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MÁLAGA: DESPEDIDA A LOS CAPUCHINOS DE MELILLA

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El Ejército cede a la diócesis de Málaga las instalaciones hasta ahora administradas por la orden capuchina. La orden de frailes menores, Hermanos Capuchinos,  ha clausurado su presencia de más de 400 años en la ciudad de Melilla con una Eucaristía de acción de gracias celebrada  en la parroquia del Sagrado Corazón.

Presidida por el Sr. Vicario Episcopal de la Ciudad, D. Antonio Ramos y concelebrada por diferentes sacerdotes, entre los que destacaba el guardián del convento capuchino, la Eucaristía contó con la participación de centenares de melillenses.   Antes de la partida de los capuchinos de Melilla  ha quedado cerrado el acuerdo de cesión por el que el Ejército, como estaba previsto, pone a disposición de la diócesis de Málaga el uso del templo de la Purísima y de las instalaciones anejas hasta ahora administradas  por la orden capuchina.

Sobre el Proyecto de Ley andaluza de parejas de hecho

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El Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía aprobó en la primavera un Proyecto de Ley de parejas de hecho que ha sido recientemente objeto de debate en el Parlamento Andaluz, y que está ahora siguiendo los trámites conducentes a su eventual aprobación. Dada la gravedad del asunto, los obispos de Andalucía sentimos el deber de hacer la siguiente declaración sobre el texto del Proyecto, con el objeto de iluminar la conciencia cristiana y favorecer la reflexión ciudadana sobre este tema.

1.            El Proyecto considera a las “parejas de hecho” como “nuevos modelos familiares” y las equipara al matrimonio, del que en verdad surge y brota la familia en sentido propio de la expresión. Así mismo, considera también como “núcleo familiar” a las reuniones de personas del mismo sexo. A este respecto una primera perplejidad brota del hecho de que la Junta de Andalucía legisle sobre estas materias cuando carece de competencias en Derecho de Familia de acuerdo con nuestro orden constitucional. Por otra parte, nuestro actual ordenamiento jurídico ofrece cauces para que los poderes públicos puedan atender consecuencias que se derivan de situaciones de convivencia sin recurrir para su remedio a legislaciones que tratan de equiparar estas situaciones al matrimonio. Además, el reconocimiento de “parejas de hecho” por razón de relación sexual discrimina injusta y negativamente otras formas de agrupamiento de personas por razones de consanguinidad, de servicio estable y prolongado, y otras análogas, en las que determinadas personas se ayudan mutuamente y comparten cargas que sin esa ayuda recaerían sobre la sociedad.

2.            El Proyecto de ley incurre en una flagrante contradicción. A estas uniones se las llama “parejas de hecho” precisamente porque carecen de la estabilidad, las obligaciones y la dimensión pública que tiene el matrimonio. Y sin embargo, el Proyecto pretende otorgar a tal realidad “fáctica”, sin voluntad explícita de permanencia y de responsabilidad pública,, el reconocimiento legal, con efectos jurídicos y sociales equiparables a los del matrimonio.

3.            El Proyecto presenta un concepto equivocado de libertad. Lejos de ampliar la libertad, como supuestamente pretende, la coarta, al promover una determinada visión del ser humano y de las relaciones interpersonales, visión que además es errónea, y es considerada errónea por la mayoría de los ciudadanos. Esa concepción falsa de la libertad tiende a disolver la familia fundada en el matrimonio, siendo ésta objeto de discriminación y minusvalorización al ser equiparada a otros tipos de “unidades de convivencia” que carecen de las notas esenciales del matrimonio. El matrimonio es expresión de la libertad del hombre y de la mujer para entregarse mutuamente de forma fiel, exclusiva y definitiva, de un modo públicamente reconocido, con apertura a la vida y con el compromiso de educar a los hijos. El matrimonio ha sido a lo largo de los siglos uno de los factores de mayor progreso social de nuestro pueblo. Ha proporcionado a los hijos una estabilidad educativa y una formación coherente y armónica de la personalidad que ha garantizado el crecimiento y el desarrollo humano de nuestra sociedad.

4.            El matrimonio es un bien constitutivo de la persona humana, y por tanto, uno de los derechos humanos fundamentales, anteriores al poder político, que no tiene autoridad para crearlos ni para destruirlos. Sólo debe reconocerlos para hacer más fácil y ventajosos su disfrute y para protegerlos. Cuando el Proyecto de ley busca equiparar las parejas de hecho al matrimonio, incluyendo en ellas a las de personas del mismo sexo, no reconoce un derecho, sino que está creando artificialmente derechos. De este modo, se cae en peligro de que sea el Estado quien, en función de sus intereses políticos, cree arbitrariamente supuestos derechos o destruya los que genuinamente lo son, minando el fundamento de todos los derechos al hacer que éstos procedan de la voluntad de quien legisla sin una radicación real en la verdad de la persona humana.

5.            Así mismo, el matrimonio es la mejor garantía frente a eventuales pretensiones abusivas de las diferentes formas de poder, y el lugar esencial para crecer y educar en el verdadero sentido de la libertad y de la responsabilidad social. El matrimonio es la gran escuela del amor y de la solidaridad. Equiparar al matrimonio otras formas de convivencia, en las que no se exige la misma generosidad y entrega personal no favorece la calidad educativa de la familia.

6.            El Proyecto discrimina y pone en peligro la protección al matrimonio y a la familia, constitucionalmente reconocida en España, porque es discriminatorio e injusto tratar de forma igual a desiguales. No es posible equiparar la realidad del compromiso público de un matrimonio, con los derechos y obligaciones que contraen ante la sociedad, a la mera unión de hecho de dos personas que no asumen las mismas responsabilidades. De este modo, la equiparación del matrimonio a otras formas de convivencia constituye un acto de manifiesta ingratitud e injusticia hacia el bien social que proporciona el matrimonio. No es legítimo extender los derechos específicos reconocidos hasta ahora al matrimonio y a la familia, célula primordial de la sociedad, a otras unidades alternativas de convivencia para responder a exigencias e intereses individuales, ni sancionar jurídicamente opciones que se presentan indebidamente como conquistas de la libertad.

7.            El Proyecto de ley contiene, además, un aspecto de particular gravedad al no realizar la debida distinción entre parejas de hecho heterosexuales y homosexuales. Las parejas de hecho entre personas del mismo sexo poseen la particularidad de que no pueden aportar a la sociedad lo que aporta la complementariedad varón-mujer, esto es, la sucesión generacional, por lo que equiparar tales parejas al matrimonio agudiza aún más la injusticia y el agravio de determinados grupos de presión sin considerar adecuadamente el perjuicio y la injusticia hacia el matrimonio y la familia que tal protección supone. El Proyecto pretende dar pasos hacia el reconocimiento público de ciertas opciones de actuación sexual. Tal reconocimiento entra en colisión con los derechos de los padres para educar a sus hijos, derechos (acompañados de los correspondientes deberes) que precisan de la ayuda y de la protección de toda la comunidad política.

La equiparación legal de “las parejas de hecho” al matrimonio puede suponer incluso un grave ataque contra la libertad religiosa y de conciencia. No es propio de las Administraciones públicas promover una visión de la sexualidad o de la vida que choca frontalmente con las legítimas convicciones religiosas de los padres, que son quienes tienen legítimamente el derecho a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones.

8.            Otro aspecto de especial relevancia es el referente a las adopciones o “acogimientos familiares” de los que habla el Proyecto. Éste no distingue la acogida por parte de parejas heterosexuales y homosexuales, considerando tal distinción como irrelevante.

A esto hay que decir, en primer lugar, que a los niños tutelados por parejas de hecho heterosexuales se les niega el derecho a vivir la paternidad y la maternidad con garantían de estabilidad y exclusividad. Esas garantías sólo las ofrece el matrimonio, referente social cierto del bien humano imprescindible para educar a los niños en el sentido de sus sexualidad. Relativizar el matrimonio supone volatilizar la educación de la sexualidad y trasmutar su sentido.

Además, los niños que creciesen al amparo de una pareja homosexual se verían privados del valor pedagógico y socializador que supone la complementariedad natural de los sexos, viéndose sometidos a un experimento psicológico de consecuencias imprevisibles para su desarrollo personal. Así mismo se vería alterado su derecho a vivir la verdad sexuada y descubrir la corporeidad como parte inseparable de la persona humana.

El Proyecto, por tanto, vulnera el bien común al ignorar el necesario respeto al principio del “bien superior del niño”, expresado en la “Convención sobre los Derechos del Niño” de las Naciones Unidas. Algunos juristas aluden ya a la posibilidad, en el futuro, de que los niños que muestren los perjuicios de los que son víctimas puedan demandar al Estado que permitió tal violación legal de sus derechos.

9.            Al realizar las reflexiones precedentes no ignoramos que existan situaciones particulares que los poderes públicos deben atender. No juzgamos ni condenamos personas que optan por determinadas formas de vida en común. Lo que rechazamos es que la fórmula jurídica para remediar tales situaciones sea la equiparación de estas uniones de hecho al matrimonio.

A los poderes públicos y legislativos les corresponde encontrar las fórmulas adecuadas que no supongan una discriminación e injusticia con respecto al matrimonio y a la familia. A este respecto, los parlamentarios católicos tienen la responsabilidad de colaborar en la resolución justa de las situaciones particulares. Ello no obsta a su obligación de oponerse a cualquier legislación que, por ir en contra del bien común y de la verdad del hombre, sería propiamente inicua.

10.          Finalmente, al realizar estas consideraciones no ignoramos ni las dificultades del lenguaje que hemos empleado para que sea entendido por la cultura dominante, ni las que existen en nuestra todavía joven democracia para debatir pública, racional y libremente sobre el bien humano.

 

Sevilla, 8 de noviembre de 2002

Sobre la utilización de embriones en la investigación sobre las células madre

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En relación con la noticia aparecida en los medios de comunicación en la que las autoridades sanitarias de nuestra Comunidad Autónoma mostraban su intención de autorizar la experimentación con células madre obtenidas de embriones congelados, o bien generados por óvulos y espermatozoides donados para tal fin, incluso no descartando la posibilidad de su obtención mediante la transferencia de un núcleo celular en un ovocito, es decir, la clonación, los Obispos de Andalucía queremos manifestar los siguiente:

1.-   En primer lugar, apoyamos todos los progresos científicos que ayuden a mejorar las condiciones de vida del ser humano desde el primer instante de su concepción hasta el momento de su muerte natural. En este sentido, no cabe sino congratularse por los múltiples avances de las ciencias biomédicas durante las últimas décadas, que han permitido logros significativos en la lucha contra la enfermedad y han hecho posible un notable incremento de la esperanza de vida y una mejora de las condiciones de esa vida de una parte importante de la humanidad.

Ahora bien, estas cotas de bienestar obtenidas no pueden fundamentar la reivindicación de una libertad sin límites en la investigación científica basándose en los objetivos que se pretenden alcanzar. No todo lo que es científicamente posible es moralmente lícito, como prueban algunas horribles experiencias del siglo XX. Una ciencia sin conciencia conduce a la destrucción del hombre.

2.-   A este respecto, hay que subrayar que los embriones son seres humanos vivos en constante desarrollo y poseedores desde su concepción de una identidad genética propia y permanente. Por tanto, tienen derecho a ser respetados, independientemente de su etapa de desarrollo, y a no ser usados como material biológico de investigación, ya que su crecimiento es coordinado, continuo y gradual.

En este sentido, el Papa Juan Pablo II ha manifestado en repetidas ocasiones el respeto incondicional que moralmente se debe tener con los embriones humanos y que se basa en la dignidad propia de todo ser humano desde el momento de su concepción, sin que nunca pueda ser instrumentalizada en función de razonamientos utilitaristas, sea cual sea su estado de desarrollo (cf. Evangelium Vital nº 60; cf. Discurso al XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Transplantes, 28-8-2000).

