Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Solemnidad del Corpus Christi. Catedral de Sevilla, 19 de junio de 2025

1. En este día grande y solemne del Corpus Christi, la Iglesia que peregrina en Sevilla se postra ante el misterio del amor de Dios hecho Pan de Vida. Nos reunimos como comunidad diocesana en torno al altar y al Sacramento, y saldremos después por nuestras calles y plazas llevando al mismo Jesucristo, presente, real, verdadera y sustancialmente en la Eucaristía. La solemnidad que hoy celebramos es como una proyección del Jueves Santo, pero con el carácter festivo y público de una profesión de fe gozosa. Aquella noche de la institución eucarística tiene un nuevo resplandor en este jueves de junio, cuando el pueblo cristiano adora y acompaña al Señor por las calles, entre altares efímeros, decoraciones religiosas, y un profundo sentimiento de fe que se hace adoración.
2. Saludos. Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: Excelentísimos Hermanos en el Episcopado; Sr Deán y Cabildo Catedral, sacerdotes concelebrantes, diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado; etc.
3. Hoy contemplamos que Jesús no sólo predica el Reino, sino que da de comer. En el Evangelio de san Lucas hemos escuchado la multiplicación de los panes es un signo que anticipa la Eucaristía. Aquella tarde en Betsaida, el Maestro enseñaba, sanaba… y también alimentaba. «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13), dice a los discípulos. Jesús no envía con discursos vacíos, sino que les introduce en el misterio del don. En la Eucaristía, Cristo se hace pan. Su Cuerpo se parte, su Sangre se derrama. La Iglesia ha recibido este don como su mayor tesoro, en ella se culmina y de ella mana toda la vida eclesial.
4. La Eucaristía es la fuente y culmen de toda la vida cristiana (cf. CIC, 1324). En ella el Señor está real, verdadera y sustancialmente presente. Esta verdad de fe no puede diluirse ni relativizarse. Quien recibe el Cuerpo de Cristo, entra en comunión viva con Él. Esta presencia real transforma, consuela, renueva, sostiene. Nada hay más eficaz para crecer en la vida cristiana, para madurar en la fe, para avanzar por el camino de santificación personal, que la fervorosa participación en la Eucaristía frecuente y fructífera. Por eso es tan importante la celebración dominical, la adoración eucarística, el acompañamiento silencioso ante el Sagrario. Cada parroquia, cada comunidad, cada familia cristiana, necesita volver a centrar su vida en Jesús Eucaristía, porque cuando Cristo es el centro, todo fructifica.
5. Ahora bien, no hay verdadero culto eucarístico sin caridad fraterna, porque la Eucaristía significa también un compromiso en favor de los pobres. El mismo Jesús que se entrega en la mesa del altar, nos espera en la mesa del hermano que sufre. No podemos separar la Misa del compromiso. No podemos comulgar con Cristo y ser indiferentes a sus miembros más heridos. El papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, subrayó que vivimos una “cultura del descarte” que deja fuera a los más vulnerables. La Eucaristía no nos aísla, nos proyecta. No nos ensimisma, nos compromete.
6. En Sevilla hay muchas formas de pobreza: material y espiritual. En nuestras parroquias y hermandades, en nuestros movimientos y asociaciones, en nuestras familias y colegios, hemos de aprender a “reconocer el Cuerpo de Cristo” (cf. 1Co 11,29) también en el hambriento, en el inmigrante, en el anciano solo, en la mujer maltratada, en el joven sin horizonte. Por eso hoy pedimos al Señor que no permita que nos instalemos en la rutina y el conformismo, que no permita que se anestesie nuestra conciencia ante los más pobres y necesitados, que no nos deje celebrar la Eucaristía sin sacudir nuestra conciencia y sin avanzar en la conversión del corazón, que al salir con Él en la custodia, salgamos también con las manos abiertas, con el corazón disponible, con la vida ofrecida.
