Reflexiones del Obispo de Málaga, D. Antonio Dorado Soto, ante la primera Encíclica de Benedicto XVI
El Papa Benedicto XVI acaba de hacer pública su primera Encíclica.
Conviene recordar que una Encíclica es el documento doctrinal más importante al que recurre un Papa, después de una definición dogmática.
Y teniendo presente que la mayoría de los Papas no suelen realizar nuevas definiciones, se puede afirmar que una Encíclica es la forma habitual de ejercer su magisterio e impartir su enseñanza.
La práctica de escribir Encíclicas la inició Gregorio XVI, en 1832, y los Papas la ejercen con mucha sobriedad, aunque también en este punto Juan Pablo II constituye la excepción, pues ha escrito varias, en lo que indudablemente ha influido la duración de su pontificado.
El título de estos documentos pontificios lo constituyen las dos o tres primeras palabras de los mismos, en su versión latina. En este caso, DEUS CARITAS EST, Dios es Amor, expresión que está tomada de la primera Carta de San Juan (1Jn 4, 16).
La enorme importancia del que se hizo público ayer radica en que es la primera del actual Pontífice y marca las líneas de lo que considera más urgente para el cristiano del siglo XXI. Como intelectual de gran talla y buen conocedor del pensamiento y de la cultura de este tiempo, es consciente de que el mayor tesoro que tenemos los creyentes y nuestra mejor aportación al hombre actual es precisamente Dios: la existencia de Dios y la imagen de Dios que debemos transmitir a quien nos pida razón de nuestra esperanza. El empieza afirmando que Dios es Amor, porque “en un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio o la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, continúa, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás”.
La Encíclica consta de dos partes íntimamente relacionadas. En la primera nos ofrece una reflexión profunda y matizada sobre Dios y sobre el amor; y en la segunda, nos plantea las consecuencias que se derivan del amor que Dios nos tiene y del que nos hace partícipes a través del bautismo y de la Eucaristía.
Los análisis sobre el amor que desarrolla el Papa pretenden ayudarnos a entender que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con (…) con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Y dado que el amor es una palabra clave, comienza analizando el amor entre el hombre y la mujer, el “eros” del pensamiento griego, para profundizar a continuación en el amor evangélico, un amor predominantemente oblativo, que busca el bien del otro. Benedicto XVI nos ayuda a comprender que, lejos de existir contradicción entre estas dos formas de amor, ciertamente diferentes, hay una unidad profunda cuando se vive de manera equilibrada la realidad corporal y espiritual del hombre. Es decir, que en lugar de destruir el amor entre el hombre y la mujer, convirtiendo en fruto amargo lo más hermoso de la vida, como decía Nietzsche, el cristianismo impulsa el amor humano hasta sus metas más altas. Lo vemos en la persona de Jesucristo, que se dejó crucificar para ensalzar al hombre y hacerle partícipe de la vida divina, de tal forma que queden definitivamente unidos entre sí el amor a Dios y el amor al hombre, como las dos caras de una misma moneda.
La segunda parte de la Encíclica tiene un enfoque más práctico, pero no se puede comprender sin la primera. El Papa nos recuerda que “el Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la Comunidad eclesial para que sea, en el mundo, testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia”. Y que “toda la actividad de la Iglesia es la expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano”. Para promover este bien, la Iglesia desarrolla tres actividades básicas: la proclamación del Evangelio, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad. Son tres dimensiones que se complementan y se exigen entre sí. Y centrando su atención en el amor, nos recuerda que no basta con que lo vivamos cada uno de modo personal, sino que hay que vivirlo de manera organizada y comunitaria.
Frente a las críticas de algunos pensadores del s. XIX, que veían en la práctica de la caridad una huida o subterfugio de la Iglesia para no abordar la justicia social, el Papa explica que la caridad es inseparable de la justicia y es su mejor complemento. Por eso, la Iglesia, sigue diciendo Benedicto XVI, además de elaborar la doctrina social que anime y oriente a los católicos en su compromiso por la justicia, promueve instituciones caritativas para humanizar la vida y llegar allí donde la justicia no está presente todavía. Es lo que ha intentado hacer a lo largo de toda su historia.
Finalmente, después de reconocer y alabar el esfuerzo social de los gobiernos, afirma que “no hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor”, pues “quien intenta desentenderse del amor, se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre”. Porque, añade, “siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestra un amor concreto al prójimo”. Pero el amor cristiano, matiza el Papa, además de distinguirse por la competencia profesional, necesita tres características: apoyarse en el encuentro personal con Jesucristo, estar por encima de ideologías y partidos y no convertirse nunca en un arma de proselitismo.
Con esta presentación os invito a los cristianos y a cuantos buscáis la verdad de Dios y del hombre a que os adentréis cada uno en la densidad de este escrito pontificio. Benedicto XVI nos ofrece en él las líneas maestras de vida y de acción que desea que impregnen su pontificado. Cuando se lee y se medita con sosiego, este documento es un canto a la esperanza; esa esperanza que brota de la fe en Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios.
+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga y Melilla