3.-   Por otro lado, las investigaciones biológicas más recientes evidencian la existencia de células estaminales aisladas de tejidos diferenciados del feto y del adulto que pueden ser cultivadas “in Vitro” e inducidas a diferenciarse en fenotipos celulares distintos del tejido de procedencia. En otras palabras, existen en los tejidos humanos células madres con la misma capacidad que las embrionarias y más fáciles y seguras de manipular, pues no tienden a diferenciarse espontánea e incontroladamente como las embrionarias, que pueden incluso dar lugar a tumores focales constituidos por células heterogéneas (teratomas). Además, el avance de esta otra línea de investigación evitaría la aberración que supone destruir vidas humanas en desarrollo argumentando finalidades científicas o terapéuticas.

4.-   Por todo ello, pedimos a las autoridades sanitarias que encaucen los recursos públicos hacia campos de investigación que respondan a las exigencias éticas y antropológicas que debe respetar la investigación biomédica en su lucha contra la enfermedad y por la mejora de las condiciones de vida de cada persona y de todos los hombres.

 

Sevilla, 8 de noviembre de 2002

Tercer Congreso de la Educación Católica en Andalucía. Comunicado de los Obispos del Sur de España

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Durante los días 15, 16 y 17 del próximo mes de Noviembre se celebrará en Sevilla el III Congreso Andaluz de la Educación Católica, cuyo tema central versará sobre La calidad educativa, compromiso para la educación cristiana. Este Congreso, programado por el Consejo Interdiocesano para la educación católica en Andalucía, desea acoger entre sus participantes a los padres, a los profesores y a los jóvenes.

La calidad educativa, tema del Congreso
Al elegir como tema de estudio y debate La calidad educativa, compromiso para la educación cristiana, el Congreso se sitúa en el corazón de una de las preocupaciones más sentidas hoy por la sociedad española. La Iglesia participa de esta preocupación y desea contribuir al verdadero progreso de la educación en Andalucía. Superada, en términos estadísticos, la etapa de la escolarización, queda aún por conseguir que la educación – y no sólo la enseñanza – sea de calidad, que ayude a superar las lagunas culturales y sociales que pesan sobre muchos niños y jóvenes. La calidad educativa es, pues, una necesidad social.
Deseamos una calidad educativa que tenga en cuenta al educando concreto en su realidad personal, social y cultural; que promueva y desarrolle en él todos los valores que dignifican a la persona; que atienda, respete y eduque todas sus dimensiones históricas y transcendentes; que lo forme como ciudadano comprometido con la sociedad y coherente con sus convicciones religiosas y morales; que asume la construcción de un mundo mejor basado en la solidaridad, el respeto y la convivencia; que sea constructor de paz y de libertad. En resumen, que cada uno pueda alcanzar su plenitud humana conforme a su propia y esencial identidad. La clave de este proyecto educativo está en el hombre – el educando -, cuyo misterio queda esclarecido en el ministerio de Cristo, el Hombre nuevo (Cf GS, 22).
Desde estas convicciones, hacemos un llamamiento a cuantos asumen la educación cristiana como opción pedagógica capaz de hacer efectiva la calidad educativa en toda su realidad extensiva e intensiva.

Compromiso de los educadores cristianos
Nos dirigimos, en primer lugar, a los padres cristianos, alentándoles para no hacer dejación de sus deberes como educadores. Les urgimos que tomen una postura activa, ejerciendo sus derechos constitucionales, para garantizar una calidad educativa que forma a sus hijos en los valores morales y cristianos que corresponden a la convicción religiosa que profesan. Es necesario superar la indiferencia de muchos padres ante el proceso educativo de sus hijos. Esta despreocupación de hoy puede convertirse en grito de dolor y lamento del mañana. La asistencia y participación en el Congreso puede servir de estímulo para despertar la conciencia educadora de quienes son los primeros y principales educadores de los hijos.
Nuestra atención se dirige también, y de manera especial, a todos los profesores cristianos. A ellos les manifestamos nuestro reconocimiento por su dedicación y testimonio de fe en el ámbito de la educación. Sabemos de las dificultades que encuentran en el desempeño de su función. Les animamos para que sean verdaderos testigos de los valores cristianos que ha de inspirar su labor educadora. Pablo VI destacaba la importancia del testimonio con estas palabras: “…el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan es porque dan testimonio” (EN 15). El compromiso educador nacido y arraigado en la fe es la mejor aportación que un profesor cristiano puede dar al conjunto de la sociedad. La asistencia a este Congreso ayudará, sin duda, a compartir la ilusión y el esfuerzo a favor de la calidad de la educación. Les invitamos a todos a participar.

Al servicio de nuestro pueblo
El Congreso se celebra en Andalucía y para Andalucía. La educación es un factor imprescindible de promoción y desarrollo humano para los individuos y los pueblos. Es el nuestro un pueblo que necesita y agradece la iniciativa del Congreso. La crisis de los valores, que afecta a toda la sociedad, es también en Andalucía una preocupación importante. La educación cristiana es un cauce de fortalecimiento de la propia identidad y una plataforma para un diálogo serio y respetuoso con otras posiciones ante la vida. Juan Pablo II pide a los jóvenes que sean centinelas de la mañana en esta aurora del nuevo milenio (NMI, 9). Es, pues, necesario que renazca la esperanza, brille la alegría y aflore el optimismo, actitudes todas que nuestros jóvenes han de forjar en su proceso educativo.
Ponemos bajo la protección de la Virgen María, nuestra Madre y Maestra, la celebración de este tercer Congreso Andaluz de Educación Católica para que dé los frutos deseados para el progreso de la educación en Andalucía.

                                                                                                                Sevilla, 4 de octubre de 2002

Nota de los Obispos del Sur de España ante el asesinato de D. Manuel Giménez Abad

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Consternados por la dramática noticia de la muerte criminal de D. Manuel Giménez Abad, presidente del Partido Popular en Aragón y senador, asesinado por ETA en la tarde del día de ayer, los Obispos del Sur de España reunidos en la Casa Diocesana de Aguadulce (Almería) en sesión ordinaria, al inicio de la reunión han elevado oraciones a Dios pidiendo la misericordia para D. Manuel Giménez Abad, el consuelo y la fortaleza para sus familiares y amigos, y el don de la paz para la sociedad.
Una vez más, los Obispos condenan el crimen contra la vida, manifestando el valor sagrado de la persona humana, y reafirmando que el camino del terrorismo sólo lleva a la destrucción y a la muerte. Viven en el error quienes esperan algún provecho de la muerte de seres inocentes.
Hacemos nuestras las palabras del Cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal, pronunciadas en la última Asamblea Plenaria celebrada en Madrid del 23 al 27 del pasado mes de abril: “Nos duele hasta el fondo del alma el tremendo flagelo del terrorismo, que tanta sangre ha costado de nuevo en estos meses y que sigue amenazando un bien tan sagrado como la vida de las personas, de modo que son muchos hermanos nuestros los que viven sometidos al amedrantamiento y al chantaje, algo que, en cierto modo, notamos y padecemos todos los españoles. Nos duelen la muerte y el sufrimiento de tantas víctimas de la violencia en sus múltiples formas”.
Tenemos muy presentes a todas las víctimas del terrorismo y pedimos a Dios, con insistencia, que nadie en España utilice el crimen como método de defensa de las ideas políticas. El derecho a la vida de toda persona humana es la condición para lograr una convivencia justa y pacífica. Es urgente educar y reivindicar este derecho en todos los ámbitos de la sociedad y de la opinión pública.
Finalmente, al mismo tiempo que deseamos ardientemente la desaparición definitiva del terrorismo, reiteramos el contenido de la nota publicada en el día de ayer por la Conferencia Episcopal Española.

                                                                                         Aguadulde (Almería), 7 de mayo de 2001

Comunicado de los Obispos del Sur de España con motivo del atentado terrorista perpetrado en Sevilla durante la tarde del lunes 16 de octubre

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Durante la sesión de la tarde de hoy, los Obispos del Sur de España, reunidos en Asamblea Ordinaria, hemos sido informados del nuevo y cobarde atentado perpetrado en Sevilla y que ha costado la vida al coronel médico Dr. Antonio Muñoz Cariñanos.
Consternados por el más radical desprecio a la vida humana que suponen estos actos terroristas porque anteponen los intereses de poder o de cualquier otro tipo a la vida de las personas, los obispos andaluces manifestamos el más absoluto rechazo y condena al pecado que supone toda acción violenta contra la vida. Los atentados terroristas son la expresión máxima contra la libertad personal y social.
Después de elevar una oración al Señor por el eterno descanso de esta nueva víctima del terrorismo y además de pedir a Dios por la entereza de sus familiares, hemos suplicado también por la conversión de los asesinos.
Invitamos a la sociedad andaluza a mantener con temple y constancia las posturas personales y colectivas que manifiesten con toda claridad el pleno rechazo a estos detestables comportamientos por parte de quienes matan y por parte de quienes le apoyan, encubren o justifican.
Así mismo, pedimos al Señor que ilumine y fortalezca a quienes, desde la familia y desde cualquier instancia de la sociedad trabajan con esfuerzo y constancia en la promoción y defensa de la verdad y de la justicia como base de la libertad en la necesaria civilización del amor.

                                                                                                     Granada, 16 de octubre de 2000

Nota de los Obispos de Andalucía con motivo de las próximas elecciones generales y autonómicas

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El día 12 de marzo el pueblo español decidirá en las urnas el estilo de gobierno que ha de regir los destinos de España en los próximos cuatro años. Los hombres y mujeres de Andalucía ejerceremos también el derecho al voto manifestando nuestra voluntar política para la siguiente legislatura.
No cabe duda que las elecciones democráticas suponen un avance en el camino hacia las libertades legítimas y constituyen un signo de participación del pueblo en la ordenación de la sociedad y del bien común. Por eso, ante las próximas elecciones generales y autonómicas, debemos alegrarnos por la estabilidad de nuestro sistema democrático. Al mismo tiempo es deber nuestro contribuir al recto ejercicio de la responsabilidad social procurando que las motivaciones y los objetivos del voto nazcan de la rectitud de intención y tiendan a la consecución del bien de los ciudadanos.
Es muy importante, pues, revisar los propios criterios electorales mediante el conocimiento posible de los diversos programas políticos para apoyar a quienes garanticen el servicio al pueblo desde un limpio ejercicio de la acción política. A la elección política le corresponde el recto ejercicio de la justicia en los diferentes campos de la vida social, la defensa de la auténtica libertad de las personas y de los grupos, la más equitativa promoción del bienestar social, la construcción y defensa de la paz verdadera, la adecuada atención a todos los ciudadanos, especialmente a los incluidos en las nuevas bolsas de pobreza y marginación, y a los inmigrantes que escapan de la miseria o de la inseguridad personal y buscan entre nosotros los recursos necesarios para vivir con dignidad.
No se alcanza el progreso mientras se permitan injustas diferencias sociales en el acceso a los recursos necesarios, mientras persistan discriminaciones arbitrarias por cualquier causa, y cuando se pretenden o consientan actuaciones discordantes con los valores fundamentales, o comportamientos que conculcan los derechos inalienables de las personas y de la sociedad. Por ello, ante la posibilidad de contribuir con nuestro voto a la configuración de un estilo concreto de gobierno, debemos conceder nuestra confianza a quienes prometan, con mayores garantías, el pleno respeto a la dignidad de toda persona desde su concepción hasta su muerte natural; el respecto a la verdad del matrimonio y de la familia; el acceso de todos al trabajo y a la merecida participación de los bienes que de él se derivan, la promoción de la libre iniciativa social necesaria en los sistemas democráticos; la salvaguarda de la plena libertad educativa; el rigor en el cumplimiento de las exigencia éticas que deben regir los medios de comunicación social; la debida prudencia en las manifestaciones públicas que pueden herir la sensibilidad de las personas e influir negativamente en la educación de la generaciones más jóvenes; y el decoro en el tratamiento de cuanto se relaciona con la vida, con la fe y con las instituciones fundamentales de los ciudadanos.
Puesto que todos somos responsables de la constante renovación y del crecimiento de nuestro pueblo, invitamos a cuidar el ejercicio del voto evitando la abstención, la obediencia a campañas demagógicas, la comodidad del voto rutinario, y el posible egoísmo de buscar el apoyo a los propios intereses personales, de grupo o de partido por encima del bien común.
A quienes manifiestan su vocación e interés por la dedicación al difícil y digno arte de la política, les agradecemos la disponibilidad al servicio de la recta ordenación de la convivencia, del verdadero progreso y del legítimo prestigio de nuestro Pueblo en el concierto de las naciones y en la ayuda a los pueblos más necesitados. Al mismo tiempo les rogamos que extremen los cuidados en los discursos y en las expresiones habladas y escritas, para que la verdad y el respeto mutuo, la búsqueda del bien común y la ecuanimidad presidan las intervenciones durante la campaña electoral, así como las manifestaciones posteriores en el ejercicio del gobierno y de la oposición.
Para todos pedimos al Señor luz, capacidad de servicio al bien común, voluntad de compromiso coherente, y confianza en la capacidad de los hombres para conocer la verdad y adherirse libremente a ella.

