LOS HAMBRIENTOS Y NOSOTROS
Cada año cuando llegan estas fechas de febrero, Manos Unidas zamarrea nuestras conciencias y llama a las puertas de nuestros corazones con el fin de sensibilizarnos cada día más sobre el hambre en el mundo que se extiende como una plaga a 820 millones de personas. Mientras, nosotros seguimos instalados en un consumismo desaforado sin acordarnos mucho de los que mueren de hambre.
Nuestra sociedad del bienestar está adormecida. En ocasiones, cuando hay una gran catástrofe en el Tercer Mundo, parece despertarse y se moviliza con grandes conciertos o galas show para recaudar fondos y ahí se queda todo. Luego vendrán las vacaciones solidarias o de simple turismo en países pobres y no faltarán los magníficos reportajes en los Medios sobre guerras, epidemias y situación social y política de los países más pobres, pero los habitantes del Primer Mundo se han habituado a ser meros espectadores.
Sin embargo, la realidad es que los desequilibrios Norte-Sur van en aumento, potenciados por los poderosos de los países ricos, que aplican la liberalización total de la producción industrial y emplean la protección a ultranza de los productos agrarios, perjudicando de manera irreversible a los países pobres y en vías de desarrollo, que la mayor parte de ellos sólo pueden vendernos productos agrarios. Es verdad, que la corrupción en los países que reciben ayudas de los países ricos es generalizada; la mayoría de los políticos se enriquecen y cada vez aumenta más las dudas sobre el destino de las ayudas. Pero lo cierto es, que una vez más la FAO en el informe de 2006 pone de manifiesto que los objetivos fijados en la Cumbre de 1996 de reducir el hambre antes de 2015 están lejos de poder alcanzarse ya que los hambrientos en la tierra no han disminuido sino que incluso han aumentado.
Sabemos que la pobreza en el mundo es un problema multidimensional que va desde la falta de educación primaria, de recursos e información, la deficiente o nula asistencia sanitaria, la desigualdad de la mujer, la necesidad de alimentos para los pobres y la reforma de las estructuras de esos mismos países. En fin, frente a la inmensidad de esta tragedia que nos afecta a todos, suelen darse varias respuestas: la de aquellos que dicen: pero ¿yo qué puedo hacer? ¡Para eso están los políticos! Otros se quedan en las proclamaciones ideológicas sobre las injusticias sociales y el hambre, pero no cambian su mentalidad consumista. Y los hay que luchan por un mundo mejor y saben que las grandes obras se hacen con el conjunto de muchos sacrificios y con la unión de muchas voluntades. Este es el camino que ha elegido Manos Unidas.
Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al emigrante, visitar a enfermos, no ignorar a los encarcelados, pertenece a lo más genuino del Evangelio (cf. Mt, 25,31-46). La tradición cristiana ha repleto la historia de las naciones y de los pueblos de instituciones que han hecho realidad ese mandato del Señor Jesús. Porque como dice Benedicto XVI, “el programa del cristiano es un corazón que ve y actúa en consecuencia”. Pues bien, las derivaciones del mandamiento del amor a Dios y a los hermanos se plasma en realizaciones concretas, y Manos Unidas es una ellas, ya que esta Organización de la Iglesia Católica, creada en 1960 para ayudar a los países del Tercer Mundo y para sensibilizar a nuestra sociedad sobre el tema de la pobreza. Posee una gran su implantación social en España gracias al cuerpo de generosos voluntarios y por la colaboración de más de 90.000 socios. La mayor parte de sus ingresos (86,7% en 2005) está destinada a la financiación de proyectos de desarrollo en países del Sur, financiación que se realiza sin intermediarios y que garantiza que las ayudas llegan a su destino. Sólo el 4,9% de los ingresos se emplea en gastos de administración. En fin, si quieres pasar de las palabras, imágenes, datos y proclamaciones a un compromiso serio con los hambrientos ponte a trabajar con Manos Unidas y serán tus propias manos las que darán de comer a una multitud de menesterosos.