El acompañamiento espiritual es clave en la vida cristiana, tanto para sacerdotes como para laicos. Durante el confinamiento ha cambiado nuestra relación con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Es un buen momento para echar una mirada al acompañamiento, y lo hacemos de la mano de Adrián López Galindo SJ, director de la Escuela de Formadores del Centro de Espiritualidad de la Compañía de Jesús de Salamanca y Psicólogo Clínico.
Desarrolla usted una impresionante labor de acompañamiento espiritual online, es más, la lista de espera es de más de 500 personas. ¿Por qué esa búsqueda de acompañamiento?
Puede ser que no encuentren una plenitud de vida en los medios, la televisión, la cultura exterior, la fiesta… La gente está buscando una interioridad, un encuentro con Dios, que les dé sentido, que les haga vivir con hondura todo: su trabajo, su matrimonio, las relaciones, el estudio; el sentido de todo, del mundo, de la política… A veces la gente busca desesperadamente una lectura, una experiencia, un retiro, acompañarse con alguien que le dé alguna clave… ello es una prueba de que están buscando una interioridad, el silencio… Es una labor vital y tiene que ver con el silencio, con la vida de oración, con la pacificación por dentro y con el contacto con Dios. Hay mucha gente que está buscando a Dios. Mi vida descansa cuando me encuentro con Dios y el que no lo tiene parece que ahí se le dispara como una especie de deseo por dentro «a ver dónde está, dónde lo encuentro». Lo andan buscando, gente de todas las edades.
¿Funciona el acompañamiento online?
Sí, funciona, igual que en persona. Hoy día te ves con las personas perfectamente, a través de un ordenador, aunque yo esté en España y él en Perú, y nos podemos acompañar perfectamente, teniendo una hora de conversación cada 15 ó 20 días. Yo siempre he sido defensor del encuentro personal porque es muy distinto ver a la persona a la cara, cómo se mueve, su lenguaje corporal, pero con los medios que tenemos, todo esto se nos facilita, ¿por qué no usarlo?
¿Hay diferencia a la hora de acompañar a un sacerdote, un religioso, un misionero o un laico?
He de decirte que no tengo experiencia de acompañamiento a matrimonios, y muy poca a laicos, acompaño sobre todo a religiosos, religiosas, sacerdotes y seminaristas. Conozco el mundo de sus preocupaciones porque llevo 27 años sentado en un despacho, escuchando, y lo que no te dan los libros, te lo da la vida de la gente. Hay cosas que son comunes al ser humano, pero la vida de pareja añade un plus de dificultades y valores que son propios del matrimonio. Hay ciertos campos de trabajo de acompañamiento que yo creo que valen para cualquiera, por ejemplo: «la interioridad o el silencio en la relación con Dios» me da igual que sea sacerdote o que sea matrimonio, todos tenemos que buscar algo de eso; o cuando hablamos de «la vida cotidiana», pues para uno será su parroquia y para otro es su casa con su marido y sus hijos, su trabajo…
¿Cómo definiría usted el acompañamiento espiritual?
Es la ayuda que una persona ofrece a otra para que encuentre la voluntad de Dios en su vida y pueda responder a esa voluntad de Dios, con la ayuda de algunos instrumentos. El medio principal es el discernimiento y el instrumento principal es la conversación entre dos personas. Así definiría yo el acompañamiento espiritual.
¿Cuáles son los requisitos del acompañante, puede serlo cualquiera?
No. Yo diría que, en primer lugar, tiene que ser una persona capaz de distinguir lo que sí y lo que no es posible, no todo vale, no todo da lo mismo, eso no significa que sea autoritario a la hora de expresar, decir o imponer, sino que a veces pecamos de pasividad y hay cosas que sí se pueden hacer dentro de la vida cristiana y que entran dentro de un horizonte de la Iglesia y hay cosas que no. Es importante esa lucidez interior, ser claro internamente, para ser flexible con las personas, cuando tu estás claro por dentro sabes comprender, en el acompañamiento eres más dialogante y más flexible.