22 de febrero de 2000

Carta Pastoral Colectiva de los Obispos del Sur de España con motivo del Gran Jubileo del Año 2000 y del comienzo del tercer milenio cristiano

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“Os anunciamos la Vida eterna… para que vuestro gozo sea completo”
“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca del Verbo de la Vida –pues la Vida se ha manifestado, y nosotros la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre, y que se nos ha manifestado–, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo” (1 Jn 1, 1–4).

I. Testigos de la Vida eterna, que se ha manifestado.
1. Estas palabras, con las que comienza la Primera Carta de S. Juan, las hacemos hoy nuestras los Obispos de las Diócesis de Andalucía, y os las decimos a vosotros, presbíteros y diáconos, religiosos y religiosas, y fieles cristianos de las Iglesias particulares que el Señor nos ha confiado en su nombre como pastores vuestros. Igualmente, os las decimos a los muchos que buscáis a Dios, y creéis que Dios no está cerca de vosotros. Y a quienes pensáis que dios, exista o no exista, carece de interés para el hombre, porque lo que importan son otras cosas, y, sin embargo, pudierais leer esta carta con curiosidad. Sí, también nosotros “hemos oído”, “hemos visto con nuestros ojos”, “y hemos tocado con nuestras manos” al Verbo de la Vida. También nosotros, como S. Juan, “os anunciamos la Vida eterna, que se ha manifestado”. Y os la anunciamos porque en ella hemos encontrado para nuestras vidas el gozo pleno y la razón de una esperanza verdadera, y porque deseamos que también “vuestro gozo sea completo”.
2. Afirmar que hemos encontrado, que hemos “visto” y “tocado” la Vida es escandaloso. Lo es hoy, y lo ha sido siempre. Porque la experiencia humana universal confirma lo que dice S. Juan en su Evangelio, que “a Dios nadie le ha visto jamás” (Jn 1,18). Y eso que la historia y las culturas están tan marcadas por el deseo de dios, que serían del todo incomprensibles sin él. El anhelo de Dios, de verdad, de bien y de belleza, la búsqueda de un amor que corresponda plenamente al corazón, y de una felicidad verdadera y que permanezca en el tiempo, son de tal modo “ la marca” de lo humano, que constituyen al hombre como hombre.
Incluso en nuestro tiempo, que parece –al menos en la cultura “oficial”– ignorar a Dios, y no interesarse por el hombre sino en la medida en que forma parte de los procesos de producción o responde a los intereses del poder, el deseo de Dios es, en realidad, el dato más determinante y decisivo en la vida de los hombres. Para muchos esta afirmación resultará chocante. Pero es verdadera. La búsqueda del sentido y de la felicidad es para el hombre real, también hoy, el motorde la existencia. Y la confusión acerca del significado de la vida, la falta de verdad y de amor en las propuestas culturales al uso, son la principal causa del sufrimiento humano, y de la amarga desesperanza que hace tan dura –hasta parecerles, a veces, insoportable– la vida de muchas personas. Incluso las manifestaciones más cínicas de la cultura contemporánea ponen de manifiesto, de un modo patético, que el hombre pide a la vida mucho más que poder producir y consumir, y que poder votar. Ni el bienestar material coincide con la felicidad, ni una democracia puramente formal basta para que exista un pueblo de hombres libres. Sí, los hombres buscamos a Dios con todo l que somos y hacemos, aunque no seamos conscientes de ello.
3. Y, sin embargo, a pesar de esa búsqueda, infatigable y con frecuencia dolorosa, es verdad que “a Dios nadie le ha visto jamás”. Pero entonces, ¿cómo podía decir S. Juan, y cómo podemos decir nosotros, que “hemos visto” y “tocado” “el Verbo de la Vida”, y que os lo anunciamos para que participéis en esa Vida y en el gozo que esa Vida genera? ¿Dónde está el Verbo de la Vida? ¿Cómo puede ser encontrado? “A Dios nadie le ha visto jamás”, es cierto. Pero en un momento de la historia –un momento radiante, único, que da sentido a todos los demás momentos, que los rescata de su banalidad mortal–, ha sucedido algo nuevo. Algo inaudito. S. Juan prosigue: “su Hijo único, que está en el seno del Padre, Él nos lo ha dado a conocer” (Jun 1,18). ¿Cómo? “El Verbo se ha hecho carne, y ha puesto su morada entre nosotros” (Jun 1,14).
En una carne como la nuestra, que recibió de la Virgen María, el Hijo de Dios se ha implicado en nuestra historia para darnos la Vida, esto es, para darse a nosotros y comunicarnos su Vida divina. En una carne como la nuestra, ha gustado el abismo de la injusticia y de la traición, de la soledad y de la muerte. Pero hasta eso ha servido para revelar el “amor más fuerte que la muerte” (Cf. Ct. 8,6). Pues Jesucristo ha vencido en su carne al pecado y a la muerte, y nos ha hecho partícipes de su Espíritu Santo, y así nos ha revelado que “Dios es Amor” (1 Jn, 4, 8; 4, 16), y nos ha hecho posible acceder a ese Amor, verlo, tocarlo, vivir de Él. Al revelar a Dios como Amor, y al comunicarnos ese Amor que es la Vida de dios, el Hijo de dios nos ha desvelado la verdad grande de nuestro destino como hombres, y la dignidad de nuestro ser de hombres.
Ésta es la “Buena Noticia”, éste es el Evangelio. Dios se ha manifestado, se ha hecho visible, tangible. Y se ha manifestado como amor infinito e incondicional por el hombre y por la vida del hombre. Dios, el Misterio que da consistencia a todas las cosas, ¡se ha revelado como amigo de los hombres! ¡Dios ama a los hombres, nos ama a cada uno de nosotros, tal y como somos, con todo el peso de miseria y pecado que llevamos en nuestro corazón! Como escribía un autor cristiano antiguo, “el Invisible se ha hecho visible para que los pecadores pudieran acercarse a Él. Nuestro Señor no impidió a la pecadora acercarse (…) porque todo el motivo por el que había descendido de aquella altura a la que el hombre no alcanza, es para que llegasen a Él pequeños publicanos como Zaqueo; y toda la razón por la que aquella Naturaleza que no puede ser aprehendida se había revestido de un cuerpo, es para que pudiesen besar sus pies todos los labios, como hizo la pecadora” (S. Efrén de Nisibe, Sermo de Domino Nostro, 48).
4. Pero no es sólo que Dios, en un gesto de condescendencia, haya querido “mostrarse” a unos hombres privilegiados, que tuvieron la suerte inmensa de estar con Él, y de comer con Él, y de vivir con Él en un momento de la historia, que ya pertenecería para siempre al pasado. Porque al comunicar el Espíritu Santo a los suyos, el Hijo de Dios se ha quedado para siempre entre nosotros, y sigue manifestándose y dándose a los hombres en la Iglesia, que es hoy “su cuerpo” (Cf. 1 Cor 12, 12-30; Ef. 1,23;Col 1, 18. 24). En esta carne, en esta realidad humana que es la Iglesia, sigue siendo patente el poder de Dios que habita en ella. Ese poder de Dios hace que unos hombres y mujeres frágiles, y llenos de debilidades, puedan vivir en la verdad, con gozo y gratitud, y puedan formar un pueblo de h
ombres libres, de hermanos, en cuya vida se pone de manifiesto esa humanidad que sólo Dios puede realizar, pero que todo hombre desea.
Dios se ha manifestado en Jesucristo, el Señor, que ha vencido en nuestra carne al pecado y a la muerte, y nos ha entregado su Espíritu Santo, para que en él recuperemos nuestra condición original, para la que la vida nos ha sido dada: ser hijos de Dios, vivir en la “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21), y heredar la Vida eterna. Por eso Jesucristo, resucitado y vivo para siempre, y contemporáneo de cada hombre y de cada mujer por su presencia en la Iglesia, es “el único nombre bajo el cielo que nos ha sido dado a los hombres para que podamos ser salvos” (Cf. Hch 4,12). Él es “el Redentor del hombre, el centro del cosmos y de la historia” (Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, 1), pues “todo ha sido creado por Él y para Él”, y “todo tiene en Él su consistencia” (Col 1,17). Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” de los hombres (Jn 14,6). O como dice una visión del libro del Apocalipsis, poniendo estas palabras en boca de Jesús resucitado: “Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin: al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida” (Apo 21,6).
5. Lo que precede no son palabras retóricas, vacías. Sí, nosotros “hemos oído”, y “hemos visto con nuestros ojos”, y “hemos tocado con nuestras manos” a Jesucristo, que sigue vivo y comunicando la vida a quienes creen en Él. Sabemos que vive, porque actúa en la vida de los hombres. A lo largo de su historia, la Iglesia, ese pueblo nacido de la fe y del Espíritu Santo que Cristo da a los que creen, no ha dejado de generar innumerables hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales, en quienes resplandece la verdad de la persona humana. Son los santos, esa “muchedumbre inmensa, de toda raza, lengua, pueblo y nación, que nadie podría contar”, de que habla el libro del Apocalipsis (Apo 7,9).
Y no nos referimos sólo al pasado. Todos nosotros conocemos a muchas personas –familiares, vecinos, compañeros, amigos nuestros–, en quienes la fe en Jesucristo realiza el milagro de una humanidad que no son capaces de generar ni los esfuerzos del hombre, ni el progreso de las ciencias, ni una mejor organización de la sociedad. Jesucristo hace nacer una humanidad libre, capaz de afrontar la realidad –la vida y la muerte, la familia, el trabajo, el sufrimiento, la amistad, todo– con esa consistencia que todo hombre quiere para sí. Una humanidad caracterizada por el reconocimiento de la divinidad sagrada de la persona humana, y por el aprecio de la razón y de la libertad de cada hombre y de cada mujer. Una humanidad caracterizada por el afecto a cada persona, y a la vida, y a todo lo que hay en ella, y por una misericordia, que son en el mundo de hoy casi impensables. Cuando ese afecto no es sólo un impulso sentimental momentáneo, sino que permanece en el tiempo y se convierte en un modo de estar frente a la realidad, es signo inequívoco de la verdad.
Estas personas existen, y las conocemos. No son superhombres, ni tienen cualidades especiales, sino que son personas normales y corrientes, débiles como somos todos los hombres. Son personas de diferentes culturas, con circunstancias muy diversas, con historias muy diferentes, de clases sociales distintas, con distintos niveles de educación, con diversos temperamentos y gustos. Pero han encontrado a Jesucristo, le siguen, y ese hecho ha cambiado sus vidas. Y por eso, porque conocemos a esas personas, y porque somos testigos de ese hecho, podemos decir con verdad que el cristianismo no es una utopía, como las ideologías que han producido el racionalismo y el idealismo modernos. Esas ideologías siempre dejan al hombre sólo y desesperado, porque no cumplen sus promesas, y siempre terminan destruyendo al hombre.
6. El cristianismo no es una utopía, sino un hecho verificable en la historia, accesible a todos, que se da en la comunión de la Iglesia, y del que somos testigos. Y por eso sabemos que la esperanza en Cristo “no defrauda” (Cf. Rm 5,5), porque vemos las obras maravillosas que Jesucristo lleva a cabo en la vida de los hombres. Por eso damos testimonio de Él, en comunión con el Papa, el sucesor de Pedro, y con toda la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Y por eso también, a las puertas del tercer milenio de su manifestación al mundo, queremos proclamaros con una frescura nueva la buena Noticia, el Evangelio. Jesucristo Redentor es, también hoy, también para nosotros, hombres del final del siglo XX, la vida y la esperanza. En Él está –está realmente– la única posibilidad de una vida plena y de una esperanza verdadera para todos los hombres.
Os anunciamos a Jesucristo, ciertamente, porque, como sucesores de los Apóstoles, somos herederos de la misión que ellos recibieron del Señor: “Id a todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15; cf. Mt 28, 18-20). Pero, ante todo, os anunciamos a Jesucristo porque no podemos callar lo “que hemos visto y oído”, que nos llena de alegría. La vida que anhelamos, en verdad y en la libertad, la vida para la que está hecho nuestro corazón de hombres, es posible, ¡se nos da! ¡Se nos ofrece y se nos da realmente en Cristo! La existencia humana no es un capricho de la naturaleza absurdo y sin sentido, sino que tiene un significado, y un significado bueno. Y tiene una meta que puede alcanzarse, abriendo la vida al don de Cristo.
7. La vida es, propiamente hablando, un don, y a la vez, una vocación, una llamada. Es decir, nace de Alguien que nos ha llamado a la vida, a cada uno por nuestro nombre, porque nos ama con un amor infinito: en realidad, si estamos vivos es porque esa mirada de amor con la que cada uno somos amados no se aparta de nosotros. Dios nos ha llamado a la vida para comunicarse a nosotros y así, si acogemos su amor, hacernos partícipes de la suya dichosa, inmortal y eterna. Sí, desde Cristo sabemos que el don de la vida es vocación a la Vida eterna. Y sabemos que reconocer ese don y esa vocación, y acoger el amor infinito del que nace, hace posible ya aquí, ya ahora, en cualquier situación de la vida, vivir en la verdad y en el amor. Vivir en la libertad, la paz y la alegría.
La experiencia de que esto es verdad explica las palabras del apóstol S. Juan que hemos citado al comienzo de esta carta, y de las que hemos tomado nuestro título. “Os anunciamos la vida eterna… para que vuestro gozo sea completo”. Y esa misma experiencia es la razón de nuestra fe y de nuestro testimonio. Aunque el sufrimiento y la desesperanza parezcan llenar el mundo, Dios hace todo lo que hace para la vida y el gozo del hombre: para la vida y el gozo del hombre, Dios ha creado el mundo, y nos ha dado el ser. Y para nuestra vida y nuestro gozo, destruidos por el pecado, ha venido el Hijo de dios a nuestra carne, y la ha unido a sí, con un amor esponsal, y la vivifica con su Espíritu Santo.

