charlar al ir o al volver de comulgar. “Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped” (Catecismo, 1387).
¿Sabías que el sacristán ejerce un auténtico oficio litúrgico?
La Ordenación General del Misal Romano hace referencia, en el número 105, a la importante figura del sacristán. Afirma de él que «ejerce también un oficio litúrgico» y le encarga «preparar con esmero los libros litúrgicos, los ornamentos y demás cosas necesarias para la celebración de la Misa”.