Los comedores sociales son lugares para curar almas. El alimento que diariamente se reparte en los tres comedores sociales diocesanos es el triple que al principio de la crisis del covid-19 y en esta tarea se emplean cada vez más voluntarios, comprometidos en sustituir a otros que tuvieron que aceptar el confinamiento total por ser vulnerables.
Usuarios y voluntarios están escribiendo una historia de fraternidad en que la Iglesia Diocesana se ha situado en primera línea. Las necesidades son muchas, pero también la donación de tiempo y recursos están animando la entrega diaria de muchos, dispuestos a salir al encuentro del sufrimiento para compartirlo. La Diócesis de Córdoba tiene en servicio tres comedores sociales que no solo alimentan con el sustento diario, también acercan almas
Comedor social San Juan de Ávila de Montilla
“Cada día viene una persona nueva”
En Montilla, San Juan de Ávila también da nombre a un comedor social ligado a la Cáritas parroquial de Santiago Apóstol desde hace seis años. Una muestra más de la rotunda predilección del santo Maestro por los más necesitados de nuestra sociedad. Cuatro siglos después de su muerte en Montilla, la Iglesia diocesana sigue tendiendo puentes y llenando manos de alimentos, como expresión de caridad y justicia.
La comunidad franciscana del Rebaño de María, con la Hermana Manoli al frente, puso en marcha este catorce de septiembre, el día de la Exaltación de la Santa Cruz, y desde entonces “con mucha alegría compartimos lo que tenemos”. En este comedor, cada día se sirven comida para 50 personas y “cada día viene una persona nueva” explica la hermana Manoli que proclama y celebra la ayuda de la Providencia a cada momento, plasmando su acción en las rutinas que surgen a diario. Cada día hay que proveer el almacén y la llegada de alimentos no siempre sucede sin pausas, aun así, “cuando no nos queda fruta, alguien nos llama y nos envía diez cajas de plátano que ya está repartidas”. Es así como la ayuda providente de Dios se hace presente desde primera horas cuando un grupo de voluntarias más jóvenes de lo habitual comienzan con el cocinado y la elaboración de los menús. A las once y media las familias vienen a recoger la comida y para esa hora, voluntarias y religiosas, quieren ofrecer su humanidad y recibir regalos como los de niños que les confiesan lo “mucho que les gusta nuestra comida”, celebra la hermana Manoli.
El trabajo al frente de la cocina ha cambiado ostensiblemente desde que comenzó la pandemia. En principio, comenzaron a servirse bocadillos hasta que se entendió que había que regresar al plato de comida caliente a pesar de las limitaciones que imponía el confinamiento, que recluía en sus casas a las voluntarias más vulnerables. La decisión y la capacidad de trabajo de mujeres más jóvenes obraron el cambio: comenzaron a trabajar a las ocho y media para que a las once de la mañana estuviese listo el menú y poder envasarlo en recipientes de un solo uso. Para eso había que adelantar la tarea porque en poco tiempo casi se ha duplicado la necesidad de atención.
El resultado ha merecido la pena y ha acercado a voluntarios y usuarios de este comedor en un lazo afectuoso, comprensivo y cargado de esperanza. Ahora, las familias recogen a las once y media las raciones de comida que necesita en casa y “una buena ración de fruta”. Hay detalles en este lugar que unen en pequeños detalles, momentos de fraternidad y ternura verdadera. Es el caso de café que cada día la hermana Manoli reserva a un hombre de avanzada edad después de que este le dijera lo mucho que echaba de menos esta bebida. Este intercambio ha fortalecido la relación entre todos en medio de tantas dificultades, porque por este comedor de San Juan de Ávila en Montilla pasan cada día personas que no tenían empleo y otros que lo han perdido durante la crisis desatada por el covid-19. A todos se les recibe con el alimento y también con la acogida que merecen, porque “la Providencia está grande con nosotros” en esa grandeza, la hermana Manoli distingue con esmero a los pobres, los preferidos del Señor.
Comedor social “Nuestra Señora de Araceli” de Lucena
El abrazo en la necesidad creciente
Como lo abrazos está prohibidos, la creatividad del párroco de la Sagrada Familia, la cocinera y voluntarios han encontrado modos de conectar con los usuarios del comedor social de “Nuestra Señora de Araceli” de Lucena. No hay distancia para el que decide darse al prójimo, enjugar su dolor y prestar su tiempo a la creciente desesperación de personas acosadas por la crisis económica que ha desatado la pandemia.
Desde que comenzó el estado de alarma sanitaria, este lugar ha visto multiplicarse por cuatro el número de personas atendidas y transformarse el perfil de sus usuarios. Si antes de la crisis entre treinta y cuarenta personas acudían a este comedor social, ahora esta cifra alcanza las ciento treinta personas diarias, una buena parte de ellas son padres jóvenes que han visto desaparecer los ingresos que obtenían como feriantes o vendedores ambulantes. Junto a ellos, el comedor sigue atendiendo a mayores cuya exigua pensión no cubre sus necesidades básicas, inmigrantes que no han podido incorporarse a sus empleos en las recolecciones agrícolas e indigentes.
Las nuevas familias no han conocido el comedor en funcionamiento, al modo en que lo hacía desde su creación a estancias de las cinco Cáritas Parroquiales de Lucena. Esta estancia con capacidad para sesenta personas permanece cerrada desde el inicio de la pandemia. La atención se realiza ahora ofreciendo la comida en recipientes desechables que son retiradas por una sola persona, algunas de ellas padres o madres que se acercan para llevar a casa dos raciones de comida para el almuerzo por cada miembro de la familia y algo más para la cena. Este es el momento del contacto personal que el párroco de la Sagrada Familia, Fernando Martín Gómez, aprovecha pada dar lo que la Iglesia tiene: humanidad.