II. El gran Jubileo del año 2000
8. Pronto hará dos mil años de la Encarnación del Verbo, del nacimiento de Jesucristo, ese hecho imprevisto e inconmensurable que los cristianos celebramos anualmente en la fiesta de Navidad. En realidad, lo celebramos a lo largo de todo el año, y de toda la vida, porque incluso el misterio pascual, y su presencia entre noso
tros por la Palabra, los sacramentos y la comunión de la Iglesia, no son sino la consecuencia de la Encarnación, y como su prolongación en el espacio y en el tiempo. Toda la vida, toda la realidad, está traspasada por el hecho de su gracia.
La Encarnación del Verbo es el acontecimiento más grande de la historia, porque en él se desvela el sentido positivo de la vida humana, de la historia misma y de la realidad entera. Como dice un texto de la liturgia, por Jesucristo “resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición, no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos” (Misal romano, Prefacio II de Navidad). El Jubileo del año 2000 es para todos los cristianos una gran fiesta, una inmensa celebración de gozo. ¡Dos mil años desde que “se ha manifestado la bondad de dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres”! (Tit 3,4).
Con ocasión del gran Jubileo del año 2000, os anunciamos, pues, a Jesucristo como la posibilidad real de una gracia grande, de un hecho bueno y gozoso para la vida. La gracia más grande, la fuente de la mayor alegría. S. Juan, en el pasaje citado al comienzo, decía: “Os anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre, y que se nos ha manifestado” (1 Jn 1,2). Sí, Jesucristo, el Verbo eterno del Padre, es la Vida, es el Verbo de la Vida (Jn 11,25; 14,6), y por eso puede “dar la Vida eterna” a los que creen en Él (Jn 3,15;5,24;6, 40.47;10,28;17,2).
9. La vida eterna no es sólo una realidad para después de la muerte, aunque la fe cristiana incluye la certeza de que la muerte no tiene el poder de destruir la persona humana, creada por Dios a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27), y destinada a participar para siempre de su vida divina (Rm 8,28-30;Ef 1, 4-6), como incluye la esperanza en la resurrección de la carne. La Vida eterna es ya una participación en la vida divina e inmortal en este mundo, en esta vida. Es la vida en la verdad, en la libertad y en el amor de que hablábamos más arriba, que hemos conocido a través de innumerables testigos, y que sólo tiene su origen en Dios, porque el hombre no se la puede dar a sí mismo, como pone de manifiesto la experiencia.
La Vida eterna se inicia en esa nueva relación con Dios que Él ha establecido con nosotros por su Hijo Jesucristo. Esa relación, seguida con fidelidad y sencillez, da una significado nuevo a lo que el hombre es y a todo lo que hace, y cambia en el tiempo el corazón del hombre, ensanchándolo y vivificándolo a la medida del Espíritu de Dios. El hombre empieza como a despertar: su razón se abre más a la realidad y a su misterio, y empieza a comprender mejor el significado de la vida y de las cosas. Adquiere una conciencia positivamente crítica del mundo en que vive, y empieza a crecer en libertad. Ya no depende de la suerte, o de las circunstancias, o del afecto de los demás, o del halago del poder. Igualmente, empieza a ser capaz de tener misericordia, consigo mismo y con todo, y a amar todas las cosas. Por eso dice el Señor: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).