7. Este año 2025 fue proclamado por el Santo Padre como Año Jubilar Ordinario. Un año de gracia y misericordia. Un tiempo fuerte para renovar la fe, el amor, la esperanza. En este contexto, la celebración del Corpus Christi cobra una nueva luz. ¡Qué mejor forma de vivir el Jubileo que dejándonos transformar por la Eucaristía! Somos invitados a vivir este Año Jubilar como “peregrinos de esperanza”. Eso es el Jubileo: caminar hacia Dios, volver al corazón del Evangelio, reconciliarnos con Dios y con los hermanos. El Señor nos concede indulgencias, pero, sobre todo, nos concede su amor que perdona y transforma. Que nadie tenga miedo de volver a la casa del Padre.
8. Como Iglesia diocesana, estamos llamados a vivir este Año Santo con intensidad: con peregrinaciones, con celebraciones penitenciales, con misiones evangelizadoras. Que nuestras parroquias sean lugares de acogida, de escucha, de sanación. Que nuestras hermandades sean escuelas de misericordia. Que nuestras comunidades sean faros de esperanza. La Eucaristía es el alimento del peregrino. No caminamos solos, no estamos desamparados, porque Jesús camina con nosotros y es el Pan del cielo que nos da la fuerza para llegar a la meta, en medio del mundo.
9. El mundo de hoy, queridos hermanos, se encuentra herido por muchos conflictos. Guerras crueles como las que tienen lugar en Ucrania, en Gaza, en Israel e Irán, por citar algunas. También se dan situaciones de violencia, de profundas divisiones en no pocas partes del mundo. Asimismo podríamos hablar de otras guerras, no cruentas y a menudo silenciosas en las familias, en los trabajos, en los ambientes, en las ciudades, en definitiva, en los corazones. El papa León XIV, en su homilía de inicio de pontificado, ofreció el corazón de la Iglesia como lugar de diálogo, como instrumento de paz. todos! La Eucaristía es escuela de paz. En ella, Cristo destruye el odio y crea la comunión. En cada Misa, se nos da la paz de Dios, no como la da el mundo. Y se nos envía: “Id en paz”. La paz no es solo un deseo, es una tarea. Ser hombres y mujeres eucarísticos es ser constructores de paz.
10. Necesitamos la paz de Cristo resucitado. En nuestras casas, en nuestras calles, en nuestras relaciones, en nuestra ciudad de Sevilla. Que el Señor nos convierta en artesanos de paz y reconciliación; que la procesión del Corpus no sea sólo bella, sino también fecunda y renovadora; que, tras el incienso y las flores, quede el perfume de una ciudad transformada por la presencia del Amor de Dios. Queridos Hermanos: al terminar esta homilía y disponernos para la procesión, os invito a renovar nuestro amor a la Eucaristía. Que cada uno de nosotros sea una custodia viva, que lleva a Cristo a los demás. Que nuestras calles se conviertan hoy en un templo. Que nuestras vidas sean el retablo donde Cristo quiera quedarse.
11. Queridos sacerdotes: celebrad con amor, vivid con coherencia, sed hombres del altar y del sagrario; queridos miembros de la vida consagrada: que vuestra vida eucarística sostenga a toda la Iglesia; queridos miembros del laicado: haced de la Eucaristía el centro de vuestra familia, de vuestro trabajo, de vuestras luchas; queridos jóvenes: buscad a Jesús en el Pan partido, y no os conforméis con sucedáneos; queridos ancianos y enfermos: unid vuestros sufrimientos al sacrificio del Señor; queridos hermanos pobres y necesitados: sois los primeros invitados a la mesa del Reino. Hermanos todos: adoremos, comulguemos, demos gracias. Jesucristo está aquí. Y si Él está, todo es posible.
12. Que la Virgen de los Reyes, primera custodia viviente del Verbo, nos acompañe. Que san Fernando, servidor fiel de Cristo, interceda por nosotros. Y que el Señor bendiga a Sevilla con el Pan que da la Vida y la Paz. Así sea.

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