El sacerdote reconoce que muchas de estos nuevos usuarios han podido recurrir a Cáritas en algún momento, pero han conseguido seguir trabajando y recuperar sus ingresos. Esta nueva situación económica ha arrasado con todo “y se sienten impotente porque tienen capacidad de trabajo, pero la situación lo impide” Este es un drama que atenaza la estabilidad de muchas de estas familias de Lucena, localidad fuertemente golpeada por el covid-19 que, sin embargo, da muestras incesantes de solidaridad.
En este comedor social la actividad es incesante, la preparación de los alimentos y su distribución en recipientes hasta llegar a las casas proporcionan ”un ritmo agotador”, asumido por el párroco y los voluntarios. La juventud cristiana lucentina ha venido expresando su compromiso de muchos modos durante la pandemia y también está al frente de ese comedor. Son los grupos jóvenes de parroquias y hermandades que han dado un paso adelante y han sustituido a la población más vulnerable como voluntarios.
Frente a las personas atendidas, esta juventud junto al párroco y personas de mediana edad que sacan tiempo d sus obligaciones laborales, intentan un acercamiento fraterno a las familias que peor lo pasan y emplean cualquier recurso que mitigue su situación con “algo de sentido del humor, algunas risas que hagan más llevadera esa espera hasta recoger la comida”, explica Fernando Martín.
Algunas de las personas que acuden al comedor son derivadas hasta aquí por los servicios sociales municipales del que reciben una aportación, el resto es fruto de la generosidad de los lucentinos que acuden al llamamiento del párroco, conocedor profundo de una situación muy dura que hasta ahora se va sorteando con la ayuda de la Providencia. El futuro a corto plazo se presenta “muy mal” para estas personas que van a seguir necesitando la ayuda de este comedor social para garantizar la manutención de familias enteras. El desafío conduce a la incertidumbre porque “las familias ya están ahogadas”, pero no a la desesperanza, nunca a la inacción de una Iglesia dispuesta a entregarse al necesitado con respeto, señalándoles que la pobreza no acaba con su dignidad de hijos de Dios.
Comedor social de Baena
“Uno da de lo que le dan y lo enriquece con lo que tiene”
Por Juan Laguna. Párroco de San Bartolomé y Santa María la Mayor de Baena
No ocupan, de habitual, las primeras páginas de los periódicos y cuando lo hacen, ciertamente, no es cuando la sociedad pasa por su mejor momento. No obstante, todos los que trabajan en ellos, ni se dejan vencer por el desaliento ni cegar por los flashes de de las portadas: hacen lo que tienen que hacer como siempre lo han hecho, mirando a los ojos y transmitiendo esa garantía de subsistencia y de dignidad que son capaces de transmitir.
Nos referimos a los voluntarios que Caritas tiene desarrollando su labor en los comedores sociales de nuestra Diócesis y que conforman el ejemplo más claro de lo que supone el sostenimiento más vital del ser humano, a la vez que su dignificación personal. No es un trago fácil de digerir pero precisamente en ese encuentro entre el usuario de estos centros y el voluntario se produce esa simbiosis necesaria que mitiga la vergüenza de uno y transforma la mentalidad del otro. Uno da de lo que le dan y lo enriquece con lo que tiene y el otro, recibe transformado no solo alimento sino el empuje necesario para afrontar, como diría Sir Winston Churchill, quizá no el final de esa situación, ni tan siquiera el principio del final, sino más bien, el final del principio.
En el caso de Baena, no es algo extraño para nadie, que cada día abriera la persiana de metal un sacerdote emprendedor como pocos, D. Manuel Cuenca López, para, desde su inauguración en 2014, hacer, como dijera nuestro Obispo en la inauguración, «una prolongación de lo que la Iglesia vive diariamente en la Eucaristía». Curioso o providencial, que en este caso, el local destinado para comedor social esté a escasos metros de la Parroquia.
Pensado, en un principio, para asistir a 70 familias pero que hoy en día son muchísimas más, y con la ayuda de estamentos civiles como el Ayuntamiento de Baena, con su alcalde en ese momento D. Jesús Rojano, que adquirió el local, y fondos europeos, el comedor social de Caritas de San Bartolomé se convirtió en lugar predilecto tanto para su párroco como para los voluntarios que le ayudaban a hacer realidad este proyecto tan necesario tanto ayer como hoy. No creo que nadie fuese capaz de contar los kilos de comida repartida durante estos años y el cariño inmenso con que se cocinaban esos alimentos: de lo que sí he sido testigo es de lo audaces que fueron todos para sortear momentos complicados que se intercalaron en estos 6 años de pleno funcionamiento.
No obstante, se impone, al menos en el caso de Baena, un replanteamiento de los elementos fundamentales que dan sentido a la existencia de este comedor social. No es algo nuevo ni resulta extraña la frase de San Vicente en la que apostaba por la caridad, sí, pero bien organizada. De ahí que estemos llamados a reinventarnos pues, por todos es sabido que la caridad siempre es dinámica y precisamente por eso puede, como en estos momentos de crisis no solo sanitaria sino también social y económica, hacer frente a los distintos retos que se le van a ir planteando. Precisamente por eso, existen iniciativas diversas con vistas a retomar, con la debida adaptación a la normativa sanitaria que surja de esa «nueva realidad» y a estudios serios de los organismos sociales, la labor de este comedor social que, desde hace ya más de un lustro, alimenta más que el cuerpo, la esperanza.