III. Celebrar el jubileo en Andalucía.
10. El anuncio de Jesucristo llegó muy temprano a España, sin duda ya en el siglo primero de nuestra era. Y uno de los lugares en que se implantó primero fue la provincia romana Bética, que correspondía aproximadamente a la Andalucía actual. Las raíces cristianas prendieron pronto y hondo en la tierra andaluza, como testimonian los mártires de los que tenemos noticia ya en los primeros siglos. Para aquellos hombres y mujeres Jesucristo era un bien más precioso que la vida, porque la vida sin Jesucristo, después de haberle conocido, no podría llamarse vida. También en las grandes dificultades que el pueblo cristiano vivió durante el período islámico hubo muchos mártires, algunos conocidos, gracias a los testimonios que sus contemporáneos dejaron de su martirio, y otros muchos que sólo Dios conoce. A pesar de ello, hacia la segunda mitad del siglo XII, la Iglesia estuvo a punto de desaparecer en Andalucía, y las comunidades cristinas que quedaban fueron en gran parte obligadas a emigrar hacia el norte. Luego, tras la reconquista, y aunque los repobladores eran cristianos, puede hablarse en Andalucía de una segunda evangelización, llevada a cabo sobre todo por las órdenes mendicantes primero, y luego, ya en tiempos de la Reforma, por la fecunda labor de la Compañía de Jesús y del Carmelo. A comienzos de nuestro mismo siglo, en los años, también durísimos, de las ideologías antirreligiosas y los horrores de la guerra civil, muchos hombres y mujeres, sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles cristianos, adultos y jóvenes, han dado con su vida y con su muerte un testimonio espléndido de amor a Dios y a sus hermanos.
Además de los mártires, son muchos los santos que, a lo largo de los siglos, han nacido o vivido en esta tierra, han amado profundamente a sus hombres y han gastado su vida por ellos, anunciando a Jesucristo, y ayudando a sus hermanos a vivir una vida más plena, a través del trabajo educativo o del ejercicio, tantas veces heroico, de la caridad y de la misericordia. Están también los numerosos santos misioneros, ya que desde Andalucía, con una generosidad rebosante, se extendió la fe en Jesucristo al mundo, y especialmente a América, en una de las obras más bellas y humanas que ha conocido la Europa moderna. Y luego están también los innumerables santos no conocidos, no públicos, hombres y mujeres que han vivido una vida grande y plena de verdad y de amor en la familia y en el trabajo, en la vida de cada día. Ellos son los que han hecho ese pueblo resplandeciente de humanidad que nos encontramos todavía hoy. Los santos no pasan nunca en vano por la historia.
Ciertamente la historia cristiana de nuestro pueblo no está exenta de sombras y pecados. Los mismos hombres y mujeres que portaron el anuncio de la fe y la trasmitieron de generación en generación, fueron muchas veces incoherentes, torpes o perezosos, flaquezas que también nosotros experimentamos en el presente. Especialmente lamentamos ese fenómeno que se ha dado en ocasiones, a lo largo sobre todo de la segunda mitad de este milenio, de una manipulación ideológica de la fe, cuando se ha dejado utilizar la fe en Jesucristo contra otros hombres, como si la fe o la Iglesia estuvieran al servicio de los poderes del mundo, o de un orden social, o de un sistema político humano. De igual modo, las formas de vida y las instituciones de nuestra Iglesia han necesitado en no pocas ocasiones reformas quelas hicieran instrumentos más fieles de la misión salvadora de Jesucristo. Pero a pesar de las debilidades y pecados de los suyos, o mejor aún, contando con ellas y a través de ellas, el Señor se ha mantenido fiel y sigue realizando su obra entre nosotros hasta el día de hoy. Prueba de ello es que su Iglesia, atravesando periodos más luminosos o de mayor oscuridad, sigue hoy convocando a los andaluces con el testimonio convincente de una humanidad nueva que hace presente a Cristo en medio del mundo, es decir, con el testimonio de sus santos.
11. Se atribuyen con frecuencia las características del pueblo andal
uz a la diversidad de culturas que han dejado su poso en este pueblo. Y sin duda hay en ello una parte de verdad. Pero la diversidad de culturas, por sí misma, no da lugar automáticamente a una humanidad mejor. Por eso hay que recordar también que no pocos de los rasgos que constituyen lo mejor del modo de ser andaluz, como su humanidad inmediata y sencilla, su valoración de la amistad y del afecto, su fina sensibilidad moral ante el sufrimiento humano, y otros muchos, tienen que ver con siglos de fe cristiana y con el testimonio de los santos. Por eso, la fisonomía de Andalucía está configurada por la fe cristiana, y no se puede definir nuestra identidad andaluza de hoy sin referencia al hecho más decisivo de su historia, que es el cristianismo. Pretender arrancar a Jesucristo de la identidad de nuestros pueblos, o reducir la fe cristiana a un elemento más de esa identidad junto a otros, o a un hecho del pasado, que permanece sólo como residuo cultural, estético folklórico, es hacer una terrible injusticia a la verdad histórica y a la realidad presente de Andalucía. Es, sobre todo, hacer un gravísimo daño a los hombre y mujeres de Andalucía, de profundas consecuencias para el futuro humano de nuestra sociedad.
La celebración del gran Jubileo del año 2000 en Andalucía no debe, con todo, limitarse a recordar o celebrar el pasado. La gracia que se nos da mira la presente y al futuro. Se nos da para que la levadura de Cristo en nuestras vidas fructifique hoy para el bien de nuestro pueblo. Para que sea fermento de humanidad en las circunstancias actuales, ante los retos que tienen que afrontar hoy las personas, las familias, y la sociedad entera. No se nos ocultan en absoluto los cambios que ha conocido la sociedad andaluza en la segunda mitad de nuestro siglo. Pero el desarrollo y el bienestar material conseguidos por muchos no debieran ir acompañados de una cultura vacía de propuestas verdaderas de sentido para la vida, porque la falta de una razón para vivir adecuada a la verdad termina siempre generando violencia y conflictos de todo tipo.
12. Tampoco se nos ocultan los hondos problemas humanos y sociales que permanecen, algunos de ellos muy graves. El Santo Padre nos recordó los más sobresalientes en la reciente visita ad límina que los obispos andaluces hicimos el pasado mes de julio (Cf. Juan Pablo II, “Discurso a los Obispos de las provincias eclesiásticas de Granada, Sevilla y Valencia, del 7 de julio de 1998, n. 7, en Ecclesia, n 2902 (18.7.1998), 24). Hay entre nosotros amplias zonas de pobreza, como hay un grave problema de desempleo y de paro, sobre todo juvenil. Duele que en muchas zonas los jóvenes–incluso los mejor preparados– no tengan un horizonte de trabajo estable y tengan que ir a buscarlo fuera de su tierra y lejos de su familia. Conocemos las dificultades de muchos hombres del mar, del campo y de la minería. En las zonas agrícolas, todavía abundan entre nosotros los grandes latifundios, que favorecen una mentalidad de siervos y no promueven un desarrollo accesible a todas las familias. La política de subvenciones, que puede ser necesaria como un momento de transición, contribuye todavía más a esta mentalidad, y favorece que muchos hombres y mujeres no se sientan protagonistas de su propia historia. Al amparo de la grave necesidad de empleo que tienen muchas personas, hay demasiados contratos de trabajo inmorales e injustos.
Todo esto requiere políticas eficaces y duraderas de creación de empleo; un aliento serio a la creación de empresas, y especialmente un apoyo decidido a la pequeña y mediana empresa; y también una concepción de la empresa y de la vida laboral que no tenga como único punto de mira el beneficio y el enriquecimiento de unos pocos, sino el bien de las personas y de las familias. En el mundo agrario son también necesarias reformas profundas, hechas con u hondo sentido social y humano, que favorezcan la libertad y la creatividad de las familias y de las sociedades intermedias (Cf. en este sentido, el importante documento del Pontificio Consejo “Justica y Paz” titulado “Para una mejor distribución de la tierra. El reto de la reforma agraria”, del 23 de noviembre de 1997). Para ello son precisas una generosidad y fortaleza grandes por parte de aquellas personas o grupos que tienen la posibilidad de influir en la cultura del mundo del trabajo, y por ello también una especial responsabilidad social. Es necesario también que, desde todas las instancias, se propicien planteamientos valientes que despierten en las personas la conciencia de la sociedad nueva y mejor; que estimulen el esfuerzo de cada uno, la audacia y el espíritu de colaboración, tanto en el seno de las comunidades educativas como en los espacios donde han de sumarse los recursos para potenciar las iniciativas agrarias, comerciales e industriales, y aquellas que han de contribuir a una adecuada orientación del ocio, venciendo las dependencias alienantes.
Igualmente, nos preocupan las nuevas pobrezas que se dan en el mundo de la inmigración y de la marginación social, así como el sufrimiento de las mujeres y de los niños maltratados o abandonados, y las vidas –a veces muy jóvenes– destruidas por el alcohol, la prostitución o la droga. Muchos de estos dramas son fruto de la soledad y la violencia con que deja a las personas una cultura que ignora o censura la dimensión religiosa y moral del hombre.
Por eso nos duelen, como duelen a muchos andaluces, los ataques a la estabilidad del matrimonio y la familiar hechos desde instancias o medios de comunicación públicos, las campañas abiertas a favor del aborto o la eutanasia, y el aliento a la promiscuidad sexual de adolescentes y jóvenes, sin tener en cuenta los criterios morales indispensables para su educación y su crecimiento como personas. Las políticas antifamiliares son políticas antisociales, que tienden a destruir la mayor riqueza de Andalucía: la familia y la juventud. En el campo educativo, también, es preciso avanzar en un reconocimiento más efectivo y cordial, por parte de la administración pública, del derecho fundamental de los padres a educar religiosa y moralmente a sus hijos, así como de la libertad de educación como un derecho propio de la sociedad, y no como una concesión de la administración pública. La atención a la Universidad es otra tarea social de fundamental importancia para el futuro de Andalucía. En efecto, la Universidad, como institución libre en la que se cultiva el amor gratuito a la verdad y la libertad para buscarla, es una de las creaciones más genuinas y ricas de la cultura cristiana europea. En ambientes más proclives al totalitarismo, la Universidad tiende a perder esa dimensión propiamente educativa de la persona, y a transformarse sutilmente en una institución al servicio de los intereses del poder.
Para que nuestra sociedad sea más humana, y el progreso no sea sólo aparente, es indispensable abrir paso cada vez más a una aplicación real del principio de subsidiariedad, en todos los ámbitos de la vida. La persona humana, en efecto, “no existe sólo como productor y consumidor de mercancías, o como objeto de la administración del Estado (…) La convivencia entre los hombres no tiene como fin ni el mercado ni el Estado, ya que posee en sí misma un valor singular a cuyo servicio deben estar el Estado y el mercado” (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 49. Todo este número es fundamental para comprender la trascendencia social
del principio de subsidiariedad). Una sociedad de hombres conscientes y libres, respetuosos de la conciencia y de la libertad de cada persona, y de lo que el Papa ha llamado “la subjetividad de la sociedad (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 49) es un bien para todos, y por tanto, también para un Estado que se sabe servidor del bien común.
13. Hablamos de estas cosas por responsabilidad hacia los hombres que Cristo mismo nos ha confiado. Somos conscientes de que “el hombre es el camino de la Iglesia”, porque cada hombre ha sido redimido por Cristo, y porque el misterio de Cristo revela la verdadera identidad del hombre, e ilumina el significado último de su vida y de sus acciones (Juan Pablo I, Encíclica Redemptor hominis, 14; Encíclica Centesimus annus, 54). Por eso sabemos también, como ha recordado Juan Pablo II, que “no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del evangelio”, y que “las cosas nuevas”, es decir, las nuevas realidades y situaciones de la historia, “pueden hallar en el Evagelio su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral” (Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, 5).
El Jubileo del año 2000, al mismo tiempo que una celebración de gratitud por las maravillas que Dios ha hecho y hace con nosotros, es una ocasión para abrirnos de nuevo a la verdad de Cristo en su integridad, para experimentar toda la fuerza de su poder redentor, y para proponerla a los hombres ante los grandes desafíos de esta hora de la historia. Ése es el camino de la nueva evangelización. Es la fidelidad a la verdad de Cristo, y a la verdad del hombre que Cristo ha revelado, la que exige de todos los cristianos un testimonio y un compromiso decidido a favor del hombre, de la vida, del valor trascendente de la persona en todas las circunstancias. La misma verdad exige de los cristianos una implicación positiva en todas las realidades de la vida social, para trabajar en ellas junto con todos los hombres que buscan sinceramente un mundo más humano, y para aportar en ellas con sencillez y valentía la novedad de Cristo, esto es, el reconocimiento de la dignidad y el valor sagrados de la persona humana.

