PUBLICADO EN RS EN ABRIL 2006
¡Cuidado con la memoria! Es que tiene condición de fruto perecedero. Aunque carece de fecha de caducidad, por eso nos puede ir dando la tabarra durante mucho tiempo. Todo esto viene a cuento de los inacabables discursos sobre la recuperación de la memoria, en este caso entendida como poner ante los ojos de la actualidad la historia pasada y restregársela, si puede ser, en la cara de los otros. Todo ello, se dice, es lección de ejemplaridad, para no olvidar injusticias y errores cometidos por abuelos de estos hijos que deben aprender, más a odiar que a perdonar y reconciliarse.
Se habla menos de la memoria como modelo para copiar actitudes y comportamientos, para saber de hechos y gestas que supusieron un avance y desarrollo de la ciencia, de la comunicación entre los pueblos, para conseguir un reconocimiento más justo de los derechos de todos, para conocer a quienes actuaron con acierto en las artes, la filosofía y las ciencias. Esa memoria parece que no hay que recuperarla. Simplemente porque está perdida. Como mucho, queda reducida a unas piezas de museo antiguo que figuran en ese catálogo que se llama: «libros de texto».
Si hay que recuperar es porque algo se ha perdido. Nos la hicieron olvidar o, simplemente, es que no se aprendiera nunca. Primaron más los intereses que la objetividad, las ideologías que los mismos hechos históricos. Con todo este bagaje de prejuicios, olvidos e intereses, es tan difícil como necesario el asentamiento y la recuperación. Lo primero es resultado que viene de la investigación, del documento contrastado, de la objetividad. La recuperación, después de esa primera etapa, es más fácil y mucho más segura. La memoria se tiene presente en las acciones que se realizan y que, en forma alguna, están desligadas de las raíces históricas, de la cultura, de la forma de hacer y comportarse de un pueblo. Si la historia no se «celebra», es un síntoma más que preocupante de que el pueblo puede estar enfermo.
Se lo repetían continuamente los profetas al pueblo: acordaos siempre de las acciones de Dios. Era la mejor consigna para mantenerse en una conducta adecuada. Los cristianos seguimos esa «memoria de las maravillas de Dios», sobre todo las realizadas por Jesucristo. Memoria que no sólo no se ha perdido, sino que es actualidad permanente: se celebra, se vive y produce aquellos mismos efectos por los que las acciones se realizaron. El mejor ejemplo es el de la Eucaristía, que es acción de gracias por cuanto Dios hiciera y realiza ahora. Es memorial, que vale tanto como participar en esa comida en la que el pan es el mismo cuerpo de Cristo.
Se recupera lo que se ha tenido y se perdiera. La catequesis tiene, precisamente, esa misión: hacer que resuenen las palabras y las acciones de Dios en lo más hondo de la persona. Solamente así se mantiene la memoria.
Carlos, Cardenal Amigo Vallejo
Arzobispo de Sevilla