Pero hay otras condiciones, por ejemplo, la acogida, ser una persona simpática, con cierta empatía para ponerme en la piel del otro, entender sus problemas, sus sentimientos, sus dificultades en la vida, ir detrás de él en lo que está viviendo…
Para mí es un tema vital que transmitan a Dios, que no se trata de decir cosas piadosas, sino de ser capaces de producir, en el encuentro, lo mismo que la presencia de Dios produce en las personas. Por ejemplo, si cuando te encuentras con Dios en un retiro o en una oración te produce alegría, entusiasmo, unión con la Iglesia, fuerza… pues en el encuentro de acompañamiento conmigo tienes que salir igual: reforzada, alegre, con entusiasmo, con deseos de seguir… Eso es transmitir a Dios.
Por lo tanto, un acompañante tiene que tener un poco resueltos los problemas consigo mismo, no quiero decir que sea una persona perfecta, todos tenemos nuestros líos y nuestras dificultades, pero que tenga un poquito encauzados sus problemas y que no descargue sus dificultades con otros sino que las arregle con su acompañante o con otra persona, pero que no le interfiera en su acompañamiento.
Debe ser una persona madura, estable, que sabe qué hacer con sus límites, que no manipula, que tiene capacidad de profundización, se examina, se interroga…
En nuestra sociedad hay un resurgir de las técnicas de meditación y relajación, se habla mucho de la inteligencia emocional… ¿Por qué “vendemos” tan mal la oración, el acompañamiento…?
Es curioso. Algunos anuncios publicitarios de coches buscan la paz y el silencio y se van a los bosques y se retiran, eso sí, para vender coches. A veces, yo creo que, o no hablamos el lenguaje del mundo, o perdemos un poco el contacto con las maneras de sentir y de hablar de la gente. Decía san Ignacio que una clave era «entrar con la tuya para salir con la nuestra», es decir, que si estás con jóvenes, tienes que observar qué cosas les interesa, cuáles son sus preocupaciones y entrar en sintonía con eso para que, poco a poco, muy suavemente, nos pueda ir dirigiendo e iluminando hacia otros campos, otras áreas, conectar con otras cosas, pero entra con ellos desde sus preocupaciones, sus gustos y sus intereses. No vayas con lo tuyo, de entrada, porque entonces desconectan contigo.
A veces tenemos esa dificultad de entrar en el lenguaje y en el mundo cultural de los jóvenes porque son jóvenes, de los matrimonios porque son matrimonios y de los laicos porque son laicos, estamos metidos en nuestro rollo y perdemos el contacto con la gente. En ese sentido, es como volver a actualizar el proceso de la encarnación, hacernos carne en los problemas, en la realidad humana de las personas, meternos ahí con ellos para ver qué les pasa y porqué y entenderlos.
Quizás a veces nos volcamos en presentar a los jóvenes oraciones tan creativas y con tanto “ruido”, que nos falta entrar de verdad en ese diálogo con Dios y degustar la oración.
Es que, una cosa es ser rezadores y otra cosa es ser orantes, son cosas distintas. Ignacio de Loyola propone en el Libro de los Ejercicios, número 8, los métodos de oración: la meditación, el método de las tres potencias y la contemplación ignaciana. A veces, la oración vocal cambia poco la vida, en cambio ponerse a tiro, en silencio, en la capilla una hora con un método de oración… Tendríamos que promover escuelas de oración, métodos de oración, introducir a la oración y hacer oración con las personas. Incluso los religiosos y sacerdotes prefieren que les prediques a hacer ellos la experiencia de ejercicios espirituales, y huimos de estar tres o cuatro momentos al día en silencio, delante de Dios en la capilla, porque nos abruman el silencio y la soledad, y Dios es paz.
Encarni Llamas Fortes