IV. Una comunión que invita todos a la amistad
 14. Os anunciamos a Jesucristo “para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,3). Al anunciaros a Jesucristo, os invitamos a una comunión nueva con nosotros. En primer lugar os lo anunciamos a los creyentes, hijos de la Iglesia. Creer en Jesucristo es, ante todo, acceder a esa vida nueva de la que ya hemos hablado, que puede ser descrita como vida en comunión. Decir comunión es decir don, regalo. La comunión es ese modo de vida en el que uno no busca ante todo su propio interés, sino el bien de los demás. La comunión es el modo de vida de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el que nos han introducido el amor del Padre, la gracia de Jesucristo porque somos testigos de esa vida nueva, que sólo nace de Dios, que es comunión con Dios, y que, precisamente porque es comunión con Dios, y participación por gracia en la vida misma de Dios, permite amar a todos los hombres y a todas las cosas como Dios los ama.
 La comunión con Dios que nos ha sido regalada en Jesucristo abre el corazón al horizonte del mundo. En realidad, nuestra experiencia de lo que Dios ha hecho en nosotros nos lleva a desear apasionadamente y a trabajar porque la forma de vida de todos los hombres y de todos los pueblos sea la amistad, por encima de las barreras y de las divisiones que por el pecado tendemos siempre a crear entre nosotros, de mil formas y con mil razones. Esa amistad es una realidad posible. Es una amistad que s abre y se extiende continuamente, que reconoce la verdad y el bien de que es portadora toda persona y toda cultura, que aprecia la razón y la libertad de todos, que facilita la búsqueda libre y honesta del bien común, y la cooperación de todos a ese bien. Esa amistad es posible, lo sabemos, si todos nos acercamos al dios de la misericordia, amigo de los hombres.
 15. Por eso también deseamos, y pedimos al Señor, que nuestro anuncio pueda llegar a quienes, por una razón o por otra, han perdido la fe, o se han alejado de la vida de la Iglesia. Muchos de vosotros decís creer en dios, o valoráis el mensaje y la persona de Jesucristo como algo sublime, pero no estáis en la comunión de la Iglesia. “No creemos en la Iglesia”, decís. Tal vez porque nosotros mismos parecemos a veces dar más importancia a sus aspectos más exteriores, a costa del misterio del que la Iglesia es portadora: la compañía y el amor de Dios al hombre concreto, a cada hombre, en el camino de la vida. O tal vez porque la falta de fe, de esperanza, o de misericordia y de amor de quienes nos decimos cristianos os ha escandalizado. ¡Cuántas veces nuestra vida oculta el rostro de Cristo, en lugar de revelarlo! ¡Cuántas veces lo niega, en lugar de proclamarlo! Y, sin embargo, a pesar de todas nuestras debilidades, y a pesar de nuestra falta de comunión, Cristo está en medio de nosotros, en su Palabra y en los sacramentos, y no deja de suscitar en la Iglesia personas en las que resplandece la presencia de Dios, y su amor por lo hombres. En esas personas está la esperanza del mundo.
 Quisiéramos también que nuestro pregón llegase a los no cristianos, a quienes no conocen a Cristo. Con un respeto grande por vuestras respectivas tradiciones religiosas, queremos deciros que no somos enemigos vuestros, sino hermanos y amigos. Que Dios, tal y como nosotros le hemos conocido en Jesucristo, es compasivo y misericordioso. Más aún, Dios es el Amor mismo, y en eso muestra su infinita grandeza y su trascendencia sobre el mundo. “Dios es Amor, y todo el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Por eso, porque Dios es Amor, “todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7). Nuestra ley, por eso, tiene como núcleo el amor, a todos y a todo. El Espíritu de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por la fe en Jesucristo, es quien nos hace posible vivir esa ley, esto es, vivir como “hijos de Dios” (Rm 8, 14-27;Ga 5, 16-26). Y aunque muchas veces nuestra vida no corresponde a ese don que nos ha sido hecho, sabemos con certeza que un mundo verdaderamente humano sólo puede construirse sobre el amor entre los hombres, que nace del reconocimiento de Dios, de la fe y la esperanza en Dios, y de los caminos de misericordia de Dios con los hombres. Un mundo verdaderamente humano lo construyen sobre todo los hombres de Dios.
 Pero también nuestro testimonio se dirige a quienes no creen en Dios. Comprendemos vuestras razones, en las que nosotros mismos, los pastores de la Iglesia, y los que nos decimos cristianos, no estamos exentos de una grave responsabilidad. Sobre todo, cuando hemos comprendido la fe como si fuera una ideología, o cuando la hemos puesto al servicio del poder o de intereses humanos. Pero, asumiendo esa responsabilidad, queremos deciros que Dios no es en absoluto enemigo del progreso humano auténtico, ni de la razón ni de la libertad, sino todo lo contrario: Dios es la fuente misma de una humanidad justa y verdadera. Y la historia dolorosa de nuestro siglo lo pone claramente de manifiesto. Pues cuando se ha tratado de construir sistemáticamente una sociedad sin Dios, aun en nombre de ideales justos, el intento se ha vuelto siempre tr&
aacute;gicamente contra el hombre, y se ha sembrado la historia de injusticias y de violencias sin cuento. Y es que sólo Dios “es el fundamento verdadero de una ética absolutamente vinculante” (Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo rei sociales, 38. Cf. También Encíclica Centesimus annus, 46: “Si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”), sin la cual palabras grandes como “justicia” o “solidaridad” se convierten fácilmente en palabras vacías.
 16. El Gran Jubileo del año 2000 es para todos, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, una gran ocasión de gracia. Para los cristianos, y ahora nos dirigimos específicamente a vosotros, fieles cristianos de Andalucía, pueblo cristiano de Andalucía, heredero de una tradición tan rica de mártires y de santos, el Jubileo es la ocasión de una nueva conversión a Jesucristo. Es Dios mismo quien nos llama a ello en este tiempo de gracia. En la tradición de los jubileos compostelanos, se llamaba al Año Santo “el año de la gran perdonanza”. Dios quiere, en este tiempo de gracia, “enseñarnos” de nuevo sus caminos, y que caminemos por sus senderos”, para que “se transformen las espadas en arados, y las lanzas, en podaderas” (Cf. Is 2, 3-4). La conversión a Dios, tal y como Dios se nos ha revelado en Jesucristo y se nos ha transmitido en la fe de la Iglesia, en su tradición y en su magisterio vivos, es sin duda el bien más grande que los cristianos podemos hacer a los hombres y a la sociedad. Y es un bien que el mundo de hoy reclama de nosotros, y que tiene derecho a pedirnos. Por ello, el Jubileo es para nosotros la ocasión un nuevo descubrimiento del tesoro de la fe y de la vida cristianas, en toda su belleza y su verdad, para que pueda reflejarse y comunicarse en nosotros con más transparencia el rostro de Cristo, el Redentor del hombre. Y por ello también, el Jubileo es para todos nosotros, pastores y fieles, la ocasión de una gran misión, de retomar el testimonio y el anuncio de Jesucristo como la tarea de la vida, de modo que el mundo pueda volver a encontrar, en esta encrucijada de la historia, caminos de humanidad y de esperanza.
 17. En cuanto a los no creyentes, os pedimos con humildad y respeto, más aún, con afecto, porque somos compañeros en el drama de la historia, que consideréis seriamente como una posibilidad para vuestra vida la hipótesis de la fe. Si la fe no os parece cierta, conceded que tampoco lo es la increencia. Y si no os sentís del todo confortables con vuestra increencia, comenzad a buscar. Buscad la verdad. Buscad los signos de ella, en vuestro corazón, entre los hombres, y en toda la realidad. Deseadla, que Dios no deja de escuchar ese deseo, y nunca abandona a quienes le buscan con sencillez de corazón. La filósofa Edith Stein, recientemente canonizada por Juan Pablo II, consideraba el anhelo de la verdad como una forma singular de oración (Cf. M . Teresa Renata del Espíritu Santo (Posselt), Edith Stein, una gran mujer de nuestro siglo, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1998, 98). Y refiriéndose a la muerte de su maestro, el filósofo Edmund Husserl, escribía: “He estado siempre muy lejos de pensar que la misericordia de Dios se redujese a las fronteras de la Iglesia visible. Dios es la verdad. Quien busca la verdad busca a Dios, sea de ello consciente o no” (Edith Stein, “Carta 249, a Sor A. Jaegerschmid, del 23 de marzo de 1938”, en Autorretrato epistolar (1916-1942), Ed. de Espiritualidad, 1996, 297). Así pues, no neguéis de antemano esa posibilidad que atisba la razón e intuye el corazón al término de cualquier búsqueda auténticamente humana, ya que, como ha escrito un poeta contemporáneo, “todas las cosas llevan escrito: «más allá» (Eugenio Montala, “La agave en el escollo”, en Huesos de sepia, Alberto Corazón, ed., Madrid, 1975, 105).

V. Llamada a los jóvenes
 18. Nuestro testimonio y nuestro anuncio, se dirigen de un modo especial a los jóvenes. Vosotros vais a configurar el mundo en los primeros pasos del próximo milenio. Vosotros tenéis en el corazón un gran ideal, un irreprimible anhelo: que la vida sea algo grande y bueno, que no defraude. Deseáis que vuestra persona, vuestra vida y vuestras inquietudes sean tomadas en serio, sean queridas por sí mismas, y no sólo por lo que podéis ganar, producir, o consumir. Deseáis que el mundo sea un lugar amable donde los hombres seamos amigos, y nos ayudemos unos a otros a recorrer el camino de la vida. Deseáis que crecer no sea sinónimo de hacerse escéptico y de tener que matar o censurar los anhelos más nobles del corazón. Todos esos deseos configuran la existencia humana, son su señal más característica. Por eso la infancia la juventud no deberían acabar nunca, deberían permanecer siempre. Pero acaban. Y no porque pasen los años, ya que todos conocemos personas con muchos años en quienes la esperanza está intacta, sino porque el mundo que hemos hecho los hombres, la cultura que hemos construido entre todos, muchas veces no os hace fácil mantener vuestro ideal.
 Con demasiada frecuencia, el mundo en que vivimos, que os da tanta información sobre tantas cosas, que os ofrece tantos sucedáneos baratos de la felicidad y de la libertad, deja sin respuesta las preguntas más importantes y urgentes. No os ayuda a reconocer el significado de la vida, ni os acompaña a entrar en la vida adulta, que consiste en afrontar la realidad de un modo que no destruya la esperanza. No os facilita el reconocimiento de vuestra dignidad como personas y de vuestra vocación. Os deja solos, porque no le interesáis  vosotros, ni vuestra esperanza, ni vuestra alegría. A veces, el desinterés se da hasta en la misma familia, ese lugar que Dios ha creado para que el hombre pudiera experimentar lo que vale ser querido por uno mismo, y así adquirir la clave más decisiva para orientarse en la vida, y para reconocer a Dios. Por eso tantos de vosotros, a pesar de vuestros pocos años, vivís ya en l tristeza y en la desesperanza, o tratáis de buscar un alivio a vuestra inquietud en el alcohol o en la droga, o en el sexo irresponsable, o en la violencia, que os terminan destruyendo. Algunos de los graves problemas sociales que hemos señalado más arriba os dificultan aún más el poder acometer con gusto la tarea de vivir: la inestabilidad de la familia, sobre todo, pero también la falta de perspectivas de futuro, y la falta de trabajo.
 19. A pesar de todas estas dificultades, o precisamente por ellas, os queremos decir que la vida no tiene por qué consistir en engañarse a uno mismo; que hay una alegría que no nace de evadirse de la realidad, y una esperanza que no es ilusión, y un amor que no es interés disfrazado. Que hay una verdad como una roca, sobre la que puede construirse una casa –la vida–, sin que los vendavales, las tormentas o las lluvias que inevitablemente azotan la casa con el tiempo terminen por echarla abajo (Cf. Mt 7, 24-27).
 Esa roca es Jesucristo. Él es “el Camino, la Verdad y la
Vida” (Jn 14,6). Él os ama a cada uno, como sois, sin condiciones ni límites. Él ha venido por cada uno de vosotros, “para que tengáis vida, y vida abundante” (Jn 10, 10). Él hace que todo tenga sentido, y que las cosas puedan situarse en la vida en su lugar adecuado. Hasta el mal y el pecado, y la muerte, que ya no son, gracias a Él, el destino inevitable de la vida humana. En Él se ha revelado el amor infinito de Dios por el hombre, por cada uno de los hombres, por cada uno de vosotros. En Él se ha revelado al dignidad de nuestra vida, nuestro verdadero destino, y se nos hace posible realizar ya aquí en la tierra la verdad de nuestra vocación: vocación a la verdad, al bien y a la belleza; vocación a la amistad y al amor que no pasan. Gracias a Él, es posible vivir con una razón adecuada a la realidad, a pesar de la fatiga y el esfuerzo que vida lleva consigo. Y es posible estudiar y trabajar con gusto, y luchar con ahínco por un mundo que corresponda más a la verdad del hombre. Gracias a Él, la vida entera se convierte en una misión.
 20. Queridos jóvenes, haciéndonos eco de las palabras que ese gran amigo vuestro que es Juan Pablo II dijo en la Eucaristía inaugural de su pontificado, y os ha repetido después tantas veces, nosotros os decimos hoy: ¡No temáis! ¡No tengáis miedo a Cristo! Al contrario, ¡Abridle vuestra vida, vuestra mente, vuestro corazón, vuestros ámbitos de estudio o de trabajo, vuestras alegrías y vuestros sufrimientos, vuestras relaciones y vuestros amigos, para que podáis experimentar el gusto por la vida que tienen los que son de Cristo! Es posible que el cristianismo os parezca a muchos una cosa aburrida y triste, o un conjunto de ritos incomprensibles o de normas extrañas y curiosas que vienen a hacer la vida más difícil de lo que ya es en sí. Os podemos asegurar que no es así, que esa imagen es una deformación terrible del cristianismo. Tal vez los cristianos hemos dado esa impresión en ciertos momentos de la historia, o todavía la damos a veces hoy, pero entonces lo que veis no es el cristianismo, sino unos pobres sustitutivos moralistas o formalistas de la fe. Casi una señal cierta de una fe raquítica, débil. Quienes hemos tenido la gracia inmensa de conocer a muchos cristianos verdaderos, os podemos asegurar que Jesucristo es una fuente inagotable de gusto de vivir, de amistad y de alegría. Cuanto más unido está uno a Cristo, cuánto más vive uno de Cristo y para Cristo, más grande es el amor por la vida, la gratitud por ella y por todas las cosas buenas que hay en ella, y más indestructibles el gozo y la esperanza.
 Por eso, porque deseamos vuestra esperanza y vuestra alegría, y porque “nosotros hemos visto con nuestros ojos, y hemos tocado con nuestras manos el Verbo de la Vida” (Cf. 1 Jn 1,3), os invitamos a abrir vuestra vidas a Cristo. Y si nos preguntáis que dónde es posible encontrar a Cristo vivo hoy, como una ayuda concreta para la vida, que no sea una ilusión o una fantasía, una abstracción en forma de reglas y normas, o un mero recuerdo de alguien que vivió hace dos mil años, os aseguramos que Cristo puede ser encontrado hoy en su Cuerpo, que es la Iglesia.
 Sí, esta Iglesia concreta, cuya cabeza es el Papa Juan Pablo II, y de la que nosotros somos pastores junto con él, es hoy el Cuerpo de Cristo. Como su humanidad, su “cuerpo”, hacía visible “el Verbo de la Vida” durante su ministerio terreno, hace dos mil años, así la Iglesia lo hace visible hoy para los hombres de todas las razas y de todos los pueblos. Purificado por los sacramentos del bautismo y la penitencia, alimentado con la Eucaristía, vivificado por el Espíritu Santo de Dios, ese pueblo que es la Iglesia, a pesar de todas sus debilidades, es portador de Cristo, hace presente a Cristo a lo largo de la historia. En ese pueblo están, indefectiblemente, su palabra y sus sacramentos: es decir, está su gracia, su feraz redentora. En él se da también esa inefable comunión y ese amor que cambian la vida de quien sigue la vida de la Iglesia con sencillez. Y por eso, en él no dejan de florecer innumerables hombres y mujeres que ponen de manifiesto de mil modos, en mil circunstancias diversas, cómo Jesucristo hace posible al hombre vivir plenamente la vedad de su vocación. “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (M 28,20), ésa fue la promesa del Señor. Y nosotros somos testigos de que esa promesa se cumple.
 21. “Venid y veréis”, les dijo Jesús a Juan y Andrés, los primeros que se acercaron a él por indicación de Juan el Bautista (Cf. Jn 1, 35-39). Ellos también buscaban, acaso sin saber muy bien lo que buscaban. Buscaban su felicidad, buscaban a Dios. Oyeron al Bautista hablar de Jesús, y llamarle “el Cordero de Dios”. Y se fueron tras él. “Maestro, ¿dónde moras?”, le preguntaron. “Venid y veréis”, respondió Jesús. Muchos años después, el Evangelista S. Juan se acordaba todavía de la hora de aquel encuentro decisivo, el más decisivo de su vida, y el más decisivo para la historia del mundo. “Fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde”. Al día siguiente, les contaban a sus amigos que habían encontrado al Mesías.
 Lo mismo os decimos a vosotros, queridos jóvenes. “Venid y veréis”. Acercaos, probad seriamente a vivir la vida de la Iglesia. En el fondo es muy sencillo. Los signos de la redención están muy cerca de vosotros. Abrid los ojos, estad  atentos a las personas de fe viva y verdadera que hay en vuestro entorno. El Espíritu Santo no deja de renovar las comunidades de la Iglesia y de suscitar en su seno nuevos carismas, formas y estilos de vivir la misma fe. No temáis uniros a aquellos lugares sonde el espectáculo de la fe vivida os provoque una claridad, un gusto y una alegría mayores, según vuestras circunstancias, vuestra historia y vuestro temperamento personal. Así podréis experimentar cómo Cristo cambia la vida y la llena de gozo. Como para Juan y Andrés, y como para tantos otros después, hasta nosotros, el encuentro con Cristo es a la vez lo más grande y lo más natural. Lo más decisivo y lo más inesperado. Y a la vez lo más sencillo, lo más humano.

