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«A los cristianos, la muerte no nos asusta»

Como cada año, el 1 y el 2 de noviembre, los cristianos celebramos la festividad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos.

En estos días, las parroquias y templos viven aún con mayor intensidad el servicio de acompañar a las personas que han perdido a alguien cercano, y que quieren rezar por ellos. «Rogar por los difuntos» es una de las obras de misericordia, y así lo hace el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en cada visita pastoral, en las que dedica un momento privilegiado a acudir al cementerio del pueblo o a los columbarios parroquiales para rezar por los difuntos de la feligresía.

Andrés Pérez es uno de los capellanes del cementerio de San Gabriel (Parcemasa) en Málaga. Ese servicio le hace vivir a diario lo que nos recuerda este día: la obra de misericordia que es “rogar a Dios por los difuntos”. «¿Quién no se acuerda alguna vez de sus difuntos y le pide al Señor que los tenga muy junto a Él? ¿O quién no le pide a sus amigos que recen por sus difuntos? En nuestra oración diaria seguro que lo hacemos. En la Eucaristía expresamente, antes del “por Cristo, con Él y en Él”, se tiene un recuerdo especial y cariñoso por aquellos «que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz» (Plegaria Eucarística I)». En su atención a las personas que acaban de perder un familiar o amigo, reconoce que «es una satisfacción ver cómo la gente que llora la pérdida de aquel o aquella a quien amaban salen del cementerio reconfortados y con una esperanza firme. Orar por los difuntos es mantener la esperanza en todo lo alto de que la voluntad de Dios de que todos sus hijos de salven, se realiza, se lleva a cabo. La promesa de salvación de Dios no es una utopía, es real», afirma.

Cuando se produce la pérdida, los sacerdotes cuentan además con el apoyo de muchos laicos, que atienden los columbarios, asumiendo la labor de acompañamiento a los familiares y de cuidar la sepultura de los difuntos. José Antonio Medina es parte del equipo que coordina esta tarea en la parroquia de San Miguel de Málaga. Desde el momento en que una familia llega a solicitar el enterramiento, hay que tener con las familias una actitud de recogimiento: «Van con una pena y un dolor muy grandes y más si el fallecido es joven. Hemos recibido a familias que acuden para dar sepultura a chicos de 20 años y se te parte el corazón. Entonces, debemos acompañarles en un silencio orante. Para mí, este servicio es como estar junto a la Virgen María y los discípulos en el pasaje evangélico, ante el sepulcro de Jesús».

La Delegación Diocesana de Pastoral de la Salud forma desde hace unos años a un equipo de personas para «acompañar en el duelo». La festividad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos es, en palabras de su delegado, Francisco Rosas, «un momento en el que todos recordamos a nuestros seres queridos. Las emociones, los sentimientos que se nos despiertan al recordarlos, dependen de la forma en que hayamos elaborados su duelo», explica. Esta delegación forma a personas que acompañen a otras durante esos momentos del duelo en las diferentes parroquias de la Diócesis. «Al igual que contamos con agentes de pastoral que se encargan de visitar y acompañar a los enfermos, queremos contar con personas preparadas para acompañar a los familiares cuando hay una pérdida. Esta actuación sería una forma más de humanizar y evangelizar esta realidad tan olvidada en un mundo donde la muerte se esconde, no se vive cómo parte de la vida», explica Rosas. En esa formación han contado con la ayuda del psicólogo Francisco Domínguez, que actualmente desempeña su labor en el Centro Gerontológico El Buen Samaritano.

Para Francisco Castro, profesor de Escatología, en este día «celebramos que el amor es más fuerte que la muerte. La vida que el Señor ha venido a darnos es una vida para siempre y una vida en plenitud, ni la muerte es capaz de romperla. Por eso, a los cristianos, la muerte no nos asusta. Pero tampoco es para reírse, la muerte de estos hermanos en la embarcación frente a nuestra costa no es para reírse; aunque sí que podemos decir con San Pablo, «Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?»»

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