VI. Súplica y esperanza.
 22. En esta hora de la historia del mundo tenernos una gran esperanza, porque el amor de Dios al hombre ha vencido y a en Cristo al pecado y a la muerte, y esta victoria se hace patente en el cambio humano de todos aquellos que acogen mediante la fe la salvación de Cristo. La desorientación cultural y moral que tantas veces domina nuestro tiempo, así como los signos de muerte que en él se manifiestan, no pueden oscurecer esta certeza que la Iglesia presenta hoy al mundo.
 El gozo de conocer a Cristo, la conciencia de las necesidades de los hombres y el propio mandato del Señor, nos apremian a la misión en este umbral del año 2000. Y el apremio que sentimos como pastores, deseamos comunicarlo a todos los miembros del pueblo de Dios. La misión consiste en proponer entre todos los ámbitos de nuestra sociedad la experiencia de humanidad nueva qu
e nosotros vivimos ya en la Iglesia.
 Vivamos nuestra fe al aire libre, ofreciéndola con humildad a todos, conscientes de que a través de nuestra humanidad, con toda su debilidad y su pobreza, es dios quien se acerca a los hombres para saciar su sed y curar su heridas. A Él nos dirigimos en esta hora, suplicándole que haga brillar su amor hacia todos los hombres a través de la fe de su Iglesia y del ímpetu de su caridad. No ignoramos la profundidad de los desafíos que se presentan a nuestra sociedad  en los umbrales del siglo XXI, ni la confusión que extravía tantas conciencias, ni la malicia y el poder de algunas fuerzas que actúan en el mundo. Y, sin embargo, sabemos que en la fe vivida por los cristianos se encuentra, hoy como ayer, la prenda de la esperanza de los hombres.
 23. Queremos concluir este mensaje con la mirada puesta en la Virgen María, la Madre del Redentor, a través de cuya acogida y fidelidad se ha comunicado en la historia la plenitud del don de Dios. En ella encontramos la clave de la verdadera sabiduría humana, la que reconoce al Dios de la vida y no se resiste a su abrazo. En ella reconocemos la verdadera libertad que engrandece al hombre, porque diciendo sí a la iniciativa de dios, comprueba las maravillas que Él hace en su vida. En ella descubrimos el amor maternal, cuya fidelidad acepta la prueba de la oscuridad y el sufrimiento. Bien sabemos cuántos la invocamos en Andalucía con tantas y tan hermosas advocaciones, que también nosotros fuimos confiados por el Señor a su maternal cuidado, al pie de la cruz.
 A ti, Madre del Salvador nos dirigimos, pidiéndote que hagas crecer nuestra fe, esperanza y caridad, para que la contemplarlas los hombres comprendan cual es el gozo y la plenitud que tu Hijo ha traído para todos los hombres. Acuérdate de los enfermos, de los pobres y los marginados, de los que se hunden en el aburrimiento, la desesperanza y la falta de sentido, de los que han sido seducidos por la droga o por la violencia. Que todos ellos puedan encontrar la salvación de tu hijo a través del abrazo de su Iglesia.

1 de noviembre de 1998, Solemnidad de Todos los Santos.

 + Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla, + Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo de Granada, + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga y Melilla. + Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez., + Ignacio Noguer Camona, Obispo de Huelva. + Santiago García Aracil, Obispo de Jaén. + Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería. + Francisco Javier Martínez Fernández, Obispo de Córdoba. + Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta. + Juan García-Santacruz y Ortiz, Obispo de Guadix-Baza.

Nota de los Obispos del Sur de España ante las próximas elecciones

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"POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÉIS"

Votar con realismo y en defensa de la democracia
1. No han pasado dos años desde que nos dirigimos a los andaluces y, de forma especial, a los católicos, para recordarles su deber de ejercer, libre y responsablemente, su derecho al voto. La ocasión entonces fue la convocatoria de elecciones para la renovación del Parlamento Europeo y de la Comunidad autonómica de Andalucía. Ahora se nos convoca para renovar ese Parlamento andaluz y también para volver a elegir el de toda España.

Objetivos de esta nota
2. Casi todo lo que dijimos en nuestra nota de abril del año 1994 conserva plena actualidad para la presente ocasión y, por tanto, a ella nos remitimos. Decíamos entonces que el derecho al voto debe ejercerse con la mirada puesta en el bien común y no en estrechos intereses egoístas, personales o de grupo. Añadíamos que todos deben decidir su voto de forma coherente con su propia conciencia y los cristianos, además, de acuerdo con las exigencias específicas de su fe.
 En esta nueva nota deseamos subrayar principalmente estos nuevos aspectos:
– En primer lugar, que nuestro voto debe también servir para ampliar y robustecer la democracia y para evitar o corregir sus posibles desviaciones;
– En segundo lugar que, al decidir el voto, debemos atender, no sólo a lo que dicen los partidos, en sus programas y en la propaganda electoral, sino principalmente su forma de actuar en el pasado, desde el poder o en la oposición;
– Y, en tercer lugar, que también conviene que tengamos en cuenta la forma de comportarse los diversos partidos en la misma campaña electoral.

Destinatarios de nuestra palabra
3. Tenemos plena conciencia de que, en definitiva, el acto de votar debe ser el resultado de un juicio prudencial sobre el partido que más garantías concretas le ofrezca a cada cual, para la consecución eficaz de aquellos fines o metas que, según la propia conciencia, más contribuyan al servicio del bien común y, en el caso de los cristianos, más coherentes resulten con la concepción cristiana de la vida. No es, pues, nuestra intención dispensar a nadie de la elaboración de ese juicio prudencial, ni suplantar la intransferible responsabilidad de cada ciudadano de votar en conciencia.
 Entonces como ahora, nuestra palabra –apoyada en el mensaje de Cristo, en la enseñanza común de la Iglesia y en la prudente reflexión sobre la realidad– se dirige especialmente a los católicos andaluces, pero la ofrecemos también fraternalmente a todos los que deseen escucharla y dejarse iluminar, o incluso interpelar, por ella.

I. UN VOTO AL SERVICIO DE UNA MEJOR DEMOCRACIA
Posibles corruptelas de la democracia
4. Uno de los principales deberes de todos los ciudadanos consiste precisamente en procurar que la democracia no se desvirtúe, sino que, por el contrario, se perfeccione continuamente, evitando que quede reducida al ejercicio esporádico del derecho formal al voto.
 Hay, pues, que velar, de forma permanente, para que ese derecho al voto y el correlativo deber de influir realmente con él en las leyes, en el gobierno y, en definitiva, en el bienestar material y moral de España, no quede en la práctica desvirtuado por alguna de las corruptelas, que siempre amenazan a la democracia.
 La principal de ellas es el fenómeno al que se suele denominar “partitocracia”. La partitocracia aparece cuando el poder real y efectivo, que debe residir en el pueblo y emanar de él (cf. Constitución Española art. 2), se desplaza de hecho a los partidos (y, en la práctica, a sus líderes) y cuando los partidos, en lugar de servir para “la formación y manifestación de la voluntad popular” y actuar como “instrumento fundamental de participación” del pueblo, en el poder (id. Art. 6), se convierten en los verdaderos depositarios y detentadores de ese poder.
 Si el fenómeno de la “partitocracia” llega a alcanzar un determinado nivel crítico, la democracia se mantiene formalmente, pero despojada de casi todo su contenido real.
 La “partitocracia”, a su vez, propicia y suele estar acompañada de estas otras corruptelas:
– el desdibujamiento de la división de los poderes del Estado: Legislativo o Parlamento, Ejecutivo o Gobierno y Judicial,
– la inoperancia de los sistemas de control democrático,
– el sometimiento por el poder de los grandes Medios de Comunicación Social, principalmente los públicos,
– la invasión de una buena parte del entramado social (sindicatos, asociaciones, etc.) desde el aparato del Estado.

Una concepción más plena de la participación democrática.
5. En una democracia, el derecho y el deber de intervenir y participar activamente en la continua mejora de la vida pública es una tarea de todos y de todos los días ,que no debe reducirse al acto de depositar nuestro voto en una urna cada varios años. Como nos recuerda el Vaticano II, una verdadera democracia debe ofrecer además a todos los ciudadanos, “sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efectivas de tomar parte libre y activamente:
– en la fijación de los fundamentos jurídicos de comunidad política,
– en el gobierno de la cosa pública,
– y en la determinación de los campos de acción y de los límites de las diferentes instituciones” (Gaudium et Spes 75).

Todos somos responsables
6. Verdad es que todo ello está básicamente recogido de forma satisfactoria en nuestra constitución, pero eso no basta. Hay además que vigilar para que la letra y, sobre todo, el espíritu de los preceptos constitucionales, no se convierta poco a poco en letra muerta, por medio de algunas de esas corruptelas antes indicadas.
 Para evitar dichas desviaciones y otras semejantes ni siquiera basta siempre el control ejercido por el Poder Judicial, ya que a veces determinadas formas incorrectas de actuar desde el poder no son claramente anticonstitucionales, o no están tipificadas como delitos, aunque el más elemental sentido ético las rechace con toda razón. Por tanto, todos somos responsables de la buena salud de nuestra democracia.
 En este contexto deseamos mostrar una vez más nuestra estima por todos aquellos, que con este espíritu de servicio al bien común, se dedican al noble ejercicio de la política, ya sea desde el poder, ya desde la oposición.
 E igualmente deseamos expresar nuestro reconocimiento a los que contribuyen a la defensa y mejora de la misma democracia, con un ejercicio libre del derecho a informar y opinar, con tal de que lo ejerzan con veracidad, sin calumniar a nadie, sin arbitrarias e injustas generalizaciones y con el debido respeto a todos.

Importancia del voto
7. el que, como acabamos de afirmar, la democracia nunca deba reducirse al derecho al voto, no resta importancia launa a ese fundamental derecho, que constituye la palanca más eficaz de participación, incluso para el mantenimiento y perfeccionamiento de una efectiva democracia. De ahí deriva precisamente el grave deber de ejercerlo siempre, salvo en verdaderos “casos–límite” de abstención testimonial, de que ya tratamos en nuestra citada nota.

II. ATENDER A LAS OBRAS MÁS QUE A LAS PALABRAS
Lecciones de la experiencia
8. A la hora de valorar y comparar la idoneidad de los diversos partidos para la realización efectiva de las metas que cada ciudadano considere más convenientes, no basta con atender a sus programas y, mucho menos, a las promesas que nos hagan en la campaña electoral.
 La experiencia nos enseña que a veces en la campaña se silencian los aspectos más impopulares del propio programa, insistiéndose en cambio en los más demagógicos, si es que no se reduce dicha campaña a algunas generalidades y a descalificaciones del adversario.
 También nos enseña la experiencia que no todos los partidos cumplen siempre sus programas y sus promesas electorales. Tampoco faltan razones para sospechar que, en algunos casos, no se pensó en cumplir esas promesas, que fueron y, por tanto, pueden seguir siendo utilizadas por algunos partidos como simples” slogans” propagandísticos y como recursos demagógicos para obtener votos.
 Hoy día, además, tras la reciente y profunda crisis de las ideologías, ni siquiera las tradicionales siglas de identificación y adscripción (Liberalismo, Socialismo, Social–Democracia, Comunismo, etc), ni la clásica distinción entre “izquierdas” y “derechas” pueden servir de guía segura para orientar el voto. La razón estriba en la posibilidad de que esas “grandes palabras” sean manipuladas como simple señuelo para la captación de votos.
 Ese peligro puede llegar al extremo si –en el límite de la partitocracia– un partido se convirtiese en una mera maquinaria electoral al servicio de intereses inconfesables del grupo que logra instalarse en el poder (o del que aspira a apoderarse de él), para ejercerlo en su propio beneficio.

“Por su frutos los conoceréis” (Mt 7, 20)
9. Teniendo en cuenta esa compleja situación, resulta especialmente iluminadora esta advertencia evangélica: “por sus frutos los conoceréis”, que, aplicado a nuestro caso puede formularse así: “Hoy, a los partidos, no tanto hay que juzgarlos por sus palabras, sino principalmente por sus obras”.
 En efecto; en una democracia con algún rodaje y experiencia, como ya es la nuestra, a la hora de decidir de nuevo sobre nuestro voto, no nos podemos contentar con atender a los programas y a lo que se nos diga en la campaña. Nos deberíamos fijar especialmente en la trayectoria de los actuales partidos juzgándolos y valorándolos:
– por su veracidad y transparencia en anteriores campañas y, sobre todo, por la coherencia de su actuación posterior (desde el poder o en la oposición) con lo que prometieron en dichas campañas;
– por la efectividad de sus realizaciones;
– finalmente, también deberíamos tener muy en cuenta la honestidad (sobre todo pública, pero también privada) de sus dirigentes, la forma de reaccionar cuando se descubren en sus propias filas casos o sospechas fundadas de corrupción, su sometimiento o no a los normales controles democráticos y su disponibilidad a asumir, al menos, responsabilidades políticas de sus acciones u omisiones.

III. EL ESTILO DE LA CAMPAÑA ELECTORAL COMO CRITERIO DE VOTO
10. Otro criterio práctico para juzgar a los partidos y para orientar el propio voto es el de su comportamiento en la misma campaña electoral. Ya decíamos en nuestra nota anterior que también ella “ha de estar inspirada por valores éticos” y, particularmente, “por la defensa de la verdad, el respeto mutuo y la voluntad sincera de favorecer el ejercicio responsable del derecho y del deber del voto”, con exclusión del “engaño, la manipulación y la calumnia”.
 Ahora añadimos que, para un observador profundo, el comportamiento de los diversos partidos y de sus líderes en la próxima campaña electoral también puede ser un buen indicador de su calidad ética.
 Para valorarla aconsejamos prestar atención a los aspectos que señalamos a continuación.

Remedios concretos que proponen los partidos para los grandes problemas del momento
11. Ante todo debemos fijarnos en e le tiempo y en el esfuerzo que dedican los distintos partidos a explicar clara y serenamente los puntos fundamentales de su programa y, en particular, los remedios concretos que proponen para resolver eficazmente (con medidas legislativas y de gobierno) los principales problemas del momento. De entre ellos destacamos los siguientes:
– el paro (sobre todo, el de larga duración y el juvenil), como gran drama personal y familiar y como factor desintegrador de la sociedad y que en Andalucía alcanza niveles especialmente preocupantes;
– el terrorismo, al que hay que hacer frente con realismo y energía, pero, a la vez, con pleno respeto a las normas propias de un Estado Democrático de Derecho;
– la corrupción y otras conductas colectivas intolerables, que deben ser corregidas y castigadas, una vez que sean convenientemente probadas y sin caer en generalizaciones injustas;
– el desarraigo de muchos jóvenes, fuente a su vez de la violencia juvenil y de las drogas;
– la tendencia a dejar sin defensa el más esencial de los derechos humanos –el derecho a la vida–, cuando éste afecta a los seres más débiles de la sociedad: los niños no nacidos y los ancianos; e, igualmente, el insuficiente reconocimiento del derecho a una plena libertad de enseñanza;
– la degradación moral del ambiente, con sus repercusiones en las costumbres, y los mensajes moralmente empobrecedores, que se van imponiendo poco a poco en la sociedad, con la complicidad –por acción u omisión– de muchos y que son las raíces últimas de algunos de los males arriba indicados.

Sinceridad en la exposición de los remedios
12. También conviene fijarse en la sinceridad de los diversos partidos a la hora de exponer, sin engaños ni escamoteos, los inevitables sacrificios y costes sociales que a veces exigirá, al menos a corto plazo, la obtención de determinadas metas colectivas, p.e. la plena integración en el sistema monetario europeo.

Honestidad en la crítica política
13. Finalmente, el mismo tono de la campaña y la forma de criticar al adversario. Verdad es que, en la confrontación política propia de una sociedad pluralista, dicha crítica –ya se dirija a los programas, ya a las conductas políticas– es legítima e incluso necesaria, pero con tal de que sea justa y honesta, respetuosa y moderada, y no contribuya a la creación de un clima de crispado enfrentamiento, que dificulte seriamente el diálogo social o evoque peligrosamente fantasmas del pasado.
 La crítica debe siempre basarse en argumentos sólidos y, cuando afecta a las conductas, debe además marcar con toda claridad la distinción, por un lado, entre lo cierto y lo sólidamente probable y, por otro entre lo que implica delito o deshonestidad personal y lo que sólo apunta a una responsabilidad política por acción u omisión.
 En toda hipótesis, siempre se han de excluir el insulto personal, las insinuaciones malévolas y, más aún, la calumnia y la generalización indiscriminada (la llamada “táctica del ventilador”), que puede ser tan maliciosa como la misma calumnia.
Nuestro propósito
14. Al publicar esta nota, como Pastores del Pueblo de Dios en Andalucía, nuestro único propósito es cumplir lo que Vaticano II nos dice sobre la misión de la Iglesia: “fomentar y elevar todo cuanto de verdadero, de bueno y de bello hay en la comunidad humana y consolidar la paz en la humanidad para gloria de Dios” y tender siempre a formar en el seno de la comunidad política “un tipo de hombre culto, pacífico y benévolo respecto de los demás, para provecho de toda la familia huma” (Gaudium et Spes 76 y 74).

Huelva, a 9 de enero de 1996.

Primer Congreso de la Educación Católica en Andalucía. Comunicado de los Obispos del Sur de España

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La celebración del I Congreso de la Educación, organizado por el Consejo Interdiocesano para la Educación Católica en Andalucía, tendrá lugar en Sevilla el próximo mes de febrero de 1996.
Es una iniciativa que nos invita a participar para poner en común los principios pedagógicos y jurídicos en los que se inspira y sustenta en proyecto educativo, las nuevas exigencias que plantea el momento que vive la sociedad y el avance de las ciencias de la educación; sin olvidar una sincera revisión de nuestro trabajo y el renovado afán por incrementar la unidad y cooperación.
Este Congreso ha de situarse en el camino de la nueva Evangelización, con especial atención a la cultura y a la transformación de la sociedad mediante el quehacer y servicio educativo a la familia, a los niños y a los jóvenes, siguiendo la mejor tradición de la historia de Andalucía enriquecida con el testimonio de tantos padres y maestros, entre ellos santos y fundadores, que han de seguir siendo estímulo para otros educadores que hagan de su vida una entrega generosa a la educación de nuestro pueblo.

Camino de esperanza
La educación de las nuevas generaciones es un capítulo permanente de nuestra dedicación como pastores de la Iglesia en Andalucía.
La educación no puede renunciar a ser un camino privilegiado para construir la esperanza. Una educación empeñada ante todo, en capacitar a los jóvenes para afrontar con lucidez y entrega la tarea de vivir. Sólo la atención al bien de la persona puede sostener y alentar la entrega de padres y educadores al servicio de la educación integral de los hijos y de los alumnos por encima de cualquier otro interés.
El sistema escolar no puede olvidar a la persona y ocuparse principalmente de su rentabilidad productiva. El camino de esperanza ha de llevar dentro un sano espíritu de crítica. La vida de la sociedad, con sus luces y sus sombrar ha de ser, permanentemente, punto de referencia en esta revisión. Conviene no olvidar los aspectos morales en estos momentos en los que la corrupción de la libertad es una amenaza para la vida económica y política.

Unidos para educar

La educación en Andalucía necesita, cada vez más, una convergencia de esfuerzos e ilusiones con el sólo objetivo de promover la formación integral de los niños y jóvenes, ofreciéndoles un horizonte acorde con su dignidad. Un horizonte en el que los valores del espíritu inspiren y sostengan la vida personal, familiar y social.
Una nueva conciencia de la importancia de la educación ha de favorecer una mayor responsabilidad y dedicación de todos. Tenemos particularmente presente el papel de los hombres del pensamiento, de las artes y de la cultura. Ellos al poner sus talentos al servicio de la dignidad humana y de los valores del espíritu, contribuyen eficazmente a la humanización de la sociedad, y al progreso de los pueblos. También queremos señalar la necesaria sensibilidad de los gobernantes para ser capaces de interpretar y satisfacer los legítimos derechos de los ciudadanos en materia de educación.
No cabe duda del deber y derecho que corresponde a la Iglesia al servicio de la educación y su específica responsabilidad de evangelización en este campo y en el de la cultura. Ella se hace presente mediante la actividad de sus miembros y el servicio de sus instituciones.
Consideramos necesario crear una viva conciencia en el pueblo cristiano que valore la importancia de la formación integral y, concretamente, de la enseñanza religiosa escolar. Y a la vez que expresamos nuestra gratitud a los profesores de religión, les pedimos que pongan el mayor empeño y entrega en su labor, para que dicha enseñanza cumpla sus objetivos y responda eficazmente a las necesidades pedagógicas de los alumnos.
Finalmente invocamos a Cristo, Maestro de la vida, os invitamos a confiar en El, en sus palabras de vida eterna. No tenemos otro maestro. De El aprendemos la sabiduría y el amor a los hombres. Ponemos, una vez más, bajo la protección de María los afanes de cuantos viven entregados a la educación. En Ella encontramos siempre el estilo, el auxilio y el espíritu de la verdadera Evangelización.

Jaén 9 de octubre de 1995

Enlaces de interés